Para cualquier persona que anhela la claridad de la Guerra Fría, Cuba ha sido una inspiración imperecedera. Olvídese del Consenso de Washington auspiciado por los gringos, de la desordenada democracia electoral o de la marea rosa con poca fuerza. La isla caribeña se ha mantenido como un régimen de una sola familia que sirve al comunismo del siglo XX.
Sin embargo, a juzgar por la conmoción entre los líderes en La Habana, esas consoladoras garantías se han ido. Los Castro están fuera, la propiedad privada está dentro, y Estados Unidos ya no es el enemigo, solo un mal necesario. Cuando la nueva Constitución de Cuba se ponga en marcha en noviembre, el histórico enclave comunista del hemisferio occidental será rebautizado simplemente como una sociedad socialista.
No hay claridad sobre lo que augura esta nueva Constitución, pero tenga algo de compasión por el presidente Miguel Díaz-Canel. Desde que asumió el cargo el pasado mes de abril, se le ha encomendado una tarea improbable: vender el cambio como continuidad y, al mismo tiempo, continuidad como una nueva revolución.
Sí, las reformas en la Carta Magna propuesta de 224 artículos apoyan un cambio. Los gobernadores provinciales tendrán más autonomía y un primer ministro compartirá el poder con el presidente. Significativamente, en un país famoso por su gerontocracia, los futuros líderes deben tener 60 años o menos.
Por qué Cuba está perdiendo al turismo proveniente de Asia
También hay algunos anzuelos para los ciudadanos comunes. El 14 de agosto, se les obsequió a los cubanos un día de acceso gratuito a los servicios de internet móvil, una prueba para conectar al país más desconectado del hemisferio. Y en una ruptura con las viejas religiones revolucionarias, incluso hay una cláusula para las uniones de personas del mismo sexo.
"Las reformas son un paso simbólico importante", dijo William LeoGrande, académico experto en Cuba de la American University. "La legalización de la propiedad privada pone al sector privado en una base legal firme, que no había tenido. Y al eliminar el viejo compromiso de construir una sociedad comunista, la nueva Constitución subraya el reconocimiento de que una economía mixta es el futuro".
Pero no agite su boina todavía. Impulsar las reformas es el imperativo existencial que Cuba debe adaptar o colapsará. La economía se ha estancado y el empleo es escaso: entre 2009 y 2016 se eliminaron un millón de puestos de trabajo en el sector público, según el economista cubano Pavel Vidal Alejandro, de la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia. El sector privado emergente ha comenzado a tomar el relevo, pero solo tímidamente.
Después de un aumento hasta principios de 2017, el flujo de visitantes extranjeros registró una fuerte caída hacia fines de año, en parte debido al huracán Irma y en parte a restricciones más estrictas de la administración Trump, privando a Cuba de unos US$200 millones en ingresos turísticos proyectados.
Internacionalmente, las opciones de Cuba también se han reducido. El colapso de la Unión Soviética dejó a Cuba sin su benefactor, y la implosión venezolana ha reducido las entregas de petróleo bolivariano a menor precio. Mientras tanto, el descontento se agrava en casa, especialmente entre los jóvenes, para quienes la gloria revolucionaria era cosa de sus abuelos. Alguien tiene que ceder.
Alentados quizás por la ola de capitalismo autoritario que ha arrasado en el mapa desde China hasta Hungría, los líderes cubanos apuestan a políticas para relajar las restricciones del gobierno en el mercado lo suficiente como para dar un leve impulso al crecimiento, pero no tanto como para poner en peligro la economía dirigida.
Podrían seguir las pistas que han dejado amigos extranjeros de ideas afines, que han logrado modernizarse sin democratizarse. En marzo, el secretario general del Partido Comunista de Vietnam, Nguyen Phu Trong, encabezó una delegación a la isla y compartió algunos consejos. El mercado solo "no puede destruir el socialismo", dijo Trong a sus anfitriones en la Universidad de La Habana. "Pero para construir el socialismo con éxito es necesario desarrollar una economía de mercado de manera adecuada y correcta".
Al parecer, ese consejo todavía no se ha incorporado. "Las reformas sobre la mesa refuerzan el modelo cubano al asegurar que el sector privado nunca sea tan privado y nunca tan fuerte", dijo Javier Corrales, un analista político del Amherst College. "Es como tratar de volar un avión con un motor. Puedes hacerlo, pero va a ser un vuelo accidentado".
El riesgo es una ola de medidas a medias que generan aún más distorsiones. Las recientes directrices sobre los negocios privados, que aprueban la propiedad privada pero no la acumulación de riqueza privada, representan lo que el académico Richard Feinberg de la Universidad de California en San Diego, ha llamado "un gran salto hacia atrás".
"Esto no es algún tipo de artimaña de los autócratas inteligentes", me dijo Carlos Saladrigas, presidente del Cuba Study Group, un equipo de investigación no partidista con sede en Miami. "Tienen tanto miedo del cambio y de lo que las fuerzas del mercado van a hacer que no pueden llegar a acuerdo".
Algo que se ha pasado por alto en la reformulación constitucional es una revisión a la compleja moneda cubana. Mientras que los ciudadanos cubanos y las empresas privadas han negociado su peso a alrededor de 24 por dólar, las compañías estatales que dominan la economía nacional aún obtienen el dulce y completamente ficticio tipo de cambio de uno a uno de los años ochenta. Como consecuencia, Cuba sufre de precios distorsionados y subsidios fastuosos suntuosos, y de ese modo "fomenta la supervivencia de empresas que no contribuyen en nada a la economía", y desperdicia las "enormes cantidades de recursos financieros y humanos", señaló Vidal. Y, sin embargo, unificar el tipo de cambio requiere medidas para compensar el inevitable shock financiero, como atraer a la inversión extranjera y liberar al sector privado "para absorber el desempleo que se produciría en las empresas que quiebran", escribe Vidal.
La sociedad civil de Cuba también parece decepcionada. "Una Constitución que reafirma el control del Partido Comunista sobre la sociedad", tuiteó recientemente la activista web Yoani Sánchez. "No, no, no, no."
Errar en la reforma constitucional es una oportunidad desaprovechada que aumenta el riesgo de un revés perdurable. "Esta es la Constitución. No es algo que se aprueba, deroga y reescribe cada unos meses", dijo Saladrigas. "Si no haces cambios fundamentales, ¿para qué molestarse?"
Es una pregunta justa, pero tal vez para la próxima revolución cubana.
Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.