Las pandemias siempre han sido compañeras de viaje de la globalización. Un tercer fenómeno acecha en las sombras: el racismo.
Esto es preocupante. La amenaza global del COVID-19 parece estar conduciendo no a una respuesta global unificada, sino a un presidente estadounidense que hasta el martes lo describía como un "virus chino", mientras funcionarios en Pekín suscitaban teorías de conspiración en las redes sociales respecto al origen de la enfermedad por parte del ejército estadounidense. Ya están proliferando las historias de personas sujetas a abusos y ataques por "toser por ser asiáticos" o al ser apartados de las tiendas debido a su etnia china, ya sea real o presunta.
Lamentablemente, no hay nada nuevo en esto. Según lo escrito por mi colega Pankaj Mishra, la situación actual es paralela a los acontecimientos de hace un siglo, cuando la primera economía mundial interconectada llegó a su fin en el caos de la Primera Guerra Mundial. Fue la enfermedad, tanto como la guerra y la revolución, lo que impulsó ese colapso.
La época de la navegación a vela había impuesto una restricción natural tanto en las epidemias como en la migración. Se tardaba hasta un mes en cruzar el Atlántico, esto implicaba que las infecciones ya se habían terminado cuando se llegaba a un puerto. Cuando el tifus se extendió a América del Norte entre los emigrantes irlandeses que huían de la hambruna de la papa de la década de 1840 a través de la navegación, los brotes a bordo eran tan notorios que las embarcaciones fueron apodadas "barcos ataúd".
Los buques a vapor cambiaron todo eso, expandiendo el transporte marítimo al reducir radicalmente su costo y al disminuir el tiempo necesario para los cruces transatlánticos a menos de una semana. Esto ayudó a desencadenar la primera era de migración masiva cuando millones de europeos partieron al nuevo mundo, pero también mantuvo la duración de un viaje transatlántico dentro del período en que las enfermedades podrían propagarse de manera desapercibida.
El cólera, que anteriormente se había limitado a un área endémica alrededor de Bengala, se extendió entre oficiales y comerciantes del Imperio Británico para ocasionar epidemias devastadoras en todos los continentes. Las pandemias de viruela desempeñaron un papel crucial en toda América desde los días de Colón, debido al colonialismo y sus devastadores impactos en las poblaciones indígenas. La fiebre amarilla subió repetidamente desde el Caribe y América Central para devastar el sur de Estados Unidos. En 1889, la primera pandemia de influenza moderna se extendió rápidamente desde Rusia a América del Norte.
Desde esa época, las restricciones de inmigración y las medidas de salud pública a menudo han ido de la mano. No es casualidad que los sitios en el puerto de Nueva York que son sinónimo de migración, como Ellis Island y Liberty Island, hayan empezado como centros de cuarentena. "La movilidad internacional es fundamental para la globalización de las enfermedades infecciosas y crónicas", según un boletín de 2007 de la Organización Mundial de la Salud. "La historia de la salud y la política exterior refleja los vínculos a largo plazo con los problemas de migración".
Mientras las personas confinadas en sus hogares estén plenamente conscientes, los límites al desplazamiento humano y la interacción son cruciales para contener brotes de enfermedades. Sin embargo, el racismo explota una falla en el razonamiento humano de manera tan efectiva como las infecciones explotan las fallas en nuestras defensas inmunológicas. La falacia principal es asumir que si los viajes internacionales ayudan a propagar la enfermedad, un grupo "extranjero" se perciba como el portador más probable de la afección. Sin embargo, los virus –a diferencia de las personas– no discriminan mucho por raza.
El brote de COVID-19 en Italia es un buen ejemplo. Varios comentaristas han afirmado sin pruebas de que la fuente en todo el norte del país era la gran cantidad de inmigrantes chinos que trabajan en el sector de la moda italiana. De hecho, rastrear los contactos de los infectados y encontrar al "paciente cero" es una práctica consolidada en epidemias, y no hay signos de ningún origen significativo entre los trabajadores de la industria de la confección. Toda la investigación hasta la fecha sugiere que la fuente clave fue un empleado de Unilever Plc de 38 años llamado Mattia de la ciudad de Codogno.
A pesar de la falta de evidencia de que los grupos étnicos sean responsables de la enfermedad, el rumor se ha utilizado con frecuencia para justificar medidas racistas. Una notoria caricatura del siglo XIX de la revista Bulletin de Australia presentaba a China como un pulpo maligno que atacaba al país, con dos de sus brazos etiquetados como "viruela" y "tifoidea".
En Estados Unidos sucedió una historia similar. Solo alrededor del 1% de los inmigrantes en su mayoría europeos que llegaron a la isla Ellis a principios del siglo XX fueron rechazados por razones médicas. Por el contrario, cerca del 17% de la mayoría de la población migrante asiática en la isla Ángel de San Francisco fue inhabilitada por enfermedad, en gran parte debido a una detección más intrusiva y categorías de afecciones vagas aplicadas a los no europeos. Las medidas antichinas, como la Ordenanza sobre el Aire Cúbico de San Francisco, se justificaron por razones de salud pública como iniciativas para combatir el hacinamiento "insalubre".
Durante gran parte del siglo pasado, la relativa ausencia de pandemias ha indultado la alianza entre racismo y enfermedad. Las vacunas, los antibióticos, los sistemas de alcantarillado y una mejor comprensión de la higiene han demostrado ser nuestras herramientas más poderosas para combatir las enfermedades.
Una de las amenazas más duraderas del coronavirus puede ser la forma en que cambia este cálculo. Con suerte, las conexiones creadas durante esta era de migración masiva mantendrán la xenofobia bajo control. Trump dijo el martes que dejaría de usar el término "virus chino". Eso es un comienzo.