El Representante de Comercio de los Estados Unidos, Robert Lighthizer, envió un regalo a los partidarios del brexit. Su carta notificando al Congreso que el gobierno de Trump planea buscar un acuerdo de libre comercio de "vanguardia" con el Reino Unido fue música para quienes durante mucho tiempo han sostenido que abandonar la Unión Europea permitirá a Gran Bretaña seguir una política ambiciosa de acuerdos comerciales bilaterales.
Lograr un acuerdo así es una cosa. El principal requisito es la voluntad política, y eso existe en ambos lados en este momento. La verdadera pregunta es qué ganaría Gran Bretaña con esto.
La justificación de un acuerdo entre EE.UU. y el Reino Unido va más allá de los sentimientos sobre la relación especial o los campos de golf escoceses de Donald Trump. EE.UU. representó el 19 por ciento del valor de las exportaciones del Reino Unido, es el mayor socio comercial bilateral del país y el mayor mercado de exportación. Además, ningún país invierte más en Gran Bretaña que EE.UU. Un acuerdo transatlántico podría, según el Departamento de Comercio e Industria, impulsar ese comercio y traer beneficios en cadena para la rezagada productividad del Reino Unido.
La reducción de las barreras comerciales beneficiaría a ambas economías, incluso aunque los beneficios para el crecimiento de los acuerdos comerciales en general son modestos. Pero hay dos razones para la precaución. La primera es que esta no es una negociación simétrica. Los partidarios del brexit hablan a menudo de la influencia que tiene el Reino Unido como la quinta economía más grande del mundo. Pero esta es una lucha entre un elefante con una economía de US$19 billones y un pececillo de US$2,6 billones. Si el Reino Unido consideró a la Unión Europea como una contraparte obstinada durante las negociaciones del brexit, no será nada comparado con el impacto que tendrá el Congreso en las posiciones de negociación con EE.UU.
El verdadero premio en los acuerdos de libre comercio en estos días es reducir las barreras no arancelarias. Aquí, EE.UU. será un socio negociador aún más difícil. La Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés) fracasó cuando la UE y EE.UU. no pudieron alcanzar acuerdos en muchas cosas, incluidas las normas alimentarias. Es notable que no hubo movimientos en los servicios financieros, donde el Reino Unido tiene un gran interés en abrir el acceso a los mercados estadounidenses.
El exceso de normas de Europa es objeto de críticas constantes en el Reino Unido, pero EE.UU. es mucho peor. Según la OCDE, existen unas 3.000 medidas de salud y seguridad, barreras técnicas y otras restricciones en vigor en EE.UU. en comparación con 672 para la UE. Cuando comiencen las conversaciones comerciales entre Londres y Washington, se espera una gran pelea en Gran Bretaña por los pollos lavados con cloro y la carne de vacuno tratada con hormonas, pero las barreras no arancelarias van mucho más allá de esos temas que ocupan los titulares e incluyen químicos, automóviles y otras áreas.
Peor aún, muchas barreras se encuentran a nivel estatal, donde serán difíciles, tal vez imposibles de despejar. Las aseguradoras extranjeras deben establecer una presencia comercial en EE.UU. para ofrecer sus servicios, pero en Nueva York, enfrentan requisitos de capital más altos que sus pares nacionales y la mayoría de sus directores deben ser ciudadanos y residentes estadounidenses (y al menos uno debe ser residente del estado de Nueva York). En el transporte aéreo, el máximo ejecutivo y al menos dos tercios de la junta deben ser ciudadanos estadounidenses; los extranjeros no pueden poseer más del 25 por ciento de las acciones con derecho a voto. Los bancos extranjeros con más de US$50.000 millones de activos tienen que formar una sociedad de cartera intermedia en EE.UU. para actuar como una matriz de sus subsidiarias en el país.
Por supuesto, el Reino Unido tiene sus propias barreras que será reacio a eliminar, especialmente en materia contable, de transporte aéreo y arquitectura. Gran Bretaña también querrá proteger el modelo de compra de medicamentos del Servicio Nacional de Salud: un acuerdo comercial que permita a las farmacéuticas apelar las decisiones de precios podría aumentar dramáticamente los costos para el contribuyente. Sin embargo, EE.UU. tiende a dictar los términos a los socios comerciales más pequeños y les dice dónde firmar, solo pregunte a Australia.
Sin embargo, la asimetría no es el verdadero problema aquí; siempre y cuando el Reino Unido salga en general mejor, podría ser capaz de tragar un trato donde da más que el otro lado. El problema más importante es que todo lo que Gran Bretaña acuerde con Washington tendrá un impacto en el acuerdo comercial que asegure con la UE, un socio comercial mucho más grande.
La UE se basa en el "principio de precaución", donde la responsabilidad recae en el productor para demostrar que su producto no causa daño. Si existen dudas, las ventas quedan prohibidas o restringidas. En la actualidad, ese es también el entorno regulatorio del Reino Unido. El enfoque regulatorio "basado en la ciencia" de EE.UU. permite aquello que no se haya demostrado empíricamente que es perjudicial. La regulación estadounidense también es más descentralizada y complicada por múltiples agencias, a menudo con jurisdicciones superpuestas. Así que cuanto más estrechamente se alinee el Reino Unido con EE.UU. en busca de un acuerdo comercial, mayores serán las barreras para su futura relación comercial con la UE.
Una forma de evitar este dilema es concluir un acuerdo solo arancelario con EE.UU.; pero los beneficios serían mucho más limitados. Otra opción, que es compatible con los partidarios del brexit, es buscar un amplio reconocimiento mutuo de las normas y estándares técnicos. En un mundo perfecto, eso funcionaría, pero las negociaciones comerciales tienen que ver con el arte de lo posible.
Un acuerdo con EE.UU. sería útil y probablemente alcanzable, suponiendo que Gran Bretaña abandone la unión aduanera de la UE, lo cual no es seguro. Pero como dijo el Comité de Comercio Internacional de la Cámara de los Comunes en un informe de abril, el demonio estará en los detalles.
"El gobierno no debe hacer acuerdos por el bien de los acuerdos", advirtió el comité. Probablemente tampoco debería romperlos por romperlos, pero eso ya es cosa del pasado.
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