La animosidad entre China y Estados Unidos ya era pésima cuando inició este año 2020, y solo ha empeorado desde entonces. Ya sea que las dos potencias se acusen mutuamente sobre el COVID-19, cierren consulados, sacudan sables en el mar de China Meridional, intensifiquen su guerra comercial o simplemente se denigren en discursos, parece que se dirigen hacia enfrentamientos cada vez más amargos.
Algunos dicen que parece una nueva guerra fría. Pero esa etiqueta no encaja del todo, porque nada sobre este enfrentamiento parece congelado, y el resto del mundo no está (o aún no) dividido en campos opuestos. Esta es una rivalidad diferente, una que tocará todos los aspectos de la política global, la economía, la tecnología y las finanzas a medida que se intensifica, y que algún día podría convertirse en una guerra caliente.
Algunos eruditos dicen que este tipo de espiral de conflicto es una “trampa de Tucídides”. Es la tendencia aparente, a lo largo de la historia, hacia la guerra cada vez que una potencia en ascenso desafía a otra ya establecida. La etiqueta proviene del historiador griego que relató de manera muy perceptiva la compleja Guerra del Peloponeso, que en su opinión fue causada en última instancia por el ascenso de Atenas y el temor que esto provocó en Esparta. Pero en el caso de EE.UU. y China, hay una analogía mucho mejor, como han descrito estos historiadores y economistas.
Es la lucha entre el imperio británico y el prometedor imperio alemán después de su unificación en 1871.
Esa época, como la nuestra, fue de revolución industrial y tecnológica, de la mano con una globalización incómoda. Al igual que EE.UU., Gran Bretaña era una democracia que creía en gran medida en los mercados libres. Y como lo ha hecho EE.UU. desde la Segunda Guerra Mundial, al menos hasta la presidencia de Donald Trump, el Reino Unido monitoreaba un orden internacional que regulaba el comercio y las finanzas, supervisando así la llamada Pax Británica.
En el lado opuesto, parecida a China hoy en día, estaba Alemania, un Estado autocrático que guardaba rencor por llegar tarde a la industrialización y empeñado en superar al líder, con políticas económicas nacionalistas y dirigidas por el Estado. También, al igual que China en la actualidad, Alemania hizo esto en parte con el robo de patentes y tecnologías, e impulsando agresivamente alternativas a los estándares de sus rivales.
Una carrera en ese entonces, por ejemplo, era por el estándar dominante en las comunicaciones radiales. Los británicos usaban y respaldaban la tecnología pionera del inventor italiano Guglielmo Marconi. Los alemanes, a instancias del káiser Guillermo II (Wilhelm II), hicieron todo lo posible para desarrollar y difundir su propio estándar, desde una compañía llamada Telefunken, a la que Gran Bretaña se resistió en todo momento pero no pudo silenciar. El equivalente actual serían las redes de telecomunicaciones 5G y la campaña global de EE.UU. para excluir a Huawei Technologies Co., el principal proveedor chino.
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En ambas épocas, el rival temía estar rodeado geográficamente e intentó surgir con grandes proyectos de infraestructura basados en motivaciones geopolíticas. Mirando hacia el este, Alemania intentó construir el ferrocarril Berlín-Bagdad para acceder al océano Índico que evitaba la marina británica. China, mirando hacia el oeste, tiene la Iniciativa de la Franja y la Ruta, un plan para conectar puertos, rutas marítimas, líneas ferroviarias y sistemas de información en Eurasia y África. El proyecto de Alemania fue detenido por la Primera Guerra Mundial; China se enfrenta a la oposición de algunos países a lo largo de su ruta.
Estas rivalidades inicialmente se intensificaron sin causar conflictos militares. El Reino Unido entonces, al igual que ahora EE.UU., impuso aranceles punitivos que lograron poco, e intentó otras cosas que no fueran recurrir a las armas. A nivel diplomático, ayudó que Alemania en el siglo XIX y China más recientemente tuvieran líderes lo suficientemente sofisticados como para fortalecer a sus propios países sin arriesgarse a una conflagración total.
En el primer caso, se trataba del canciller Otto von Bismarck, quien ideó el ascenso de Alemania bajo dos káisers hasta que fue despedido por el tercero, Guillermo II, un personaje vanidoso e inseguro que se sentía tan amenazado por los “expertos” como Trump hoy en día. El análogo de Bismarck en China fue Deng Xiaoping quien, como “líder supremo”, supervisó la industrialización de China, pero sin antagonizar abiertamente a los estadounidenses. Bajo uno de sus sucesores, Hu Jintao, esta política de evitar la trampa de Tucídides, y específicamente el precedente anglo-alemán que Pekín había estudiado en profundidad, se convirtió en doctrina oficial bajo la etiqueta “ascenso pacífico”.
Pero eventualmente el espíritu de la época cambió. Guillermo II, primo del rey Jorge V, por un lado admiraba y envidiaba todo lo inglés y, por otro, proyectaba un militarismo crudo y nacionalista, cambiando de uniforme varias veces al día.
Xi Jinping, estima lo suficiente a EE.UU. como para enviar a su hija (con seudónimo) a esetudiar en la Universidad de Harvard. Pero su política exterior es la del “guerrero lobo”, una película de acción sobre chinos que le ganan a occidentales.
Trump, quien tiene un estilo tipo Guillermo por su narcisismo y miopía estratégica, ciertamente ha empeorado la situación. Pero incluso una victoria de Joe Biden en noviembre podría no ser suficiente para alterar la dinámica fundamental de la trampa de Tucídides. Así como Alemania intimidaba bajo Guillermo II, bajo Xi China está tomando medidas cada vez más duras contra Hong Kong y los uigures en Xinjiang, enfrentándose con vecinos desde el Himalaya hasta el mar de China Meridional, y amenazando a Taiwán.
La historia, por supuesto, no está condenada a repetirse. Sin embargo, la gente en Pekín, Washington y otras capitales harían bien en volver a leerla, para que nuestra generación no entre “sonámbula” en una guerra mundial. Para 1914, al igual que hoy, el sistema internacional se había vuelto demasiado complejo para el entendimiento de los antagonistas. Y luego se encendió un fusible en Bosnia, un lugar que muchos alemanes y británicos no habrían ubicado en un mapa. En nuestros tiempos, podría suceder en un computador que ha sido hackeado por un enemigo o en una roca deshabitada en el mar de China Meridional.