CIENCIA
PoR la obesidad y el sedentarismo

Cada vez más chicos padecen trastornos alimenticios de adultos

Estudios en niños y jóvenes detectaron enfermedades por hígado graso no-alcohólico en el 13% de los investigados. En mayores de 15 años, supera el 17%.

Chatarra. Aumenta el consumo de comidas no saludables y disminuye la actividad física diaria.
| Cedoc<br>

Cambiaron el picado por la tele y la bicicleta por una tablet; se desplazan en auto en lugar de caminar; prefieren el ascensor a la escalera: la vida en la gran ciudad hizo que los chicos del siglo XXI se pusieran cómodos. Y si a esa comodidad se suma que eligen bebidas azucaradas en lugar de agua y hamburguesas frente a ensaladas, no hay que sorprenderse de que se agregue una nueva enfermedad a la lista cada vez más extensa de patologías de “grandes” que afectan a los niños.
El combo “sedentarismo más exceso de calorías y grasas” no sólo hace que la salud de los pequeños sufra los embates de la diabetes tipo 2, colesterol alto o hipertensión –complicaciones reservadas hasta hace poco a sus abuelos–, sino que ahora padecen también hígado graso, un problema que en los casos más graves puede derivar en cirrosis y llegar al trasplante hepático.
La Asociación Argentina para el Estudio de las Enfermedades del Hígado (Aaeeh) acaba de alertar sobre “el aumento de casos de pacientes con hígado graso, enfermedad sin síntomas que en la actualidad afecta al 30% total de la población, en su mayoría adultos y niños que consumen ‘comida chatarra’ y tienen vida sedentaria”. Carol Lezama, hepatóloga del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, es contundente: “La enfermedad del hígado graso no-alcohólico (o Nafld, por sus siglas en inglés) debe ser considerada en nuestros días como una epidemia real; es la causa de enfermedad hepática crónica más frecuente entre los niños, y tiene un fuerte impacto desde la perspectiva de la salud pública”.

Las causas. La Nafld es de origen metabólico y engloba un conjunto de condiciones clínicas que van desde la simple presencia de grasa en el tejido, hasta el desarrollo de inflamación (“esteatohepatitis” o NASH, por sus siglas en inglés) y fibrosis hepática, pudiendo evolucionar hasta convertirse en una cirrosis.
Según la pediatra y especialista en nutrición infantil Irina Kovalskys, “en el desarrollo del hígado graso se combinan factores genéticos y ambientales. En niños, puede tener muchos motivos, pero cuando no es consecuencia de una enfermedad con diagnóstico claro se llama enfermedad por hígado graso no-alcohólico (Nafld). Su causa más frecuente es la obesidad”. Y manifiesta: “Sin cambios de estilo de vida o descenso de peso, la Nafld puede convertirse en NASH, donde ya aparece un daño celular”.
Javier Benavides, miembro de la Aaeeh y especialista en Hepatología del Hospital Británico, puntualiza: “En pediatría se ha encontrado Nafld en cifras alarmantes. Un estudio hecho sobre más de 700 necropsias en personas de 2 a 19 años la detectó en el 13% de los casos, con una prevalencia del 17% entre adolescentes de 15 a 19 años. Y la tasa más elevada –el 38%– se observó en niños obesos”. Si bien en la Argentina la verdadera prevalencia de Nafld es incierta por falta de estudios, Lezama señala que “al estar asociada a la obesidad y la resistencia a la insulina, y la prevalencia de sobrepeso en niños y adolescentes argentinos alcanza cifras muy elevadas –diversas encuestas muestran tasas de hasta 25%–, no es de extrañar una mayor incidencia de hígado graso en esta población”.

Prevención. Según la Organización Mundial de la Salud, 41 millones de niños menores de cinco años tienen sobrepeso u obesidad en el mundo. Por eso, los especialistas insisten en atacar el problema de raíz.  “La pérdida de peso gradual y el ejercicio aeróbico son el tratamiento recomendado”, especifica Lezama. “Y una dieta hipocalórica, que limite bebidas y alimentos ricos en fructuosa y grasas saturadas. Además, aumentar el consumo de fibras, cereales, fruta y vegetales. Eso sí, en niños la dieta debe permitir un crecimiento adecuado y fortalecer la estructura ósea, por lo que debe ser armónica y diseñada de manera individual”.
La especialista concluye: “tratar esta enfermedad en los chicos no sólo revierte el daño hepático, también modifica el pronóstico de enfermedades asociadas, como la ocurrencia de diabetes y problemas cardiovasculares en edades tempranas”.

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¿Qué puedo cocinar?

“Nunca había escuchado sobre el hígado graso ni sabía sus consecuencias; me enteré cuando se lo diagnosticaron a mi hijo mayor”, le cuenta a PERFIL Norma Quispe, cuyos dos hijos –Federico (19) y Vladimir (17)– padecen la enfermedad desde que tienen 9 y 11 años, respectivamente. “No me asusté, pero me preocupé por saber qué podía hacer yo para ayudarlos”, asegura Norma. Y resalta que lo que más cambia en la vida familiar tras el diagnóstico tiene que ver con la comida: “empezás a pensar todo el tiempo qué cocinar. En lugar de muzzarella, queso light; sacar los fritos; ciertas carnes y darles más verduras. Ahora son grandes y se cuidan solos, pero de chiquitos era difícil. La dieta sin grasas era resistida, sobre todo por el menor”, recuerda.
Gracias a los cambios de hábitos y tratamientos, Vladimir revirtió la enfermedad. Y Federico está bien controlado.