Científicos de la Fundación Instituto Leloir y del Conicet participan de un ambicioso estudio internacional que buscará evaluar el impacto de la dieta, la microbiota (o flora) intestinal y los genes en la aparición y progresión del mal de Alzheimer, una enfermedad que afecta a una de cada dos personas mayores de 80 años. El proyecto –que fue presentado esta semana en España y se prolongará por tres años–cuenta con un presupuesto de cerca de 585 mil euros provenientes de la Unión Europea y las agencias financiadoras de cada uno de los países participantes (incluyendo el Ministerio de Ciencia por Argentina).
“Es una investigación que busca identificar y proponer nuevos enfoques preventivos para hacerle frente a una patología que hoy ya sufren 500 mil argentinos. Y que en las próximas tres décadas puede duplicarse hasta llegar al millón de afectados”, le explicó a PERFIL Laura Morelli, investigadora del Conicet en el Laboratorio de Amiloidosis y Neurodegeneración del Instituto Leloir.
“Ya hay muchos estudios hechos en animales que comprobaron que una dieta con alto contenido de grasas, colesterol y azúcar se asocia a un aumento de la principal manifestación clínica neuropatológica de la enfermedad: el depósito de placas de proteínas amiloides beta en el cerebro”, detalló Morelli. Además, una mala alimentación ayuda a inhibir algunos mecanismos de neuroprotección propios del cerebro.
Por otra parte, también se sabe que la dieta impacta sobre la composición y el equilibrio de la flora de bacterias intestinales de las personas.
Por otra parte, también se sabe que la dieta impacta sobre la composición y el equilibrio de la flora de bacterias intestinales de las personas. Y la actividad de esa “biota” que habita nuestros intestinos, logra –a través de complejos mecanismos fisiológicos– influir sobre factores neuroinflamatorios que pueden perjudicar, o proteger, la salud cerebral.
“Por eso nos sumamos a un grupo internacional que hará experiencias detalladas con animales y con un grupo de 1.200 personas de todo el mundo, de los cuales unos 200 serán argentinos. El propósito es estudiar en detalle el impacto de una dieta rica en grasas y azúcares sobre el deterioro cognitivo medido a lo largo de un período de tres años”, sostuvo Morelli.
Epigenética. En el tramo argentino de este trabajo multicéntrico, se sumará un estudio genético sobre el perfil de riesgo relacionado con la posibilidad de padecer estas demencias. “En muchos países los neurólogos ya analizan el genoma de sus pacientes buscando si poseen variantes que multipliquen el riesgo de padecer Alzheimer”, le explicó a PERFIL Luis Brusco, profesor titular en la Facultad de Medicina de la UBA e investigador del Conicet.
“Lo interesante es que esos estudios de riesgo se hicieron analizando poblaciones caucásicas de EE.UU. y Europa. Pero nuestro país tiene una gran mescolanza poblacional y de perfiles genéticos. Por eso armamos un banco especializado y realizamos investigaciones locales buscando determinar la firma molecular específica de nuestra población de pacientes de Alzheimer. Y sumamos casos de diversas provincias del país, tratando de determinar el perfil de riesgo genético típico para la población argentina”.
Con esta herramienta a punto los expertos quieren facilitar el diagnóstico precoz, algo esencial para esta patología. “Es que se trata de genes ‘epigenéticos’. O sea que si identificamos la presencia de un genoma de riesgo en jóvenes, es posible que –si la persona cambia sus hábitos cotidianos treinta años antes de la aparición de los primeros síntomas– se pueda demorar la aparición de la enfermedad”, detalló Brusco.
En otras palabras, a un paciente argentino al que se le identifique carga genética de riesgo “los médicos podrían sugerirle que mejore su reserva cognitiva intelectual, que cuide su hipertensión y baje el colesterol; que haga ejercicio aeróbico, pero evitando traumatismos de cráneo típicos del rugby o del box; que baje su concentración de homocisteína (aminoácido) y otras medidas similares. Tenemos mucho que hacer para prevenir”.