CIENCIA
diego golombek, biologo

“El cerebro humano está ‘cableado’ para facilitar pensamientos religiosos”

En su nuevo libro, Las neuronas de Dios, el científico analiza las bases neurológicas y bioquímicas de la fe. Dice que ciencia y religión son irreconciliables.

Peregrinación. Golombek dice que participar de practicas religiosas compartidas ofrece claras ventajas a la supervivencia.
| Marcelo Aballay

Bajo el sugestivo título Las neuronas de Dios, el biólogo Diego Golombek, investigador principal del Conicet y profesor de la Universidad de Quilmes, presentará el próximo 22 de noviembre un nuevo libro de divulgación científica. Esta vez se centra en una temática particular y polémica que no ha tenido, hasta ahora, mucha oferta en la Argentina. La bajada del título adelanta el detalle: Una neurociencia de la religión, la espiritualidad y la luz al final del túnel.

En una entrevista exclusiva, el autor –que se confiesa ateo– le contó a PERFIL que hace más de cinco años que viene trabajando sobre este libro. “Me interesaba poder contar todo lo que hoy sabe la ciencia acerca de las bases neurológicas y bioquímicas que se pueden relacionar con las creencias, con la mística y con la religión”, dijo. El objetivo es buscar respuesta a la pregunta: ¿por qué mayoritariamente la humanidad sigue creyendo en Dios?

En cinco capítulos y un interludio repasa en profundidad, pero sin perder claridad, y matizado con mucho humor, diversos temas que se ubican bajo el paraguas de la “neuroteología”: la influencia de los genes sobre los dogmas; los efectos de rezar sobre los circuitos neuronales; las visiones asociadas a la epilepsia y la actividad cerebral causada por ciertas drogas “místicas”, como la ayahuasca o el peyote

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—¿Hay un terreno común entre ciencia y religión?
—No. Yo considero que ciencia y religión son dos mundos absolutamente irreconciliables, porque la ciencia no puede estar ligada a la fe o establecer que hasta acá llega una y empieza la otra. Sin embargo, creo que es posible recurrir a las neurociencias para, en forma respetuosa y sin evangelizar, analizar diferentes fenómenos genéticos y cerebrales que están relacionados con la religión y con las creencias.

—¿Existe una predisposición genética hacia la fe?
—Cuando observamos que la religión es un comportamiento universal y cuando vemos en los chicos una alta propensión a creer en algo, en cualquier cosa, se vuelve inevitable pensar en alguna explicación genética. O postular que esas conductas tienen un componente hereditario. En ese sentido, varios expertos realizaron estudios sobre gemelos idénticos, pero criados en forma separada, para tratar de distinguir lo genético de lo ambiental y de lo cultural.

—¿Y qué se encontró?
—De acuerdo con estos trabajos, que tienen algunos problemas metodológicos, la “religiosidad innata” aparece en forma más significativa de lo que indicaría el puro azar de la lotería genética. No es una cifra apabullante, pero se cree que la heredabilidad de la religión ronda el 55%. Eso indicaría que es algo con lo que nacemos y que posiblemente tengamos una propensión hereditaria hacia las creencias en forma previa a cualquier acción cultural o a la educación de la familia.

—Entonces, ¿hay un gen de la religión?
—Sería raro que un fenómeno tan complejo sea monogenético. Como mínimo sería el resultado de la interacción de muchos genes. Lo cierto es que hay investigadores tratando de identificar polimorfismos en el genoma y reconocer variantes que aparezcan más frecuentemente en el ADN de personas religiosas.

—¿Ese gen tendría algún sentido práctico?
—Justamente, una de las razones por la que la propensión a la religión podría estar inscripta en nuestras células es que desde el punto de vista evolutivo participar de prácticas religiosas compartidas ofrece claras ventajas a la supervivencia: ayuda a cohesionar un grupo humano y a hacer que sus miembros se auxilien entre sí.

—¿Un científico puede ser creyente?
—Para mí es complejo, porque la ciencia requiere de evidencias y da respuestas con nuevas preguntas. La religión tienen a su favor que da certezas mientras que la ciencia deja dudas. Pero es cierto que hay grandes investigadores que son creyentes, como el norteamericano Francis Collins, que dice que su motivación para estudiar el genoma humano se debe a que es una obra de Dios y eso lo llevó a hacer algunos descubrimientos muy importantes. También está el argentino Daniel Drubach que, además de ser músico y un destacado neurólogo, es prácticamente rabino. Sin embargo, personalmente prefiero dejar de lado esa “grieta” entre ambos campos. Es un tema en el que tenemos que evitar el “versus” y no pensar en el otro bando como algo inferior. A una persona, sea o no religiosa, le tiene que fascinar la creencia religiosa. Evolutivamente el cerebro está cableado para facilitar pensamientos religiosos.

—¿Es posible que la ciencia se convierta en una religión?
—Es una de las críticas a la ciencia positivista, el hecho de que se haga un evangelio de la ciencia. Pero creo que la ciencia no viene a reemplazar a la religión. La ciencia puede ayudar a explicar en forma racional los fenómenos e históricamente ha dado una ventaja adaptativa, en especial a los líderes de movimientos religiosos y sociedades más cohesionadas. No veo un futuro asimoviano, con la ciencia en un punto equiparable a lo que hoy es la religión.

 

Rezar induce cambios en los circuitos neuronales

Se ha comprobado que la plasticidad neuronal genera cambios en las estructuras cerebrales que, a veces, se vuelven permanentes. Y el fenómeno religioso induce cambios en el cerebro por medios diversos. “Por ejemplo, el rezo genera una cierta activación repetitiva de estructuras cerebrales. Y eso es algo que ya se denota en un simple encefalograma. Algo similar se verifica con la meditación”, dice Golombek. “Es posible que esos cambios morfológicos nos vuelvan, en el largo plazo, más receptivos a nuevos estímulos religiosos. Sin embargo, algunas de esas alteraciones son, todavía, demasiado sutiles y complejas de mensurar debido a que aún no tenemos herramientas capaces de desentrañar imágenes cerebrales tan finas”. Investigadores del Instituto Nacional de Desórdenes Neurológicos en Bethesda (EE.UU.) revelaron que las zonas del cerebro que se activan con la fe religiosa son las mismas que los humanos empleamos para comprender las emociones, los sentimientos y los pensamientos de los demás; lo que indicaría que juzgamos a Dios utilizando los mismos mecanismos que empleamos para juzgar a otras personas.