Llevarse un libro electrónico a la cama, navegar en la tablet o chatear en el celular antes de ir a dormir pueden pasar factura a la hora de conciliar el sueño. Un estudio de la Universidad de Harvard, Boston, publicado esta semana en revista Proceedings of the National Academy of Sciences, halló que la luz de onda corta que emiten estos dispositivos afecta negativamente al sueño y al estado de alerta matinal.
En el trabajo, 12 adultos jóvenes leyeron durante cuatro horas antes de acostarse durante cinco noches consecutivas, en una habitación con una luz muy tenue. La mitad leyeron libros electrónicos y el resto leyeron libros impresos. Los investigadores encontraron que los participantes que leyeron un libro electrónico necesitaron más tiempo (unos 10 minutos más) para dormirse que los que leyeron los libros impresos. Y, cuando se durmieron, pasaron menos tiempo en la fase REM, que se asocia con un sueño profundo y restaurador. Además, a la mañana siguiente a leer un libro electrónico, a las personas les costó más despertarse y llegar a estar totalmente alertas que tras leer un libro normal, aunque durmieran la misma cantidad de tiempo.
Desfase horario. La culpa de este efecto –según explicó la neurocientífica Anne-Marie Chang, investigadora principal del estudio– la tiene la luz brillante de estos dispositivos que parece suprimir la melatonina, una hormona que promueve el sueño y que normalmente aumenta al anochecer y alcanza su nivel más alto cuando dormimos. “Esta luz de onda corta se proyecta directamente sobre la cara del lector y tiene consecuencias serias para nuestro sueño y nuestro nivel de alerta, no solamente cuando estamos usando estos dispositivos electrónicos, sino en la mañana siguiente también, incluso después de haber dormido ocho horas”, dijo Chang, de la División de Trastornos del Sueño y Circadianos del Hospital Brigham and Women’s de la Universidad de Harvard.
“Actualmente dormimos, en promedio, dos horas menos que hace 50 años”, le dijo a PERFIL Daniel Vigo, investigador del Conicet en el Departamento de Docencia e Investigación de la Facultad de Ciencias Médicas de la UCA. Para el especialista, nuestro cuerpo no está preparado para la sociedad 24 horas. “Durante la mayor parte de nuestra historia evolutiva vivimos en un mundo en el que no existía la luz artificial. En este sentido, el funcionamiento de nuestro cuerpo está adaptado, por lo general, a realizar nuestras actividades durante el día y dormir de noche. Las alteraciones de nuestros ritmos biológicos naturales se traduce en el mediano o largo plazo en un aumento del riesgo de diversas enfermedades”.
Más vulnerables. Los adolescentes son el grupo que presenta mayor riesgo, ya que son usuarios intensivos de dispositivos tecnológicos. Según datos del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA correspondientes al año 2012, alrededor de un 40% de los adolescentes argentinos se encuentran privados de sueño. “Por cuestiones biológicas aparentemente relacionadas con los cambios hormonales propios de la edad, los adolescentes tienden a irse a dormir más tardíamente. Esto se asocia al uso nocturno intensivo de pantallas. Finalmente, a esto se suma el comienzo temprano de clases, en discusión en muchos lugares del mundo. Todo lo cual se traduce en que los adolescentes presentan una cantidad de sueño disminuida”, sostuvo Vigo.
Un estudio anterior, publicado el año pasado en Nature concluyó que el uso de smartphones y tablets antes de dormir multiplicaba los problemas de sueño. El trabajo hacía énfasis en el riesgo de estos efectos para las ultraconectadas nuevas generaciones. “Los adolescentes duermen media hora menos por cada dispositivo electrónico que tienen en el dormitorio”, escribía Charles Czeisler, líder del estudio.
Para no interferir en el sueño, los especialistas recomiendan apagar las pantallas al menos una hora y media antes de irse a dormir. Y, si quiere leer, elegir un libro impreso por sobre uno electrónico. Aunque reconocen son necesarios nuevos estudios fisiológicos para entender el impacto de la luz de estos aparatos sobre el aprendizaje y el desarrollo