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Con el Papa está pasando lo que tenía que pasar: bienvenidos a la Argentina de 2013. Es un furor que no cesa. Nadie se ruboriza. Todo el mundo se maneja con esa expeditiva argentinidad de siempre. Una emoción vibrante y en muchos casos sincera: el más popular, el más cálido, el más austero, el más corajudo. Hasta lo postularon para presidente. En seis meses, Jorge Mario Bergoglio es Gardel, con el trío incluido. No hay fronteras ideológicas ni reticencias confesionales. Es como si la Argentina hubiese descubierto a su nueva estrella deslumbrante.

Las fétidas exhibiciones de oportunismo presidencial son graves, pero hay que admitir que participan del tono general. Son las más inexcusables, claro, porque se ejercen desde el poder y porque el kirchnerismo aplicó un machismo anticlerical bastante grueso hasta el último Habemus Papam, enunciado por el Vaticano el 13 de marzo. El hincha de San Lorenzo, Georgium Marium, se convirtió en apenas 48 horas en un mesías colosal. Cuervo reaccionario y confesor de torturadores hasta ese momento, según la ramplonería nacional y popular, devino súbitamente en el juguete mimado de muchos y, sobre todo, de un Gobierno cuya debilidad por el pragmatismo carece de límites.

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Por eso, al llevarse a Martín Insaurralde a Río, era evidente e inevitable que Cristina iba a producir la foto que necesitaba el rico empresario sanisidrense Enrique Albistur para armar su afiche electoral, con el que empapeló Buenos Aires. Pero la vulgaridad kirchnerista no es un cisne negro. Florece en un escenario especialmente propicio para los entusiasmos fugaces y los cambios volátiles.

En este marco, Bergoglio ya debe ser considerado con la seriedad y sobre todo el rigor que merece el caso. En una sociedad bastante enferma de idolatrías precipitadas, él no puede ignorar cómo funciona la Argentina. Su visibilidad no sólo es altísima. También tiene consecuencias. Si es cierto que la Compañía de Jesús es una orden en la que proliferan los intelectuales y que se ha manejado por siglos con inteligencia operativa, el Papa debería haber sabido a quién saludaba en Roma cuando hace pocas semanas recibió a una delegación en la que se encontraba Sergio Burstein, al que se suele describir como delegado de la Secretaría de Inteligencia ante la comunidad judía argentina. No podría haberse negado tal vez a saludar a Insaurralde ya en Río, pero se le podría haber advertido antes a Cristina desde Roma que el Papa no convalidaría una acción proselitista tan burda. Ambos visitantes complicados viajaron y ambos tuvieron su cuota papal, una flexión muscular que no debería ser irrelevante para el análisis.

Los gestos públicos de Bergoglio (austeridad, cordialidad, entusiasmo, apertura, frescura) están destinados a suscitar rápidos alineamientos y él ha sido exitoso en ese esfuerzo, al menos hasta hoy. Pero sólo han pasado cinco meses y toda exaltación se va esfumando en el tiempo.
Desde aquel titubeante Annuntio vobis gaudium magnum. ¡Habemus Papam! Georgium Marium Sanctæ Romanæ Ecclesiæ Cardinalem Bergoglio qui sibi nomen imposuit Franciscum pronunciado por el anciano cardenal protodiácono Jean-Louis Tauran, un viento de (por ahora aparente) renovación sopla desde este Vaticano conducido por un argentino. Dueño de una natural perspicacia y auténticamente involucrado en cambios que a la Iglesia le eran indispensables, el papa Francisco no puede ignorar la vocación reclutadora del gobierno argentino. No es, ciertamente, una catequesis de valores y convicciones espirituales. En apenas 72 horas, el kirchnerismo entendió en marzo que había que arrimarse al Papa sin titubear. Es lo que ha hecho siempre y sin mayores reticencias en otros casos.

Como sucedió con Carlos Menem hasta 1996, con Eduardo Duhalde hasta 2003 y con el santiagueño Carlos Juárez hasta 2004, los Kirchner no preguntan cuántos ni quiénes son. Ejecutan y no pierden el tiempo. Empresarios, sindicalistas, organismos de derechos humanos, militares, periodistas, actores, a cada quien según sus necesidades y de cada quien el diezmo del apoyo al Gobierno. Bergoglio no era el hombre hasta marzo de 2013. Pero fue convertido en amigo sin dilaciones. Catolicismo a raudales, escarpines para Néstor Iván y súbito enamoramiento de la doctrina social de la Iglesia siguieron con esa frescura para el “realismo” que nunca le faltó al oficialismo. El indulto a los evasores del fisco (“exteriorización” de capitales no declarados) y la apertura al capital extranjero (Chevron) son los parámetros paralelos a este súbito amor electoral por Francisco. Harina del mismo costal, fotos fieles de una versatilidad tan imponente como cínica.

La Iglesia de Roma tiene, claro, 2 mil años de antigüedad. Francisco es el Papa número 266, incluyendo al primero, que fue Pedro. Han pasado emperadores, reyes, presidentes y líderes de todo tipo. Aun cuando no brilla hegemónicamente como hace un siglo, la Iglesia es una fuerza poderosa y universal. Las travesuras proselitistas de un grupo gobernante experto en mañas para perpetuarse en el poder no deberían hacer mella en una institución secular y confesional de la proyección de la Iglesia. Pero no sería superficial que el ex cardenal argentino se asumiera como un Papa universal cuidadoso. La gente que fue a producir la foto de campaña tiene pocos escrúpulos y muchos intereses. El Papa deberá manejarse, o al menos debería hacerlo, con otros paradigmas y otros tiempos.

 

*www.pepeeliaschev.com - Twitter: @peliaschev