Semanas atrás, este ombudsman transmitió a los lectores su preocupación por la cantidad de mails recibidos fijando posturas extremas en relación con acontecimientos y personajes, más relacionados con las consecuencias de la denominada grieta que de auténticas inquietudes, necesidades, decisiones o posturas pasibles de debate pero no de diatribas.
Esta situación se ha dado con mayor virulencia en los últimos días, en particular a partir de las manifestaciones a favor de la despenalización del aborto y del anuncio del presidente Mauricio Macri en el sentido de favorecer –así lo expresó en su mensaje ante la Asamblea Legislativa– el debate parlamentario sobre el tema.
Es necesario –diría que imprescindible– que sean consideradas las características de la cuestión y sus implicancias sobre la salud pública (la clandestinidad, originada en la actual legislación restrictiva, motiva anualmente cientos de muertes y miles de lesiones que afectan a mujeres que no cuentan con recursos para esa misma práctica con condiciones sanitarias favorables), sobre las convicciones religiosas o morales y sobre el corpus legal. Pero los lectores a quienes importa opinar sobre la cuestión deben enviar sus comentarios y cartas respetando dos premisas básicas: una, la argumental, que debe ser sustentada por información certera y fundamentada en datos precisos y fuentes reconocibles, aunque las posturas sean controversiales; la otra, de forma, con el debido respeto a las opiniones ajenas, sin componentes injuriosos. Ambos requisitos son tenidos en cuenta por este ombudsman a la hora de permitir o no su publicación en el Correo de Lectores, sin que ello implique censura o manipulación alguna. Lo delicado del tema obliga a extremar la atención sobre contenidos y continentes.
Los primeros signos de las rispideces en el debate (que, por cierto, no es nuevo sino que lleva ya décadas, tanto en la Argentina como en el resto del mundo) se están observando en los medios, con mayor o menor intensidad. En algunos casos, quienes ofician de intermediarios entre los acontecimientos y el público (periodistas, conductores de espacios en radio y televisión, portales de noticias, medios tradicionales) parecen elegir combustible para avivar las llamas antes que profundizar sobre el tema con conocimientos ya adquiridos o con datos recién incorporados. Así, es seguro que se verá en los próximos tiempos una suerte de guerra dialéctica con más gritos que reflexión. Esta columna pretende ayudar a los lectores de PERFIL a separar, una vez más, la paja del trigo y no rendirse ante tales polémicas sin buen destino. Ello, en homenaje a una cuestión dramática: según un muy buen informe de la periodista Sofía Benavides para Infobae, “el mapa latinoamericano (sobre el aborto) se asemeja más al del Africa y Medio Oriente, donde, a excepción de Túnez, Sudáfrica y Mozambique, el resto de los países imponen severas penas a la práctica abortiva”. Agrega la autora que, según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), “97% de los abortos en Africa y 95% en América Latina son considerados inseguros (un total de 5 millones y 4,4 millones, respectivamente)”. En Argentina, datos no oficiales –aunque confiables, por la coincidencia de fuentes diversas– indican que medio millón de abortos son practicados cada año, en su gran parte clandestinos.
Volviendo al artículo de Benavides, se cita allí un informe de Amnistía Internacional (AI) publicado en marzo de 2016, que revela que “el 97% de las mujeres de América Latina y el Caribe en edad reproductiva viven en países donde el acceso al aborto seguro está severamente restringido por ley (N de R: entre ellos, la Argentina). Como siempre sucede en la región más desigual del mundo, la necesidad insatisfecha de servicios de salud sexual y reproductiva afecta de manera desproporcionada a las personas que viven en situación de pobreza y marginalización”.
La responsabilidad de medios y periodistas en la tarea de limpiar de malezas este imprescindible debate –desigual, por cierto, a partir de la propia definición del Presidente sobre su postura contraria a la despenalización (que esté “a favor de la vida” lo coloca en el lugar de quienes se oponen)– es un ingredente a tener en cuenta por los lectores para formarse opinión, aunque sus convicciones parezcan ya irreductibles. Estos son tiempos de cambios culturales rotundos que impactan sobre la vida cotidiana de la humanidad. En la medida en que cada uno sea capaz de analizar con profundidad temas de tanta magnitud, se verá enriquecida la discusión de quienes deben legislar sobre la materia y también sobre los defensores de posturas extremas e intermedias.