El Gobierno realiza un gran esfuerzo para acceder a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE). Busca así preparar a nuestro sistema institucional para afrontar en forma efectiva el desafío de política exterior, que el brasileño Celso Lafer define como “traducir necesidades internas en posibilidades externas”. Este proyecto demandará el esfuerzo de funcionarios, sectores productivos y de la sociedad civil. Es por ello crítico que el proceso de ingreso esté ligado a una visión de desarrollo que tenga los suficientes elementos de consenso.
La OCDE, con sede en París, está compuesta por 35 Estados que apoyan los valores democráticos y el comercio mundial. Los países miembros se reúnen para intercambiar información y armonizar políticas con el objetivo de maximizar su crecimiento económico. Considerada hoy como “el club de los países ricos”, es la sucesora del Plan Marshall, que apoyó la reconstrucción europea, luego de la Segunda Guerra Mundial. Al fundarse la OCDE en 1960, se sumaron a los países europeos, los EE.UU., Canadá y Turquía. Con el tiempo se incorporaron Japón y Corea, Australia y Nueva Zelanda, países del Este y Báltico europeo, e Israel. De América Latina serían aceptados Chile y México, tierra del secretario general Angel Gurría.
La OCDE ha construido a su vez un sólido prestigio como proveedora de “buenas prácticas”, estadísticas y análisis, comparando las performances de los países miembros. Estos estudios son relevantes dados los cambios que se procura implementar en la Argentina. Podemos citar los análisis que se enfocan en los niveles de pobreza y vulnerabilidad, en los niveles de educación –incluyendo el índice PISA–, en los niveles de inversión interna y externa, y el índice Gender Gap, que monitorea las diferencias de participación femenina.
La gestión Macri ha encarado con energía el proceso de acceso a la OCDE. Luego de solicitar oficialmente su ingreso, numerosas misiones de la OCDE visitaron el país. Se procura recibir la “luz verde” para comenzar el proceso de admisión, que consiste en aprobar los requisitos de 23 comités. El equipo del subsecretario Marcelo Scaglione –responsable por la OCDE– ha trabajado duro para que, a partir de los ocho comités en los que la Argentina participaba en diciembre de 2015, se pasaran a integrar 13 a fines de 2016, y 18 a mediados de 2017. Se busca integrar los 23 comités críticos hacia fin de año.
La Argentina está aprovechando su presidencia del G20 en 2018 para trabajar con los equipos técnicos de la OCDE. En noviembre hubo encuentros en el Palacio de Hacienda y en la Casa Rosada, donde concurrieron ministros, funcionarios de la OCDE –Gabriela Ramos, jefa de Gabinete, y Andreas Schaal, director de Relaciones Globales–, empresarios y legisladores. Se discutieron el acceso a la OCDE y la presidencia argentina del G20. Al trabajar juntos, la Argentina aprovecha para presentar “sus circunstancias” ante la OCDE y así facilitar su acceso. Por otro lado, aunque el staff de la OCDE procura contribuir en el G20, es la Argentina la que debe decidir sobre estos aportes.
El ingreso a la OCDE no sólo da acceso a buenas prácticas, sino que es un antídoto contra la tentación aislacionista. Es positivo compartir con los países miembros sus experiencias en la implementación de reformas. Más cuando se nota una cierta humildad en el staff de la OCDE, que no busca imponer “recetas”, sino proporcionar “ingredientes”. En cuanto a lo segundo, y parafraseando a Albert Camus en La peste: “El bacilo del aislacionismo no muere ni desaparece jamás”. El compararnos en forma continua con los países miembros nos permitirá permanecer conectados, comparando en forma efectiva –aunque inicialmente penosa– los progresos realizados en términos de desarrollo.
Si bien la OCDE puede proporcionar ingredientes y recetas, es el Gobierno el que debe asumir el rol de chef. Es decir, adoptar o adaptar las buenas prácticas observadas a nivel global a las circunstancias y a los objetivos de una visión de desarollo. En este desafío es importante estar conscientes de todos los ingredientes que deben ser parte de una receta autóctona, para ir, como expresó Mario Quintana, “encontrando nuestro camino”. A esto habrá que sumar un agudo sentido de la secuencia y del timing con que se deben introducir y mezclar estos ingredientes.
A juzgar por lo presentado por el equipo de chefs de la Casa Rosada durante la semana OCDE, el Gobierno aparenta tener más claridad con respecto a los aspectos ligados al desarrollo social que a los ligados al desarrollo económico. Se presentó un plan de desarrollo social que no espera ni cree en la “teoría del derrame” y que consta de tres pilares: una política de ingresos para mitigar
–no solucionar– los apremios de los sectores desfavorecidos; acercar bienes públicos de calidad a estos sectores –un mayor grado de dignidad– y revitalizar la movilidad social –es decir, la esperanza– a través de una educación de calidad y oportunidades de ascenso social.
En contraste, y ante la evidencia de que el endeudamiento externo tiene límites y consecuencias, lo que se presenta como un plan productivo no parece ser, usando la expresión de los expertos de la OCDE, más que una lista de ingredientes, que al no tener asociado un sentido de secuencia o de timing, no llegan a convertirse en receta y menos en una buena práctica. Tampoco encarna una visión de desarrollo.
El desafío para la Argentina será asegurar que las reformas a implementar para ingresar a la OCDE estén en línea con una visión de desarrollo consensuada. Los tiempos del proceso de admisión no pueden ir limitando los grados de flexibilidad para encontrar “nuestro camino”. Esta visión debe ser explicada y consensuada antes de acelerar el proceso de ingreso a la OCDE, para evitar que luego se produzcan contramarchas con consecuencias negativas en lo interno y en lo internacional.
*Autor de Buscando consensos al fin del mundo: hacia una política exterior argentina con consensos (2015-2027).