¿Cómo se puede hablar todo el día y no decir nada? El conflicto de la empresa Kraft, ex Terrabusi, demuestra que el debate sobre los medios de comunicación está mal encarado. No se trata de su cantidad sino de su calidad.
La versión de que el problema en la planta fabril se inició en el mes de julio con la gripe A cuando la comisión interna pidió medidas precautorias a la empresa para proteger a mujeres embarazadas y niños de la guardería de la peligrosa enfermedad es literatura fantástica.
Si fuera verdad, quienes desoyeron el pedido y no hicieron lo necesario para que ni el personal ni sus hijos pusieran en riesgo sus vidas, son responsables de algo más que de una multa; están en el límite del homicidio. De ser así, nadie entiende que la comisión interna no acudiera de inmediato al Ministerio de Salud y a su entonces ministra Ocaña, para denunciar que mientras en la función pública se daba asueto a las embarazadas, en una empresa privada multinacional se jugara con la salud y la vida de sus empleados.
Ninguna otra versión circula. Nadie entiende por otra parte que una empresa pueda estar ocupada más de un mes por secciones de su personal sin que ninguna autoridad pública intervenga para resguardar bienes o para evitar situaciones fuera de control.
La interna gremial y sus avatares constituyen una variable a tener en cuenta sin que se sepa a ciencia cierta en qué momento se estaba de esta puja sindical cuando se desencadena el conflicto. Nadie sabe qué estrategia lleva a cabo el gobierno de la provincia de Buenos Aires y el de la Nación para que se tense la soga y se rompa ante la ausencia de la ley y de sus responsables.
Y lo que menos se entiende es que los medios de comunicación gráficos, radiales y televisivos estén con sus cronistas, noteros, movileros, columnistas y comunicadores, durante las veinticuatro horas del día al frente de la noticia, y no tengan la menor idea –o no quieran tenerla– para informarnos a nosotros de lo que se trata.
Será porque no lo saben o porque no quieren tener problemas, ni con la corporación multigalletita, ni con el Gobierno, ni con la CGT, ni con las organizaciones sociales, ni con Dios y menos con el Diablo.
La Ley de Radiodifusión es una de las mayores mentiras que ha inventado nuestra clase política. Afirmar que hasta ahora hemos sido manipulados por un monopolio da risa. Quien escucha radio cada día, ve tele y lee diarios sabe que en este circo mediático no falta ningún entretenimiento. En la AM entre la 530 y la 590 del dial, ahí nomás entre la izquierda de las viejas radios y un poquito al centro, podemos deleitarnos cada mañana con la pintoresca Radio Colonia, la Radio de las Madres, escucharlo a Luis D’Elía en Cooperativa y desayunarnos con Magdalena, y todo esto sin haber llegado aún a la 630 de Radio Rivadavia ni a las delicadezas de Nelson Castro, el fascismo de Eduardo Feinmann, los retos de López Foresi, el terror de no ser progresista de Tenembaum y las maldiciones de Chiche.
Otra obviedad es hablar de la tele y de los cientos de horas de noticia, gracias a los que ya estamos emparentados con Solá, Morales, Cristina, Lilita y todos los que comparten nuestra mesa o cama según comamos o durmamos con estos nuevos familiares en la pantalla.
Por supuesto que Clarín domina en la gráfica, pero lo hace por los deportes y las historietas y no por adoctrinamiento político. Lo que los gobiernos siempre se disputaron fueron los titulares de la primera página.
Desde que este “gran diario argentino” colaboró con la democracia al romper el pacto que tenía con el poder político, y tuvo que llevar micrófonos, fotógrafos y cámaras, para dar voz e imagen a cientos de miles que estaban en la calle y en la ruta, todo el mundo salta en contra del “monopolio”. Esta farsa muestra la decadencia de una cultura que estafa con abundancia. Una vez más se iguala venganza con justicia.
Los medios deben estar concentrados; si se los fragmenta en cooperativas, pueblos originarios, oenegés, no sólo no se multiplican las voces, sino que no las escuchará nadie y estarán a merced de barones políticos, extorsionadores económicos y burócratas oficiales.
Grupo Fontevecchia, Grupo De Narváez, Vila-Manzano, Clarín, Página/12, Grupo Saguier, Grupo Haddad, Capital Intelectual, Grupo Prisa, Telefónica, Sergio Szpolski; todos estos grupos compiten entre sí, son poderosos y aseguran que ningún poder arrase al débil con facilidad. Y sí, de acuerdo, al lado de ellos, bienvenidas sean cientos de FM, todo tipo de emisoras, miles de páginas de Internet, para todos aquellos que deseamos zafar aunque fuere por algunos minutos del show business de la noticia y del famoso caño tan mimado.
Un medio de comunicación comercial es una institución democrática. Depende de avisadores que no son otros que corporaciones importantes, pymes, comercios y fuerzas vivas de la actividad económica. Depende del rating de un público para que sus avisadores estén satisfechos, y deben ofrecer programas para que consumidores potenciales y clientes apuesten al medio. La democracia no es sólo escudarse en la palabras como pueblos originarios, espacio público y cultura nacional.
Limitar esta concentración para que el sistema oligopólico no se condense en una mano grande está bien, siempre y cuando no se rompa el sistema en nombre de esta falsa entelequia que nos habla de un pueblo ansioso de expresarse y homenajear su tradición nacional y que hoy no puede hacerlo.
No sólo es una posición falsa sino una victimización demagógica que siempre llora porque no honramos lo suficiente a nuestra historia y sus héroes, porque pasamos demasiada música extranjera, mucho enlatado yanqui, y que no gozamos del arte de nuestros valores, etc., etc., etc.
Este gobierno ha inventado algo genial: el sentimiento militante. Gente de aquella juventud maravillosa puede tranquilamente ignorar su panza, su calvicie, sus flojedades varias, tomar partido sin moverse de sus sillones y no hacer nada más que revivir viejas emociones. Les basta con odiar a Clarín, aborrecer a la oligarquía del campo, volver a condenar a los genocidas, eso y mucho más sin otro compromiso que “sentirlo” y decirlo en el café, en la Biblioteca Nacional o en los ascensores.
Tantos años de quietud politiquera nos han hecho añorar aquellos buenos tiempos en que todavía teníamos vigor. Sin duda, para muchos, los mejores años son aquellos, y la única experiencia que los dignifica es la de su mocedad. No tienen otro gran relato para sus vidas.
Y gracias a este nuevo ambiente creado por este gobierno tan militante, hay un sentimiento que podemos compartir, sin pensar, con el corazón, las canas y el grito, por qué no.
No se trata de cantidad, hay una sobreabundancia de medios, podrán redistribuirlos para que no falten en algunas zonas, ya que sobran en otras, pero no hay ley que valga para mejorar la calidad de la información. Lo de Kraft y hasta la misma Ley de lo Medios son un ejemplo.
*Filósofo (www.tomasabraham.com.ar).