No es una despedida. Pero la narrativa simbólica desarrollada por el Frente de Todos para ganar las elecciones de 2019 se ha esfumado o se ha empañado al menos. La idea de que el kirchnerismo estaba “suavizado” por un candidato como Alberto Fernández muy crítico de las gestiones de Cristina, y acompañado por los gobernadores, y el gran promotor de la frustración electoral del 2013, Sergio Massa, no funciona más.
El misterio del ministerio. Existe una coincidencia generalizada que hay un antes y un después de Alberto Fernández el corto lapso de tiempo que va desde 2019 al 2021, una transformación cuyo nudo central pueda ser comprendido cuando escriba sus memorias dentro de algunos años. Sin embargo, se alcanza leer el origen de su cambio de posicionamiento en septiembre del año pasado, cuando sin una explicación decisiva decidió recortarle los fondos de la coparticipación a la ciudad de Buenos Aires. La impresión de aquellos días fue que Horacio Rodríguez Larreta había ascendido en las encuestas vertiginosamente, empujado por su presencia estelar en las mesas tripartitas organizadas por el presidente junto a Axel Kicillof para explicar cuestiones derivadas de la pandemia. El tema fue que mientras la imagen positiva del alcalde porteño seguía subiendo, la del presidente comenzaba a descender en la medida que la cuarentena se extendía. En definitiva, CABA fue y será una causa perdida para el peronismo.
No obstante, hoy la imagen de Alberto Fernández aparece desdibujada, sus rasgos de aquel componedor que explicaba la situación en forma detallada con la paciencia de un profesor, y que entusiasmó incluso a los no peronistas, se vio reemplazada por otra más difícil de desentrañar. Su discurso del primero de marzo, en la inauguración las sesiones legislativas, pareció expresado con poca convicción a pesar de su énfasis. La lectura íntegra del texto por supuesto no lo ayudó a plantarse en el escenario político del nuevo año.
Más intrigante todavía fue la cadena nacional del jueves 18. Sin generación de expectativa previa para impulsar a la audiencia, sin anuncios, y con un triste telón de fondo marrón fue una pieza de la anticomunicación. Una herramienta clave desaprovechada y que será necesaria en el futuro. Pareció (pensado con malicia) que su única función era hacerlo coincidir con la presentación del libro de Mauricio Macri. Una competencia que a todas luces no existe y si existiera es intrascendente.
Luego, el reemplazo de Marcela Losardo por Martín Soria fue traumático, no solo por la extensa relación personal y profesional que el presidente tenía con la exministra sino por el tiempo que se tardó en efectuar el relevo (además de la expresión de “agobio” por la que Losardo renunciaba). La lectura que hizo buena parte de la sociedad fue que ese recambio se realizó a regañadientes de la decisión presidencial, erosionando su margen de maniobra. Finalmente, los rumores de una amarga discusión de Alberto con Cristina Kirchner quedaron en el aire sin desmentidas.
Moderados abstenerse. En definitiva, la disputa electoral se dirige de aquí en más sin ambages a presentar al cristinismo duro como el contendiente principal en el centro electoral, lo cual alegra a los halcones de ambos espacios. La otra parte de la ecuación parece despejarse y apunta a romper un hechizo histórico: que un gobernador llegue a la presidencia de la Nación: Axel Kicillof 2023. ¿Saldrá con su Clío a recorrer el país poniéndose al hombro la campaña electoral? La escena del acto del 24 de marzo en Las Flores fue clave para entender el escenario futuro con Cristina, Axel Kicillof, y Máximo Kirchner: “Ya me conocen de memoria” comentó la vicepresidenta a quienes no alcanzaba a verla con claridad. Sin embargo, pareciera que Máximo podría tener una mirada alternativa a la emergencia del axelismo, lo cual provoca interrogantes. Una clave del movimiento para encumbrar a Kicillof la da el hombre del momento, Sergio Berni. Su omnipresencia, su estilo y su discurso es el contrapeso de la imagen del “soviético” como lo llaman quienes no quieren al gobernador. Pero además la figura del corpulento ministro da cuenta de una situación tan explícita como invisibilizada: la inseguridad que angustia a gran parte de los argentinos, incluso en pequeñas ciudades que desconocían el delito flagrante hasta momentos recientes.
El hombre sin tiempo. La presión interna y externa a la que está sometida Horacio Rodríguez Larreta como principal figura de la oposición le trajo consecuencias personales y políticas. Su discurso centrista, e hiperdialoguista no parece no satisfacer al núcleo duro del votante de Cambiemos, mostrando una caída en su imagen positiva. La dialéctica existe. Al mismo tiempo, aparte del ascenso de Patricia Bullrich como líder de la intransigencia, le surgen contrincantes inesperados como Martín Lousteau protagonista de la tan elogiada (como difícil de entender en sus resultados) de la interna radical. El exministro y actual senador parece encontrar en Facundo Manes un aliado futuro, convirtiéndose en dos figuras “nuevas” para 2023. Por su parte, Macri en su raid de entrevistas tras la presentación de su autobiografía parece no terminar de entender por qué gano o porqué perdió, pero sí conjuga a la perfección la gramática de la polarización, incluso con un ingrediente que se desconocía que tenía: el sentido del humor. Aunque no lo expresa, el sobreentendido de toda su puesta en escena es chequear sus posibilidades para otra experiencia inusual en la historia argentina: sobreponerse a una derrota y volver a la presidencia para ahora sí hacer reformas sin anestesia, como lo haría Juan Domingo Perón impensado votante de Juntos por el Cambio.
Dura realidad. Mientras los políticos siguen su curso, la sociedad se pregunta sobre la inflación, el futuro del empleo, el plan de vacunación y si viene un nuevo confinamiento o quizás una versión light.
*Sociólogo @cfdeangelis