Como preparación para la temporada acuática en la costa atlántica, leo Bocetos de natación, un libro de Leanne Shapton que acaba de pu-blicar Blatt y Ríos traducido por Laura Wittner. Casi al mismo tiempo, Entropía publicó un libro autobiográfico de Wittner, Se vive y se traduce. Hace unos años, Entropía había publicado En el estanque (vida de un nadador) de Al Alvarez, traducido por Juan Nadalini. ¿Qué tienen que ver estos libros entre sí? Que, según consta en ellos, Shapton, Wittner, Alvarez y Nadalini nadaron en los estanques de Hapmstead Heat en Londres. ¿Y qué importancia tiene eso, además de demostrar que el mundo es un pañuelo? Seguramente ninguna, pero no deja de ser curioso. Nadalini y Wittner son además una pareja y en su libro ella cuenta que fueron a Hampstead y se bañaron cada uno en su estanque, porque en Hampstead hay tres: el de hombres, el de mujeres y el mixto. Shapton nadó en el de mujeres. Si a uno le interesa profundizar en el tema, debe leer el libro de Alvarez, que se bañó todos los días hasta una edad avanzada (murió en 2019, a los 90 años), incluso en el agua helada del invierno, alternando el de hombres con el mixto. Creo que acabo de completar el párrafo más intrascendente desde que empecé a escribir estas columnas en 2005.
Es que no sé cómo empezar a hablar del libro de Shapton, una mezcla de diario íntimo, libro de arte y perio-dismo que me dejó desconcertado. Para empezar, es un libro extraordinariamente frío, irrefutablemente elegante y endemoniadamente seguro: una obra sólida para un medio líquido. Shapton nació en 1973 cerca de Toronto y con el tiempo se convirtió en lo que es: una editora, artista visual y escritora de éxito. No estoy seguro sobre la dimensión exacta de su éxito, pero se deduce de los hoteles en los que cuenta que se aloja en todo el mundo, y en cuyas piletas también nada. El libro contiene una serie de esquemas de esas y otras piletas frecuentadas por Shapton, así como una colección de fotos de los trajes de baño utilizados, además de otros bocetos y hasta dos páginas en las que, bajo el título “Catorce olores”, aparecen manchas de colores numeradas, cuyos epígrafes dicen cosas como ésta: “Aliento de madre: café, piel tibia, cinturón de seguridad, mitón de lana mojado, resignación, matiz de crema Nivea” O ésta: “Toalla del equipo mojada: fuertes notas de cloro, suaves notas de ajo, muelle junto al lago y pan integral”.
Uno diría que, con ese olfato, Shapton debió estudiar para sommelier o perfumista pero, en cambio, se preparó desde chica para ser nadadora olímpica, aunque no logró las marcas necesarias para entrar en los Juegos de 1988 y 1992. Bocetos de natación sirve para asomarse a ese “universo aislado, pegajoso, casi secreto” que es el nado competitivo, con sus repetitivos entrenamientos, sus sa-crificios y su frustración cuando no se ganan las carreras. Shapton nos informa que el mundo del arte contemporáneo se parece a un entrenamiento infinito cuyo objetivo es perfeccionar un estilo: “La disciplina artística y la disciplina deportiva son parientes cercanas; requieren lo mismo: una práctica para nada especial, tediosa y oscuramente invisible, privada e íntima, pero siempre sagrada”. Pero a Shapton no le gusta nadar en aguas abiertas y acaso el suyo sea un arte de pileta.