¿Por qué razón hubo tanto barullo ante las opiniones vertidas sin parpadeos por Hilda González “Chiche” de Duhalde? No son, en lo sustancial, distintas en absoluto de la clase de consideraciones que constan en La razón de mi vida, escritas o dictadas o firmadas por Eva Perón, vademécum justicialista en consecuencia, verdades para adosar a las famosas veinte verdades. Allí las indicaciones son claras en lo que al lugar de la mujer se refiere: un pasito atrás del hombre, existiendo por él y para él. Sin ninguna autonomía personal, ni tampoco ambición de tenerla.
Se dirá, para disentir, que entre aquel tiempo y el nuestro pasaron demasiadas cosas; entre otras, para el caso, la victoria casi final del feminismo. Pero al peronismo, bien lo sabemos, los otros “ismos” poco le importan: las disputas son siempre internas. Y en este caso, concretamente, lo es entre la Evita de los 50 (hada rubia y jefa espiritual) y la Evita de los 70 (la Evita contrafáctica: “Si viviera…”), que es en la que se piensa hoy por hoy al imprimirla en billetes y edificios.
Entre una Evita y la otra terció Lilita Carrió: mentó tan luego a Isabelita. Malicioso dedo en la llaga, metido en el agujero negro de la memoria justicialista. Porque el hábito tan singular de hablar de Eva Perón como si estuviese todavía viva encontró su perturbador envés: se habla de Isabel Perón como si ya estuviese muerta. Lilita, radical, lo detectó y lo utilizó tirando por elevación, sacudiendo un poco el panal donde zumban las abejas reinas.