En el tiempo se esconden los procesos. Están sin que se puedan ver porque no tienen un punto fijo, circulan constantemente y no hay un momento justo en que se deja de votar a Cristina Kirchner, sino que es una secuencia en donde se va dejando de elegirla. Están los episodios que se muestran en fotos, justos y precisos, ahí los vemos fijados con De Vido en ropa deportiva, pero igual es una secuencia.
El resultado de la elección ayuda a fijar el tiempo, como otras cosas logran lo mismo. La foto de De Vido también, porque ese tiempo que pasa constantemente necesita una referencia que lo marque, que simule una detención. Como no se puede ver cuando el tiempo va pasando, la sociedad construye instancias únicas del tipo “antes y después” para jugar a nuevos comienzos, y cuando eso se logra se ingresa en una fase de nuevo orden. El proceso Macri ya tiene ahora sí, su bautismo.
Para el kirchnerismo, los presos van siendo la medicina del reconocimiento del tiempo que ya dejó el pasado. De Vido no va preso antes de la elección, va preso después y es probable que este nuevo juego de los registros simbólicos vaya en aumento porque son muy productivos para la reproducción social. Ahora, en este después, es cuando ya los kirchneristas no dominan más el mundo y van presos, y hasta Cristina Kirchner da entrevistas porque ya no es más la que era antes. Su exposición a preguntas ocurre también como un reconocimiento de nuevas necesidades y demandas de un cuerpo social que va solidificando un presente alternativo al que ella supo desplazarse estupendamente. La paradoja es que Cristina es casi una cosificación del pasado y por lo tanto le cuesta encontrar legitimidad en el proceso del presente.
La dificultad del regreso, de acumular otra vez 54%, queda anulada porque esa victoria también funcionó como una fijación temporal. Su legitimidad en el liderazgo quedó clavada en 2011 y a partir de allí fue diluyéndose. En su victoria fundamental, enorme, exagerada e incontenible, fijó un hito que la detuvo para siempre y nunca más pudo salir. Ese fue su tiempo y ya está.
En Macri al contrario, hay puro proceso y por lo tanto no se trata de una experiencia fijada, anclada en algún momento trascendental. Su gobierno se presenta como un camino hacia el futuro, donde hay elecciones más adelante de resultados inciertos y con inversionistas que siempre estarían por venir. Macri tiene futuro porque no está fijado. Macri fluye en la incertidumbre de la consideración general y por lo tanto es presente en movimiento.
El peronismo ha sido siempre muchas cosas. Tiene sus fotos y registros, pero sobre todo ha aplicado a su historia un proceso de variación impresionante. Y es en ese no estar rígido sobre sí mismo lo que le ha dado vida hasta ahora. El peronismo sabe que solo tiene futuro si logra adquirir una nueva forma y sus esperanzas no están en la identidad del pasado sino en la nueva versión de sí mismo en el futuro. Hoy el peronismo está detenido, no circula por la vida social, no es proceso porque por ahora sigue en octubre de 2011.
David Bowie dominó el mundo escapando de sus personajes, de todos los que iba creando, y ahora que estamos jugando con los 100 años de la Revolución Rusa podemos pensar de su éxito en la duración del stalinismo haya sido la de suponer la anulación de Lenin, después la de Stalin con Jrushchov y la de este por Brézhnev. Bowie abandonaba Ziggy Stardust para inventar el Duque Blanco, o sea para sobrevivir, y el sistema del derecho invita al peronismo a forzar su reconversión quitando del espacio público a los que limitan su chance de nueva vida. Todavía al peronismo le cuesta ver ahí la oportunidad.
Cuando Rozín le pregunta cómo ella se imagina dentro de cinco años, Cristina responde: “Desde que pasó lo de Néstor dejé de imaginarme el futuro”; dice algo más y se quiebra, no puede seguir la entrevista. Rozín encontró en la pregunta la clave. No era la corrupción, ni las medidas económicas; era el transcurrir.