Los Kirchner tienen un nuevo problema: la “glasnost” está otra vez entre nosotros como un reclamo vigoroso. Reapareció con fuerza en la agenda de la opinión pública la demanda social de una mayor transparencia en el manejo de los fondos públicos, tal como suele ocurrir históricamente cuando la solidez de la economía empieza a mostrar sus primeras grietas.
Es una regla de oro de la política argentina. Se repite con ciclos casi matemáticos. La decencia de las manos limpias y las uñas cortas es un valor que no suele estar en los primeros puestos de las preocupaciones ciudadanas cuando el proceso político es ascendente. Se puede ver en todas las encuestas cómo los cuestionamientos por la falta de honradez en el ejercicio del poder crecen a medida que decrecen el consumo y el bienestar.
Es una relación inversamente proporcional. Si la Argentina camina más o menos bien, funciona ese nefasto lugar común que tiene una lógica de consorcio y administrador que dice: “Roba pero hace”. Pero a la hora de ajustarse los cinturones y de achicar gastos familiares, el orgullo republicano se inflama en los mensajes de todos los oyentes de las radios y exige que “dejen de robar”. La existencia de este esquema se puede verificar empíricamente en muchas expresiones de la actualidad. Desde la recolocación de Raúl Alfonsín en el Altar de la Patria porque “vive en el mismo departamento de siempre en la avenida Santa Fe” y porque “es el único que puede caminar tranquilo por la calle”, hasta las inmensas dificultades que tiene el matrimonio presidencial para convencer al Parlamento y a la opinión pública de que no se van a robar los fondos de los jubilados.
La palabra “fondos” tiene vibraciones negativas en la conciencia de los Kirchner y entre los argentinos de a pie que –recién ahora masivamente– empiezan a preguntarse por el destino de los misteriosos fondos de Santa Cruz. Es dinero santacruceño que está en algún lugar y que logró varios récords insuperables, como el que no se haya mostrado una sola boleta de depósito en años y ni una sola rendición mensual del estado de la cuenta, de esas que cualquier ciudadano recibe mensualmente del banco para tenerlo informado de la evolución de su platita.
En la época de Menem se llamó despectivamente “voto licuadora” al apoyo que cosechaba el riojano en las urnas, avalado por la posibilidad que tenían los sectores populares de comprar electrodomésticos en cuotas. Los bienpensantes de la época, desde su comodidad burguesa, sacaban como conclusión que ese recurso funcionaba como una suerte de “extorsión” para que la gran masa del pueblo mirara para otro lado frente a los espectaculares casos de corrupción y la frivolidad rampante. Era un toma y daca. Vos me entregás tu conciencia revolucionaria de clase o tu libertad de elección y yo te doy una coima en cómodas cuotas. Asi decía desde la torre de marfil la intelectualidad de izquierda y de derecha.
Es impresionante la velocidad que cobra ese cambio de actitud en grandes segmentos de la población, tanto como los aspectos inexplorados de la condición humana que expresa. La misma información de hechos de corrupción que algunos medios como PERFIL publicaban y que algunos políticos como Elisa Carrió denunciaban, fue pasando –para mucha gente– de ser un ruido molesto a la convicción de que “estos son más ladrones que Menem”. Lástima que la actitud pendular y extrema no nos permite disfrutar ni analizar con equilibrio cuáles son los mejores caminos para sacar a este país del infierno. Porque ni todo era tan bueno cuando a Menem y a Néstor les perdonaban cualquier cosa, ni todo es tan malo ahora cuando al patagónico lo acusan hasta de fomentar la delincuencia y la inseguridad.
Esos bandazos apasionados nos quitan precisión en el análisis y limitan la capacidad de encontrar las mejores soluciones. La política debe ser cristalina no como objetivo final, sino como punto de partida. Es verdad que con la ética republicana no se come. Que no alcanza para resolver la profundidad del quiebre que muestran la marginalidad y la desigualdad social sobre todo en esos 400 mil jóvenes que no trabajan ni estudian en la provincia de Buenos Aires, tal como lo denunció el gobernador Daniel Scioli. Pero también es cierto que sin integridad moral no se puede construir nada. Muchas veces, desde el progresismo, se dice que la honestidad es un concepto pre-ideológico que no dice nada a la hora de establecer rumbos nuevos y estrategias de justicia social. Es probable, pero es tan grande la desconfianza popular, que ese requisito básico que deberían tener todos los políticos y todas la políticas se ha convertido en una excepción que confirma la regla.
A estas horas conviene procesar algunos acontecimientos informativos que tienen este prisma como denominador común:
u En el acto de celebración de los 25 años de la democracia, además de la vigencia del estado de derecho se reivindicó que el ex presidente Raúl Alfonsín jamás hubiera tenido que pasar ni de cerca por los tribunales por alguna causa vinculada a un hecho de corrupción.
u La presidenta de Chile, Michelle Bachelet, lo dijo expresamente en la afectuosa carta que leyeron en el Luna Park: “Con presidentes con su misma decencia, don Raúl, muy distinta hubiera sido la historia de América latina”.
u Todos los proyectos de la oposición en el Congreso tienen varios mecanismos para colocar los fondos de las AFJP en una caja de cristal controlada por toda la sociedad. Temen que desaparezcan en cualquier mano que se meta en esa lata. Pocos legisladores están en contra ideológicamente de que los fondos deban ser administrados por el Estado. Pero muchos dudan del destino que este Gobierno les dará, acosado por vencimientos internacionales y con sed de obras públicas para llevarles arbitrariamente a los intendentes del Conurbano que tienen que asegurarle el triunfo electoral en 2009. Elisa Carrió fue más explícita que diplomática y lo dijo con todas las letras: “Los Kirchner son una banda de ladrones que van a saquear los ahorros de los argentinos. No aceptamos ni siquiera contemplar una cláusula de intangibilidad de los fondos porque si eso sale, seguramente van a violar la ley”.
u El apasionante choque de la diputada Patricia Bullrich (a) “la Piba” y el jefe cegetista Hugo Moyano (a) “el Camionero” fue la reeedición de un viejo clásico televisado. Los sobornos como forma de enriquecimiento veloz e ilícito aparecieron con toda contundencia cuando la legisladora de la Coalición Cívica le preguntó por Juan Manuel Palacios, el jefe de la UTA que se borró –como el viejo Casildo Herreras– y desapareció de los lugares que solía frecuentar. Dijo Bullrich que Palacios elegió vivir en Miami lejos de la estancia que compró por cifras millonarias. La estafa a sus propios afiliados también se instaló cuando la diputada opositora se preguntó sobre la actitud que tuvieron muchos gremios que participaron en la propiedad de las AFJP, como los que conducen Gerardo Martínez, Oscar Lescano, Luis Barrionuevo, José Luis Lingieri y Carlos West Ocampo, entre otros “gordos”. Por eso es tan necesario que se obligue por ley, de una vez por todas, a que los jerarcas sindicales millonarios exhiban públicamente sus declaraciones juradas de bienes para que puedan ser controlados por sus representados, generalmente, trabajadores pobres.
u Con aliados así, la epopeya contra la especulación de las AFJP y su ineficiencia que intentaron instalar la presidenta Cristina en El Salvador y el ex presidente Néstor en Florencio Varela exhibe su precariedad. Son escandalosas las cifras de las comisiones confiscatorias y los gastos inflados de las AFJP, pero lo cierto es que tanto Kirchner como el ministro Carlos Tomada hasta hace un año estaban afiliados a ellas. El propio Joseph Stiglitz, Nobel de Economía y amigo de los Kirchner, les dijo que los problemas estaban en otro lado y no en que los fondos fueran administrados por el Estado, cosa que a esta altura casi nadie discute. Lo grave es apropiarse de prepo de los aportes de millones de argentinos que eligieron otra cosa, pese a que tuvieron por lo menos tres ocasiones legales para arrepentirse. Un chiste que circuló mucho por mail dice: “Los argentinos tenemos que tener derecho a elegir quién queremos que nos robe, el Estado o los privados”. Si las AFJP eran tan ineficientes, como dice Cristina, el consejo de Stiglitz fue letal: “Hubieran redoblado los esfuerzos para mejorar la eficiencia y hacer más conveniente la jubilación estatal”. Como puede verse, no es fácil tapar el cielo con las manos, ni ayudar a los que no quieren ser ayudados, ni venderles espejitos de colores.
u Graciela Ocaña sigue investigando la relación tóxica que existió entre muchos aportes –como los del fusilado Sebastián Forza– a la campaña de Cristina Fernández de Kirchner y una parte oscura del mercado de la salud que hace negociados con medicamentos falsos, sobreprecios, efedrina, obras sociales sindicales y otras yerbas. La ministra tiene una trayectoria de combate contra la venalidad de Estado y esta semana anunció que va a impulsar un proyecto de ley de financiamiento y transparencia para prohibir a los partidos políticos recibir colaboraciones de las empresas privadas.
u Son por lo menos insólitas las declaraciones del gobernador de Santa Cruz, Daniel Peralta, reconociendo que tiene el presupuesto agotado, que están pasando por graves dificultades financieras y que no es optimista. La caída de los ingresos por regalías petroleras demuestra que la mismísima provincia de los Kirchner no estaba tan firme en el medio de la marejada y que –otra vez– el insondable universo de los fondos que Néstor envió al exterior no puede ser ni nombrado.
Mientras tanto, y como si fueran vírgenes, los Kirchner siguen pegando, desarmando presuntas conspiraciones y colocando sus responsabilidades afuera. La inseguridad es por culpa de “los jueces que liberan y liberan” y no del feroz caldo de cultivo que genera la brutal inequidad social y la exclusión. Se castiga nuevamente al vicepresidente Julio Cobos porque tuvo la osadía de concurrir al homenaje a Alfonsín por los 25 años de democracia y, como si fuera poco, a disertar en el coloquio de IDEA. “Que no vaya ni Sergio Massa ni ningún otro funcionario”, ordenó Néstor tan componedor y dialoguista como siempre. El tiro a los mercaderes de la derecha argentina esta vez fue por elevación para el no ingeniero Juan Carlos Blumberg, cuando dijo que “ni título tienen”. Curioso: Néstor Kirchner, en su despacho presidencial, tenía una foto de Axel, el hijo asesinado de Blumberg, cuando esa conmoción generaba algunas movilizaciones masivas.
La actualidad informativa del mundo se ocupó mucho de Argentina en estas horas por la designación de Diego Armando Maradona como técnico de la Selección. Una de las cientos de frases tan geniales como gambetas que supo ofrecer fue aquella de que “la pelota no se mancha”. Uno tiene ganas de preguntar si este renovado reclamo de honestidad en el manejo de los dineros públicos lleva implícita la frase: “La política sí se mancha"