COLUMNISTAS

Alfajores cordobeses

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Pasan cosas raras en Córdoba. Lo primero que sorprende al visitante es que no toda la población habla como Luis Juez, ni siquiera en la capital. Pero el hecho más insólito y sorprendente es que en Córdoba sobrevive la vieja tradición del cineclubismo, es decir la práctica de proyectar películas y debatirlas en simbólicas catacumbas. Hay catorce cineclubes en la provincia y son los nodos de la fervorosa red cinéfila mediterránea. “No es nada fácil ser amable en el cine dentro de un mundo que no lo es, aunque acaso aún sea posible”, escribe en su blog Fernando Pujato, artesano en la vida civil y gran crítico secreto. Pero la amabilidad es la ley en ese universo paralelo: los cineclubes colaboran entre sí para crecer y multiplicarse.

Entre ellos, el más curioso es seguramente el Cinéfilo, que funciona en la trastienda de un local dedicado a la venta de pollo asado. Pero la catedral de la cinefilia cordobesa es sin duda el Cineclub Municipal Hugo del Carril, una creación del escritor, periodista y prócer Daniel Salzano, que también dirige el Centro Cultural España de Córdoba. Ambas instituciones determinan el eje mayor de la actividad cultural, mientras que la Universidad y sus carreras de humanidades se orientan hacia el adoctrinamiento político y la transmisión de técnicas escolares. Esta situación provoca un curioso divorcio ya que, en su mayoría, los estudiantes de cine y comunicación se cuidan mucho de ver películas para que las teorías audiovisuales se mantengan incontaminadas y para que no los confundan con cinéfilos. Estos, en cambio, están en contacto con la autónoma y creciente vida literaria cordobesa que se expresa en revistas como La Rana y Diccionario o en Ciudad X, la flamante y mucho más mainstream publicación de La Voz del Interior y el Centro España.

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Programado por Guillermo Franco y Diego Pigini, el Hugo del Carril cumple diez años bajo la órbita municipal pero se mantiene gracias a los aportes privados que canaliza su eficiente Asociación de Amigos. Cómodo, bien organizado y atendido con hospitalaria dedicación, el lugar cobija proyecciones, conciertos, obras de teatro, talleres y cursos. Entre ellos figura la clásica maratón cinéfila de los viernes a cargo de Roger Koza, héroe cordobés nacido en Buenos Aires que empezó hace una década recorriendo las sierras con un cineclub itinerante (sospechamos que a lomo de burro) y hoy es un respetado crítico, programador de festivales extranjeros y hasta conductor de un programa en la televisión de aire junto con Alejandro Cozza (Koza & Cozza parece el nombre de una agencia de detectives de historieta), otro cineclubista quien se ocupa además de uno de los videoclubes más surtidos del país, cuyo excelente catálogo le permite prosperar mientras agonizan los Blockbuster.

La prueba de que la cinefilia cordobesa es algo serio fue la reciente Semana Internacional de la Crítica, que convocó a un público fervoroso para asistir no sólo a un minifestival de preestrenos y películas seleccionadas por los críticos invitados (los locales Koza, Diego Lerer y un servidor más el americano Jonathan Rosenbaum) sino a una serie de seminarios, mesas redondas y encuentros que nos tuvieron deliciosamente encerrados en el Hugo del Carril durante cuatro días. No debe haber muchos lugares en el mundo donde la gente pague por escuchar hablar a los críticos sobre cuestiones completamente ajenas a los intereses de quienes intentan hacer una carrera en la industria, aprender a escribir guiones o a conseguir financiación para su primer largometraje. Contrariamente a lo que ocurre en festivales y redacciones, la Semana ofreció la posibilidad de hablar de cine desde esa vieja perspectiva amateur, con la escritura como centro de una discusión en la que el cine es la mejor excusa para mostrar que el placer tiene futuro.