COLUMNISTAS
Asuntos internos

Amor al mal

Roly Keating, titular de la Biblioteca británica.
Roly Keating, titular de la Biblioteca británica. | TN-UK

La Biblioteca Británica, en Londres, no funciona desde hace dos meses: un ataque informático sustrajo todo, catálogos, nombres, direcciones de mails, teléfonos de empleados y usuarios. Y hasta dejó inutilizable la conexión wifi. El grupo criminal que perpetró el ataque se hace llamar Rhysida, como el ciempiés, y hasta puso a la venta en la dark web el paquete de datos a 780 mil euros. Roly Keating, el director de la Biblioteca Británica, dijo que “los responsables de este ciberataque están obstaculizando todo lo que representan las bibliotecas: compartir y acceder al conocimiento”.

Suelo tener simpatía por los hackers, pero este tipo de hacker, que llamaré sin conciencia cultural, me caen muy antipáticos. Además están mal informados, otra razón para que me caigan mal. Los integrantes de Rhysida pidieron, naturalmente, un rescate impagable. La Biblioteca Británica planea volver a poner a disposición online una versión condensada de su catálogo antes del 15 de enero. Demasiada perturbación, demasiado daño, demasiada malicia.

Hay muchos modos de comportarse como un perturbado, dañino y malicioso. En general esa lista de adjetivos viene adosada a quien efectúa un mal sin sentido, infructuoso, gratuito. Mucha gente se comporta de ese modo, actuando sin finalidad, pensando solo en el beneficio propio. Y eso está mal, se sabe. De ese modo se explican miles de delitos que día a día se suceden en todo el globo, movidos por el amor, que según San Agustín es el gran motor que mueve al mundo, amor a lo que sea, al dinero, a la guerra, a la muerte, a la vida, al planeta o al mal. Puedo entender eso, ¿pero atentar contra una biblioteca significa amor a qué? El mundo se ríe de Rhysida o lo insulta. Pero hasta ahora, por lo que sé, no obtuvieron un centavo. Tal vez aman el caos, cosa que es posible.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Pasemos a otra cosa. Cuando un particular quiere hacer una reforma en su casa, o cuando un empresario quiere, pongamos, ampliar sus instalaciones o comprar maquinaria, recurre a un banco y pide un préstamo. El banco suele exigir una serie de garantías, y si el cliente resulta confiable, le da el préstamo requerido, pagadero con intereses en un determinado plazo. Si por ejemplo, mi nombre figura en el Veraz, es inútil que recurra al banco, porque ni siquiera van a oírme. Puedo recurrir a un prestamista, que exigirá otro tipo de garantías y de intereses, justamente porque no soy alguien confiable. Pero imaginemos que soy un artista y necesito dinero para, pongamos, comprarme un piano. O imaginemos que quiero ampliar el taller de pintura donde trabajo, o quiero publicar mi primer libro: ¿a quién podría recurrir? No existe un organismo capaz de asistirme teniendo en cuenta la calidad de mi obra. Quiero decir que si no sé tocar en el piano ni el Feliz cumpleaños y pido un préstamo para comprar uno, con toda probabilidad me dirán que primero aprenda a tocarlo y después vuelva. Lo mismo con el dinero destinado al taller de pintura: con toda probabilidad primero querrán ver qué pinto, si soy un digno destinatario de un préstamo de esa índole. Una institución de ese tipo existe. Se llama Fondo Nacional de las Artes y naturalmente no se dedica solamente a prestar dinero, pero entre todas las cosas a las que se decica está justamente esa. Muchos, yo entre otros, publicaron su primer libro con un préstamo del Fondo.

Proponer el cierre del Fondo Nacional de las Artes, y no solo proponerlo, como se puede proponer que la Tierra es plana, sino moverse en esa dirección, es algo tan dañino y malicioso como atacar la Biblioteca Británica. Como diría Roly Keating, atenta contra compartir y acceder al arte. En suma, se trata de un ejemplar amor al mal.