Los nombres y apellidos que se portan no son banales. Influyen. Condicionan. Los nombres elegidos por novios o padres denuncian el deseo que los hijos deberán soportar. Llamarse Dolores o Soledad no preanuncia lo mejor. Lo contrario de Victoria o Máximo. Aunque estos nombres pueden conllevar una exigencia desquiciante.
Cuando alguien acusa a Ernesto Sábato de ser invariablemente pesimista y sombrío, debería recordar que es el fantasma de un hermano muerto durante su embarazo y que se le impuso el nombre del fallecido. Tampoco es fácil portar el nombre del padre porque habitualmente terminará denominado con un diminutivo o un sobrenombre (es mi caso), que pueden llegar a ser denigrantes, sosos o vulgares. Nada para enorgullecerse. Mucho menos seguir siendo Carlitos o Ubaldito aunque se esté en edad de jubilarse.
No son de envidiar aquellos que llevan apellidos de fácil rima obscena, que deberán soportar bromas pesadas a lo largo de todas sus vidas que dejarán huellas en su psiquis. Todos hemos tenido algún compañero de estudios que llevaba esa cruz y, confesémoslo, hemos remachado alguno de sus clavos.
¿Es acaso casual que un reconocido pediatra se apellide Niño? ¿O que el doctor Uva que publicaba avisos en los diarios fuese especialista en alcoholismo? ¿Cuál podía ser el apellido de quien fuera durante muchos años presidente del Automóvil Club sino Carman?
Vayamos a Del Potro. Que escuche “set del potro” o “buen drive del potro” debe ser seguramente alentador, debe renovar sus energías, inyectarle ganas de corcovear, de derribar al jinete que lleva sobre su lomo y si es posible patearlo, vencer, ser reconocido y aplaudido Lo hemos visto en los festivales gauchos que se transmiten por televisión donde los potros más indómitos tienen nombre y fama, y no son pocas las veces que los corajudos domadores pasan de la montura a la ambulancia. O a recibir una vulgar bandeja en silencio como Federer.
No es lo mismo, convengamos, apellidarse Del Potro que Del Orto (que me perdonen los que llevan este apellido y tienen el coraje de estar en guía). Aunque una tragedia congénita e inmodificable como ésta puede llevar a arrancar los mejores ímpetus del amor propio herido. Como fue el caso de unas amigas de mi abuela, las señoritas De Pis, a quienes recuerdo con la barbilla alta y sus movimientos enérgicos, en permanente lucha con la ironía ajena.
Debo confesar que no sé si esto lo escribí en serio o en broma. Usted decide.