–Oiga, soldado, ¿sabe quién está al mando aquí?
–¿No es usted?
Martin Sheen, como Willard, en Apocalypse Now (1979), dirigida por Francis Coppola.
La cita era en la misma isla del Tigre, segunda cabaña a la derecha, primer piso. Allí lo había visto por primera vez hacía dos años, cuando descubrí que asesoraba a Grondona. Me recibió una bellísima secretaria con rasgos orientales, la especialidad de la casa. El logo de la Kurtz International Sports brillaba en la solapa de su trajecito. De fondo, sonaba The end, el tema de los Doors. Un par de matones me acompañaron hasta una sala donde descubrí un portarretrato con el equipo de Los Camboyanos de San Lorenzo. Detrás de una puerta, una voz recitaba. “We are the hollow men...”. T.S. Eliott, por supuesto. Me asomé. Brando me invitó a pasar. Allí estaba, sentado en un viejo sofá, la vasija en el regazo, las gotas de agua fresca deslizándose entre los dedos, cayendo sobre su calva. El aire asfixiante, las aspas del ventilador de techo, su mirada de hielo. Maestro.
—Aquí estoy, coronel Kurtz. Lo escucho. ¿Qué le pasa, se peleó con don Julio?
Brando suspiró con fastidio y me atravesó con una mirada de desprecio. Giró la cabeza en cámara lenta, como buscando un eje para su cuello de bulldog.
—¿Es usted un asesino? –repitió la línea del guión como si yo fuese Sheen. Le seguí la corriente.
—Soy un periodista.
—No. Usted es sólo otro columnista que sueña pelearse con Kirchner para hacerse famoso. Todo bien con Grondona, Asch. Es más: el fútbol gratis fue mi idea, ¿lo sabía? ¡Amo entrar en conflicto con los peces grandes…!
—No fanfarronee, Kurtz. ¿En qué anda? ¿River? ¿Va a masacrar al plantel?
—No, River no. No quiero problemas con el Káiser. Es Boca. Una selva, como a mí me gusta.
—¿Boca? ¡Lo que le faltaba a Boca es alguien como usted! ¿Le ofrecieron ser técnico? Buscan a alguien con autoridad, así que…
—No creo. Intenté colocar a herr Regenhardt, compañero mío en las Special Forces, pero los dirigentes prefirieron a Pompei, que ni siquiera es el árbitro. Ellos sabrán. Igual, esos muertos sólo con napalm podrían ganar un partido. ¡Deberían llamarlo al bueno de Kilgore!
—Sí, recuerdo el papel de Robert Duvall. ¡Le encantaba su olor por las mañanas! Una bestia. Oiga Kurtz, sea sincero, ¿tuvo algo que ver con el crimen de Abel, el torturado?
Brando arrugó el ceño y me miró con fastidio. Parecía desilusionado por la pregunta. Tenía razón. El muchacho estaba condenado y no necesitaba conspiraciones para irse con los pies para adelante. Hizo todo mal. Lo de River apenas fue una pulseada entre mancos.
—OK, olvídelo Kurtz. Pero dígame: ¿qué lo preocupa tanto?
—La duda, Asch. Mis hombres recibieron un par de propuestas de allegados para “limpiar” el club. Una es para que nos encarguemos del duro de Don Torcuato, ¿cómo es que lo llama usted?
—El enganche melancólico. Estaba cantado. ¡Ese muchacho tiene más enemigos que el Gobierno! Vamos, hable. ¿Quién es el otro?
—El rubio volador.
Abrí los ojos y tragué saliva. Oh, no. Necesitaba saber más.
—Unos quieren deshacerse del enganche porque sale más caro que una francesa y les hace la vida imposible. Otros creen que el mejor negocio es hacerlo jugar para que les infle a los jóvenes con valor de reventa y convertir al rubio en bronce de una vez por todas. Y hay gente que…
—¡Que qué!
—Quieren liquidarlos a los dos. Me piden una Operación Traviata doble. ¿Qué me dice? ¡Después dicen que mis métodos en Vietnam eran brutales! Al lado del ambiente del fútbol, esa guerra fue un amistoso de barrio.
—The horror, che… A ver, Ameal, Beraldi, Crespi, London, Palmieri. ¡Dígame de parte de quién fueron a verlo, Kurtz!
—Pare la mano, viejo. Yo tengo códigos, no como esos técnicos carroñeros que revolotean cuando huelen la carne podrida de un colega. ¿Qué quiere saber de esa lista? ¿Quién la juega de verdugo? ¿O… quién será la próxima víctima?
Glup. ¡La cosa está peor de lo que me imaginaba! Boca amenaza con tener más muertos que la Guerra Civil Española. Hay listas negras por todos lados. Presos con condena como Ibarra, Krupoviesa, Morel o Marino; expatriados como Abbondanzieri, fusilados al amanecer como Paletta, Prediguer, Mouche o Javi García, extranjeros deportados como Luiz Alberto y Bonilla, heridos en batalla como Méndez. ¿Podrá el Mellizo Guillermo volver de su exilio como un pequeño Perón, para devolverles la alegría a las masas bosteras? ¿Negociará? ¿Quién será su Tío Héctor, quién su López Rega, quién su Firmenich? ¿Ganará por afano, como con Cámpora y Solano? ¿Le darán su 17 u otro 55, compatriotas?
—Mmm… No siempre un buen soldado es un sabio estratega. Pero esto es Argentina y acá todo es posible, ¿verdad? ¿Juega Ortega, Asch?
Brando no esperaba ninguna respuesta. Inclinó la espalda y me apuntó con su mentón, desafiante, como il Duce o Maradona. Hablaba sobre “la voluntad de poder” y “el genio” cuando decidí irme. En la escalera me crucé con Dennis Hopper, todavía en su papel de fotógrafo loco. Venía de Boca, con material exclusivo para Kurtz. “¡No sabés! ¡Se pudrió todo, man!”, gritó sin detenerse. Parecía feliz.