A mi barrio de la infancia, a la eficaz pedagogía de los nombres de las calles, debo mi temprano conocimiento de esas dos figuras colosales: Manuela Pedraza y Juana Azurduy. Y con ellas, ya para entonces, una pronta admiración de la condición de las mujeres que luchan (a la vez que un sentido cabal para la expresión “poner el cuerpo”, bien lejos de algunos empleos actuales que la aplican por ejemplo al hecho de haberse sacado una foto o haber participado en una mesa redonda). No existía, todavía, Puerto Madero con su ghetto de nominaciones segregadas: homenajea, sí, pero al precio de encerrar y poner aparte.
Dina, mi abuela paterna, estaba ahí. Y estaba Sara, mi mamá. Habitantes de hecho de un entorno casi siempre machista, que atinaron, sin embargo, a emanciparse en un sentido muy concreto y sustancial: se bastaron siempre a sí mismas en lo económico, nunca dependieron del dinero de un hombre.
Tiempo después vendría por caso una película de Margarethe von Trotta, y como consecuencia, mi primer acercamiento a Rosa Luxemburgo. Que no reclamó un lugar, no pidió que se lo concedieran; lo produjo y lo ocupó. Desde ahí debatió de igual a igual con Lenin. Desde ahí formuló la expresión más amplia, más profunda y más abarcadora de lo que implica formar parte de una lucha de transformación social.
Años más tarde, ya en la universidad, vinieron las lecturas que mejoraron mi formación en el tema: las que me aportaron, en lo principal, Josefina Ludmer primero, y Nora Domínguez después (no olvido el gesto severo de Josefina cuando llamé, por error, “portera” a la mujer del portero, y ella me corrigió; tampoco la sonrisa exacta con la que Nora me ganaba todas nuestras discusiones, sin que yo me diera cuenta). A la par, otro aprendizaje: el de un modo de posicionarse, un modo certero de afirmarse sin declamación y sin aspavientos (puedo agregar en esto algunos otros nombres decisivos: Ana María Barrenechea, Susana Zanetti, Beatriz Sarlo).
Hoy por hoy, diría que casi no pasa un día entero sin que algo me haga pensar en María Moreno: en algo que escribió, en algo que le escuché decir, o bien, así sin más, en ella misma.
No podría explicar mejor que lo que lo hizo y lo hace Sergio Sinay, hasta qué punto la cultura machista daña y mortifica también a los varones que no encajamos ni respondemos a sus parámetros, sus valores, sus exigencias, sus ideales. De otra forma, por supuesto, y en otro grado; pero el machismo (ejercido en general por varones, pero a veces aun por mujeres) también nos hostiga y nos limita, también nos hace padecer.
La lucha de las mujeres es lucha de liberación.
*Escritor.