En la última columna me referí a distintos modelos con los que se intenta preservar –y mejorar– la calidad del periodismo en Estados Unidos. Hay una visión compartida de que está cayendo la calidad y la ambición del periodismo, y un temor, también compartido, de que esto afecte la calidad de la democracia. Estas tribulaciones de los diarios de papel –producto, en parte, de la caída mundial de la circulación y de la publicidad– no serían un problema político si esos medios no tuvieran aún una gran influencia sobre las élites y sectores amplios de la población. Tampoco lo serían, claro, si ya estuvieran instaladas en Internet alternativas o complementos eficaces de esos diarios o –para decirlo con más precisión– de esa manera de hacer periodismo.
A esta coyuntura me quiero referir hoy.
Estamos en medio de una transición. Las nuevas publicaciones de base periodística (¿podríamos llamar así a las que se proponen circular información que tiene relevancia social?) están en plena construcción en Internet: están buscando sistemas de producción, modos de participación de sus usuarios, de legitimar su trabajo y construir confianza, y de sostenerse.
Algunas de esas publicaciones se reivindican como periodísticas –practicantes del “periodismo ciudadano”, por ejemplo– y otras se ubican en un territorio híbrido: blogs de noticias, agregadores de noticias, unión de sites periodísticos con redes sociales, blogs de noticias con una afiliación política, etc.
Algunas se instalan exclusivamente en Internet y también está Politico.com, quizá un modelo solitario, en Washington, que tiene una versión de papel y la distribuye gratis.
Hay varios modelos de sustentación: muchos buscan ganancias por publicidad, pocos las logran –como el Huffington Post.com– y ninguno exhibe grandes resultados todavía. Otros funcionan en base a donaciones, como el site de periodismo investigativo Propublica, mencionado en la columa pasada. En esta última categoría también está el Texas Tribune, aún nonato, que también está buscando aportes voluntarios de sus usuarios y prefigurando un público y una misión.
Es muy difícil medir el público –y más aún la eficacia– que tiene este heterogéneo conjunto de medios alternativos. Pero cada vez que ocurre un acontecimiento extraordinario se torna evidente su capacidad de difusión: la crisis política después de las elecciones en Irán, campaña electoral de Obama, por ejemplo.
Hay otro fenómeno que revela cuán compleja es la transición. Pese a su enorme influencia, los diarios tienen en Internet alrededor del 1% de la audiencia total medida en page views, según reveló el Laboratorio de Periodismo de la Nieman Foundation de la Universidad de Harvard, analizando cifras de la Newspaper Association of America. No es sorprendente: a la mayoría le va mal porque se dirige a públicos vastos en Internet con una concepción estratégica similar a la que ha empleado en el papel. Pero en Internet no hay públicos masivos de intereses heterogéneos. Creo que esto vale tanto para el New York Times como para Clarín, diarios que no se conciben todavía como empresas digitales que tienen un diario de papel sino al revés; es un problema universal en el mundo de los diarios tradicionales.
Entonces: en un contexto crítico pero promisorio, abierto a la experimentación, nadie tiene aún una fórmula de éxito.
Pero las condiciones en que se produce el periodismo han cambiado para siempre. Ahora los medios tradicionales pierden el monopolio de la mediación y de la producción de contenidos y las personas pueden autopublicarse y relacionarse entre ellas desde sus producciones con un dinamismo nunca antes conseguido.
La promesa que traen la crisis del periodismo de los grandes medios tradicionales y el surgimiento de nuevos modelos en Internet es la posibilidad de recrear el periodismo y lograr una mayor eficacia, participación, libertad y honestidad. Coincido con Jay Rosen, profesor de Periodismo de la Universidad de Nueva York: los medios participativos online pueden fortalecer el periodismo y el proceso político.
Pero nadie sabe cuánto puede durar esta oportunidad. Se clausurará una vez que aparezcan grandes jugadores, capaces de levantar enormes barreras de entrada. Michael Massing, en The New York Review of Books, señala este riesgo y dice que hay una clase potencial de nuevos gigantes mediáticos –Google, Yahoo, MSNBC y AOL–: “todos tienen grandes recursos y podrían financiar un nuevo intento oligopólico en la Web”.
En mi columna anterior propuse discutir el futuro del periodismo en este marco de cambio, oportunidad y urgencia. Recomiendo leer la columna de Eliseo Verón del domingo pasado donde se responde a esa propuesta. Sus reflexiones sobre la articulación mercancía/bien público, por ejemplo, o sobre el mito de la objetividad son centrales; desde hace muchos años las ideas de Verón vienen enriqueciendo nuestra visión del periodismo. Propongo, sobre todo, el debate.
*Roberto Guareschi es periodista.
En www.robertoguareschi.com hay una versión de este texto con links.