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Argentina desde fuera

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Fernández en Portugal con Antonio Costa. / Francisco, el antigrieta, en Mozambique. | prensa Frente de todos / AP

Le harán bien a Alberto Fernández estos días que pasó en España y Portugal. Amplía el horizonte ver la Argentina también desde fuera. Esta misma columna contiene los aportes que yo recogí en los tres días que pasé en Lisboa esta semana, donde la palabra clave allí es geringonça, la que ya le habrán explicado a Alberto Fernández.

Macri impuló un modelo para otro tipo de país donde los intereses por deuda son insignificantes.

En Portugal hay centroderecha (Partido Socialdemócrata) y centroizquierda (Partido Socialista), y juntos concentran dos tercios de los votantes. El calendario electoral en Portugal coincidió con el argentino: las elecciones para jefe de Gobierno –allí el primer ministro– fueron en 2015 y vuelven a ser ahora en 2019, también cada cuatro años. En 2015 ganó las elecciones la centroderecha, pero no logró formar gobierno al no conseguir alianzas con los otros partidos menores que le permitieran la mitad más uno de los diputados. Pero sí lo logró quien salió segundo, el Partido Socialista, en alianza con el Partido Comunista y otros de izquierda, incluido el trotskismo. En esos casos el presidente, que a diferencia del primer ministro es electo cada cinco años con solo una reelección, puede optar por llamar a nuevas elecciones o aceptar que quien haya salido segundo forme gobierno con la suma de las otras minorías. El presidente en 2015 era del Partido Socialdemócrata, la centroderecha; había ganado las elecciones, sin embargo aceptó que fuera su opositor, del Partido Socialista, quien gobernara. Geringonça se podría traducir aquí como un artilugio en este caso de malabares políticos.

El presidente no gobierna, lo hace el primer ministro junto con la Asamblea Nacional (el Congreso unicameral), pero el presidente tiene dos grandes poderes: el de vetar leyes y la “bomba atómica”: llamar a elecciones anticipadas sin esperar los cuatro años de mandato normal de los diputados y el primer ministro. Este balance de poderes hace que quienes asuman posiciones extremas nunca las puedan implementar y se precise alguna forma de consenso entre los dos principales partidos. Como en la Guerra Fría, donde el poder atómico de quienes competían generaba la mutua disuasión, tampoco en la política portuguesa el presidente precisa tirar su “bomba atómica” porque preventivamente llegan a acuerdos.

La figura del presidente de Portugal se parece en algo a la del italiano. En España o Inglaterra, parte del papel del presidente lo cumple el rey o la reina. Pero basta ver lo que sucede en Italia y en Inglaterra para saber que ningún sistema garantiza la armonía: ¿qué hace, entonces, a Portugal el ejemplo a seguir más citado tanto por Cristina Kirchner desde el Frente de Todos como por Martín Lousteau desde Cambiemos y que ahora eligió Alberto Fernández para visitar?

Transcribo un párrafo del diario Negocios de Lisboa del lunes pasado: “En la Zona Euro, Alemania teme la recesión. En los Estados Unidos, la Reserva Federal ya tuvo que bajar los intereses. China atraviesa la guerra comercial. En Inglaterra, empresas y familias se preparan para soportar el Brexit. Mientras que Portugal tiene su economía dentro de una campana de cristal y el Producto Bruto continúa creciendo por arriba del resto”. El título que acompaña la nota es: “Los bancos son el sector que más perdió peso en la economía durante la geringonça” (sic). Paralelamente crecieron el comercio, la construcción, el transporte y el turismo, mientras que la industria se mantuvo estable.

A la España que visitó primero Alberto Fernández tampoco le va nada mal: su Producto Bruto lleva dos trimestres consecutivos de crecimiento: 2,3% y 2,4%. Y junto con Portugal, la tasa de interés de sus bonos de deuda a diez años viene bajando mes a mes para alcanzar el récord de solo un 0,13% anual (la apuesta de Caputo, “el Messi” de las finanzas).

La tapa de los diarios portugueses también incluyó a Christine Lagarde respondiendo 76 preguntas de los eurodiputados como paso previo a aprobar su nominación como presidenta del Banco Europeo. Allí ella reflexionó sobre la necesidad de tasas de interés negativas (quien presta termina recibiendo menos, lo mismo que decir que hay que pagar para dejar el dinero depositado en los bancos) para combatir el riesgo de deflación.

Pero una presencia aun mucho más familiar para los argentinos en la tapa de los diarios portugueses es la del papa Francisco, quien visitó Mozambique, ex colonia portuguesa, bajo el lema “Esperanza, paz y reconciliación” porque ese país del sur de Africa enfrentó su propia grieta y recientemente su gobierno firmó un acuerdo de paz con la oposición de la Resistencia Nacional Mozambiqueña, con la que había mantenido una guerra civil. Lo curioso es que el 15 de octubre serán las elecciones en Mozambique y, a pesar de que la visita del Papa beneficiará más al oficialista partido Frelimo, en clima de posgrieta la oposición también aprueba su llegada diciendo: “Mozambique vivió un período de incerteza donde la presencia del Papa será reconfortante”. ¿Podría suceder esto pronto en Argentina?

Así como en Sudamérica detrás del concepto de la Patria Grande Latinoamericana hay una visión geopolítica, en Portugal se percibe junto a la simultánea integración a la Unión Europea otra con la de los habitantes de sus ex colonias. El propio primer ministro, Antonio Costa, es de piel oscura porque su padre era de Goa, la ex colonia portuguesa en India, emigrado a Portugal. El caso de Costa merece un párrafo especial: él fue quien en 2015 perdió, salió segundo pero pudo formar un gobierno débil que hizo de la geringonça su fuerza.

Cristina Kirchner impulsó un modelo país divisionista, inadecuado hasta para crecer sostenidamente

Hoy Costa es el favorito en todas las encuestas y se prevé que en las elecciones del 6 de octubre no solo ganará sino que hasta podría tener mayoría de diputados sin precisar de acuerdos con comunistas ni trotskistas. De cualquier forma, el espíritu “geringonçiano” es inherente a Portugal, país que fue poderoso durante el colonialismo hasta los años 70, cuando se independizaron sus últimas colonias en Africa (Angola y Mozambique principalmente) y ahora se sabe pequeño. Un buen ejemplo para nosotros porque Portugal, también como Argentina, fue un país decadente durante la segunda mitad del siglo XX. Y después de cruentas divisiones comprendió que solo acabando con su grieta podía volver a crecer. Ojalá Macri y Cristina Kirchner hayan aprendido esa lección: solo nadie puede.