Es la pregunta que nos resistimos a responder: ¿por qué Argentina avanzando la segunda década del siglo XXI es uno de los pocos países del mundo con alta inflación? No hay una respuesta única. De hecho, conviven una serie de teorías y diagnósticos que llevan a políticas económicas divergentes.
Teoría y práctica. Cada teoría se erige como “la verdadera”. La más difundida en estos años es la monetarista, que, simplificando, plantea que la fuente de inflación es el aumento de la emisión monetaria por encima del crecimiento de la economía; si en un país circulan 100 pesos nadie puede aumentar sus precios de modo que se necesiten 101. A la pregunta de por qué aumenta la emisión responden que es para aumentar el gasto público (hoy el gasto político). La solución aquí es eliminar el déficit fiscal, y no emitir más. Por supuesto la realidad es más compleja; por ejemplo, el dinero puede circular con diferentes velocidades, lo que implica que hay que incorporar variables subjetivas como la confianza.
Luego la teoría clásica se inclina por el “simple” hecho de que el precio de una mercancía está en el equilibrio de la demanda y la oferta. Si hay “demasiada” demanda los precios tienden a subir. Para solucionar esto los ortodoxos dan su conocida receta de “secar la plaza” y bajar los salarios. Si hay poca oferta una solución es ampliar la producción estimulando la inversión o abrir las importaciones. Por su parte, la teoría estructuralista plantea que hay configuraciones económicas que favorecen conductas inflacionarias producto de la ausencia de competencia; acá se introducen términos como formadores de precios y conductas monopólicas.
El costo de vivir. En el plano más operativo hay quienes sostienen que la inflación es un fenómeno inercial por aumento de los costos. Si a una empresa le llegan nuevos precios de sus proveedores, debe actualizar los propios para no quebrar, lo mismo con los aumentos de salarios, todo se traslada. Esto también lleva a expectativas inflacionarias: nadie quiere quedar afuera de la carrera de precios. Curiosamente el propio Banco Central muestra esto en su encuesta REM, que para 2020 supera el 40%. Importar puede ser una solución, pero quienes importan suelen fijar el precio no por el valor internacional sino por el interno (además de la destrucción de empleo local). Frenar todos los precios en forma simultánea sería el objetivo de un posible pacto social. Finalmente, una explicación un poco más novedosa la dio Miguel Bien cuando planteó que hoy la fuente de la inflación es la del tipo de cambio por la devaluación permanente de la moneda frente al dólar. La solución allí es, obviamente fijar el tipo de cambio.
Perdidos en la realidad. La inflación tiene claros efectos en la vida cotidiana. El primero es la pérdida de la noción de los precios relativos. Un mismo producto puede tener precios muy distintos en comercios cercanos. ¿Uno pierde dinero y otro “se aprovecha”? Imposible saberlo. Otro efecto es la ausencia de crédito en moneda local a tasas razonables. Esto lleva a la falta de acceso a la vivienda en las capas medias. Luego, la alta y persistente suba de precios otorga poder a los empresarios en la negociación de los salarios: otorgan aumentos según “cómo le fue”, lejos de mediciones objetivas. Esto hace que las escalas salariales se distorsionen y cada etapa arroje “ganadores y perdedores”. En ese marco los sindicalistas más “duros” ganan prestigio porque negocian mejores paritarias. Otro de los resultados de la alta inflación persistente es el desaliento para ahorrar en moneda local. ¿Quién en su sano juicio separaría mil pesos por mes sabiendo que a fin de año va a tener menos de la mitad con ese dinero? Por eso quien tiene capacidad de ahorro compra dólares. Esto los argentinos lo aprenden desde chicos, esperar la pesificación en este entorno es poco más que una utopía. Pero, aunque no se tenga capacidad de ahorro se generan estrategias, como hacer una compra de mercaderías no bien se cobra o buscar ofertas y promociones.
El peso del pasado. Existe un concepto muy difundido en psicología que es el “beneficio secundario de la enfermedad”, esto es que alguien con un padecimiento puede encontrar “provecho” en la situación como dar lástima o generar empatía en los demás. La única experiencia pura de baja inflación y moneda estable reciente se puede encontrar en la década de la convertibilidad (1991-2001). Allí los salarios virtualmente se petrificaron, por lo cual para aumentar los ingresos había que cambiar de trabajo o que otros miembros del hogar entren al mercado laboral, lo que hizo escalar la tasa de desempleo. Como hubo inflación inercial se fue abaratando el dólar, lo que permitió que millones de argentinos recorrieran las playas brasileñas por menos de lo que costaba veranear en Mar de Ajó.
En los 90 la economía se “darwinizó”, solo pudieron sobrevivir las empresas más productivas o las vinculadas al mercado mundial. El quiebre se generalizó entre quienes no pudieron “ajustar”. Se debe recordar el festejo cuando cada empresa estatal era privatizada o cuando una privada era vendida a una “multi”. Con el 1 a 1 garantizado por el Estado convenía endeudarse en el exterior con lo que la deuda pública se multiplicó. Entre el final del menemismo y principios del gobierno de Fernando de la Rúa el país conoció la deflación; para vender algo había que bajar los precios.
Como se sabe, todo terminó estallando, rompiendo todos los récords de desempleo y pobreza con el país al borde de la disolución.
Esta experiencia histórica dejó huellas profundas, lo que lleva a una hipótesis molesta: ni a la sociedad ni a los gobiernos les interesa seriamente eliminar la inflación. Para Cristina era una discusión molesta; en un momento comentó que si la inflación fuera tan alta como se decía por fuera del Indec, todo hubiera estallado. Se hablaba de un 25% anual; hoy con más del doble no estalló nada. Luego Macri dijo que bajar la inflación iba a ser poco menos que una pavada. Fernández, evitando la gaffe de su antecesor se comprometió a llegar a un dígito (¿9%?) al final de su mandato. El tiempo dirá si se va por camino correcto.
*Sociólogo (@cfdeangelis).