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emergencia permanente

Argentina, ¿un país sin futuro?

Poco a poco, en muchos se instala la idea de que los proyectos personales y familiares no se pueden desarrollar en estas tierras.

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Boca tapada. | Pablo Temes

Uno de los problemas más serios e invisibles que tiene hoy la Argentina actual es la impresión de que se ha secado la generación de grandes ideas. Por ideas aquí no nos referimos a la idea personal, al emprendimiento individual que es muy valioso pero que se quema en la lava del volcán de la grieta y la incertidumbre político-económica.

La referencia es a la idea de la “comunidad imaginada” para ponerlo en términos de Benedict Anderson, un retorno a los grandes proyectos transformadores que convoquen a la sociedad en pos de un futuro posible. Hoy, este concepto suena desde naïve hasta absurdo.

Chusmerío de barrio. Las discusiones planteadas en los artículos periodísticos (los que suelen tener más extensión y argumentos) pero también en los análisis radiales y televisivos que “garpan” son los que presentan en su título alguna referencia a Cristina Kirchner, del estilo “Ella es la que gobierna”, “Alberto se cansó de Cristina”, o cosas del estilo. También para levantar la recepción se puede poner en sus términos al ex presidente con el estilo “Macri rompe el silencio” o “Macri levantó a Cornejo para opacar a Rodríguez Larreta”. No es que no se deba hablar sobre los líderes políticos, ni mucho menos, si no que la discusión pública que alimenta a las redes sociales y que impregna a una parte de la sociedad, la más politizada e intensa, no logra salir de una simplificación extrema del drama político argentino. En este sentido, se puede suponer que hay un goce y un disfrute allí por parte de la audiencia. Plantear todo el debate en términos bélicos parece generar las endorfinas de una serie danesa, mientras que toda forma de expresar ideas para sacar al país de su estancamiento secular causa la somnolencia de un documental de ositos panda.

¿Todo tiempo pasado fue mejor? Por alguna extraña alquimia de la razón política parece ser que los grandes proyectos nacionales fueron los que se plantearon en el siglo XIX. Julio Argentino Roca, Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi o la generación del 1880 quedaron en el inconsciente colectivo como los promotores de un modelo de país, polémico, discutible o incluso elitista o probritánico (como intentó demostrar el revisionismo más tarde) pero un modelo al fin. Algo en qué creer. Inclusive un personaje tan particular como Sarmiento, un emblemático antirrosista y desterrado varias veces en su vida, parece haber sido redescubierto por el progresismo de hoy. La legislación que promovió el “loco” (como lo llamaba Urquiza) tanto como gobernador de San Juan (1862-1864) y como presidente de la Nación estableciendo la educación pública, gratuita y obligatoria (1868-1874) fueron la piedra angular de un proyecto unificador nacional y una comunidad lingüística consolidada. Sarmiento era liberal por convicción, pero no dudó en aprobar una ley de subvenciones para financiar a la escuela pública. Era una lucha sin cuartel con la Iglesia que tenía hasta esos momentos casi el monopolio de la educación, entre otras facetas de la vida social argentina.

El final de las narrativas. Durante el siglo XX se plantearon dos proyectos o paradigmas principales: el peronista y el frondicista o desarrollista. Son más cercanos en el tiempo, pero no por eso menos discutidos. El peronismo planteó una dualidad (finalmente incompatible) entre el desarrollo de una industria pesada impulsada desde el Estado y el consumo popular, junto con la generación de derechos de los trabajadores. Estos últimos dos elementos le permitieron trascender a su tiempo. El frondicismo promovió un desarrollo centrado en la introducción del capital trasnacional en la economía argentina. Era una época donde el país podía ser un imán para el capital productivo de las grandes corporaciones del mundo, aun en un entorno de alta conflictividad política por la proscripción del peronismo y la existencia de un sindicalismo combativo.

Quizás con Frondizi se terminaron los grandes relatos sobre un proyecto de país. Raúl Alfonsín primero urgido para sostener las instituciones democráticas y contener la sedición militar, por necesitar luego contener el dólar y la inflación desbordante no encontró espacio para su “tercer movimiento histórico”. La excepción fue la propuesta de traslado de la capital a Viedma-Carmen de Patagones que además de fallida, inauguraba la mutación de las grandes narrativas hacia los megaproyectos. No hay dudas que luego Carlos Menem traería una modernización acelerada tardía y desordenada pero que escondía un nivel de descomposición social impresionantes cuyos efectos son evidentes en el día de hoy.

La era de la urgencia. Se abre la discusión si la década larga kirchnerista generó algún proyecto de desarrollo económico integrado, pero sobre todo perdurable en el tiempo más allá de intentar la distribución de parte de la renta agropecuaria hacia los caídos en la pobreza de los 90. En algún momento Cristina planteó la posibilidad de construir un tren bala que uniera Buenos Aires con Mar del Plata. La sociedad ya para ese entonces no estaba ni siquiera para grandes proyectos. Mauricio Macri trató en sus comienzos en arroparse en las simientes desarrollistas, pero finalmente su proyecto quedó en buscar dar marcha atrás a las políticas kirchneristas. Una propuesta que pareció propiciar cierta actualización fue la incorporación de empresas de aviación low cost, pero pobremente implementada.

Hoy más que nunca parece imperioso plantear una directriz de modernización para la Nación, aun cuando las palabras progreso y desarrollo (y mucho menos planificación u orden) están excluidos del diccionario político argentino. Se puede argumentar con cierta lógica que la situación nacional y el contexto internacional no están para planteos estratégicos. Es más, todo proyecto que se piense a más de unos pocos meses puede ser catalogado de mesiánico y pomposo, pero su otro extremo, estar en emergencia permanente, cancela el espacio del largo plazo y genera el efecto desaliento. Se instala la idea de que los proyectos personales y familiares no tienen espacio de ser desarrollados en estas tierras. En pocas palabras, un país sin futuro.

*Sociólogo (@cfdeangelis)