Polariza y fracasarás. En las PASO, Cambiemos siguió el mismo derrotero que el Frente para la Victoria en las elecciones presidenciales de 2015. A falta de resultados económicos, la política exterior de “vuelta al mundo” se presentó como arma divisoria frente al electorado. Reiteradas alusiones a los vínculos de Cristina Fernández con Venezuela e Irán se contrastaron con la labor de Mauricio Macri en la presidencia del G20. “El mundo antes nos daba la espalda, ahora nos aplaude”, se repitió como mantra.
Si bien es usual que durante las campañas electorales se marquen contrapuntos con el pasado para agitar y dividir las aguas, hacer de esto un estado de situación permanente es riesgoso y nos conduce al extravío.
Hace ya tiempo la pregunta por la política exterior es de carácter existencial, y ni siquiera están sobre la mesa las cuestiones fundamentales de cómo afinar la inserción política y económica del país a largo plazo. Se plantean, desde la retórica y con escasa sustancia, falsas antinomias.
La integración al mundo discurre entre ejes que suponen una división tajante: el aislamiento o la inserción, jugar en las grandes ligas o ser una columna del “sur global”, relaciones especiales con Estados Unidos o acercamiento integral a China, y así varias más.
Situados en esa encrucijada, hemos decidido dejar de hacer diagnósticos adecuados y hemos resignado actuar asertivamente. Si las opciones son binarias, la política exterior vira sobre posiciones extremistas.
“Aislados o insertados al mundo” es la primera falsa antinomia. Pero el aislamiento es un mito.
Como muestran Malamud y Pauselli, el kirchnerismo tuvo una itinerancia internacional tan activa como la de Menem, aunque sin perder de vista el vecindario.
Macri viajó a Europa, Estados Unidos y Asia, pero menos en la región. Los viajes presidenciales a India, Vietnam e Indonesia en 2009 y en 2019 son muestra de continuidad. A los países de Asean les vendemos más que a China desde 2016, y con amplio superávit.
Un nuevo gobierno deberá seguir apostando a un polígono. Ampliar y diversificar vínculos con el exterior, pero sin sacar los pies de la región. Incrementalismo sí, ausentismos no.
La segunda falsa antinomia es “Estados Unidos o China”. Pero “la verdad está en los matices”, como alguna vez insinuó el poeta Paul Valéry. Ejemplos claros: la Argentina durante el kirchnerismo coincidió con Washington en terrorismo y cuestiones nucleares, colaboró con la NASA en acuerdos de tecnología espacial y fue el quinto país latinoamericano que más veces votó con la Casa Blanca en la ONU.
A la inversa, durante el actual gobierno se firmaron más acuerdos con China que con Estados Unidos. El promedio de 9,5 acuerdos por año con Beijing de Macri contrasta con el 6,4 de épocas kirchneristas. Lo binario seduce, pero entender la relación de Argentina con el mundo es más complejo.
Quien asuma en diciembre la presidencia tendrá que seguir lidiando con la vertiginosa dinámica de la disputa comercial, tecnológica y estratégica.
“Argentina entre dos potencias” pareciera la fórmula que se repite. Préstamos en infraestructuras, inversiones, oxígeno de swaps para el Banco Central y transferencia tecnológica y 5G en un contexto de cuarta revolución industrial, del lado chino. Señales políticas para renegociar la deuda con el FMI, del lado norteamericano.
¿Hay que elegir? Una autopercepción de relevancia exagerada en este juego de poder podría llevarnos a pensar que sí. Lo cierto es que necesitamos de ambas potencias, pero de manera calibrada y preservando márgenes de autonomía. En cada ecuación habrá que evaluar beneficios y también contraprestaciones.
La política exterior del nuevo gobierno deberá también hacer frente a complejidades más allá de esa dinámica triangular estatal. En las actuales relaciones internacionales, pocos países pueden marcar las líneas de cal. Los partidos pueden jugarlos varios, pero el número es corto. Tal como sostienen Hirst, Luján, Romero y Tokatlian, nos encontramos ante un orden multipolar acotado.
Este prisma es esencial para poner en evidencia el peso y la complejidad adquiridos por los factores externos. Ni bipolarismo tajante, ni multipolarismo a secas. Esto exige posicionarse simultáneamente en múltiples escenarios ante diferentes jugadores. No solo Estados, grandes empresas se internacionalizan y la banca financiera apalanca.
El mundo 4.0 se parece mucho al que observaba Susan Strange, una de las grandes teóricas de las relaciones internacionales. Poder y territorio se bifurcan. Finanzas, empresas y tecnologías explican más y mejor. Una mirada integral de diplomacia económica es clave en esto.
El gobierno que resulte electo en octubre deberá dar respuestas inmediatas ante los desafíos que plantean la volatilidad financiera, la frágil economía y la creciente desigualdad social. Claro está, esto no significa dar la espalda al futuro.
En un mundo cada vez más complejo, incierto y turbulento, las democracias están condenadas a conversar más –deliberar, diría Habermas. Argentina necesita discutir, de manera abierta y plural, si se quiere afinar una inserción política y económica del país sustentable a largo plazo, o se pretende continuar entrampados en el cortoplacismo.
*Investigador Conicet-Universidad Nacional de Quilmes. **Investigadora Conicet-Universidad Católica de Córdoba.