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El viernes empieza la ilusion de cada ao

Argentina y la Davis, ese amor esquivo

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De lo que tenemos más o menos a mano, la Copa Davis debe ser la gran asignatura pendiente del deporte argentino. Es decir, no creo que exista alguna competencia de semejante magnitud que nuestro deporte aún no haya ganado. ¿La medalla dorada olímpica para Las Leonas? Tal vez, lo que más se aproxima. Pero el hockey ya suma, sólo para empezar, dos títulos mundiales. ¿Un titulo mundial de rugby? Sería para llorar de emoción varios días. Sin embargo, jamás los Pumas han sido, siquiera durante un año, los mejores del mundo. Aun en los mejores días –Mundial de 2007–, y pese a haber vencido dos veces a Francia en su casa, la sensación fue que Sudáfrica, Inglaterra, Nueva Zelanda, Australia y hasta los propios franceses volaban sustancialmente por encima de nosotros.
En realidad, todas estas comparaciones, y las que usted tenga ganas de agregar anotando en lápiz a un costado del texto impreso –como hacía mi abuela Nona destacando y hasta criticando sus programas favoritos en la TV Guía–, sólo sirven para meternos en tema. Y el tema es que, el próximo viernes, el tenis argentino comenzará una nueva ilusión.

Tres veces fuimos finalistas. En 1981, se estuvo a un saque de quedar 2 a 1 con Vilas y Clerc derrotando a McEnroe y Fleming en día sábado. Pero la Argentina, de visitante, en Cincinnati y sobre carpeta, no era la favorita. En 2006, en Moscú, se llegó al quinto punto por obra y gracia de un Nalbandian mágico que tuvo un bache importante en el dobles, pero pulverizó a Safin y a Davydenko en los singles. Claro que la Argentina no acertó con el segundo singlista: fueron derrotas de Chela y de Acasuso. La Argentina ya era una potencia superior a la rusa en cuanto a influencia en el circuito. Esa vez, la derrota se justificó, nuevamente, por cuestiones de superficie y de localía. En 2008 se estuvo tan lejos que cuesta recordar lo cerca que creíamos estar. Mirado retrospectivamente, cuesta comprender que se haya preparado una superficie para perjudicar a Nadal y terminamos poniendo todo a merced de Feliciano López y de Verdasco, hasta entonces dos virtuosos notorios perdedores de grandes ocasiones. De todos modos, fue ante todo un fin de semana de brujas. Porque a Del Potro se le escapó un set increíble y terminó lesionado el viernes. Porque David tiró afuera una volea que suele acertar maniatado y con los ojos vendados –era para quedar dos sets a uno en el dobles– y porque a Acasuso se le pinchó el turbo justo después de ponerse dos sets a uno arriba ante Verdasco. Duro lo de Mar del Plata. Aunque no tanto como haber gastado millones de pesos del pueblo sólo para que el dueño de la caja se sacara una foto que, finalmente, nadie se sacó.

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A la vuelta de las cosas, creo que nunca estuvimos más cerca que en 1980, cuando perdimos de local la semifinal con la Checoslovaquia de Ivan Lendl. La final hubiera sido de local ante Italia, rival al cual Vilas y Clerc deberían derrotar casi sin perder sets. Sin embargo, un conflicto extemporáneo entre tenistas y dirigentes y la imponencia de Lendl –también entonces un gran perdedor de grandes partidos, sayo que lo perseguiría hasta 1984– volvió a dejar claro que entre nuestros deseos de poseerla y la Copa Davis hay una permanente sensación de coitus interruptus.
De todos modos, no es para subestimar que la Argentina es uno de los pocos equipos que lleva una década sin perder una primera rueda. Casi todas las potencias descendieron o han jugado repechajes. Nosotros, no. Ni siquiera en 2010, cuando estábamos al horno con los suecos de Soderling hasta que Nalbandian tuvo ese albur que lo llevó a tomarse el avión horas antes del viernes inicial para ganar el dobles y el singles final y garantizarnos el pase a cuartos.
Y este año no debería ser excepción. Rumania trae un singlista, Victor Hanescu, y un doblista, Horia Tecau. Los demás integrantes del equipo europeo no serían elegidos ni para formar un Argentina C (creo que estoy generoso). Claro que en la Davis no juega una potencia contra otro, sino que apenas se involucra a un puñadito de todo lo que hay a mano. Y ya avisó Perogrullo: con ganar tres de los cinco puntos, alcanza.

A menos de una semana, la Argentina tiene dudas en su formación. La lesión de Nalbandian, en el mejor de los casos, será tema hasta el jueves al mediodía cuando se realice el sorteo. Y no hay que descartar que se lo dé de baja antes. A propósito, sin siquiera haber hablado con el capitán Tito Vasquez, mi sensación es que, teniendo a Chela, a Mónaco y a Schwank en el equipo, se podría correr el riesgo de sostener al cordobés que, aun sin jugar el viernes, podría ser una carta brava para tirar en la mesa, sea el dobles o sea el domingo. Además, si fuese necesario, tener a David de líbero –y con chances de bancar un partido a cinco sets, claro– implicaría elegir qué partido querés que juegue en la jornada de cierre. De todos modos, son especulaciones. Y por ahora, está claro que la posibilidad de reincorporar a Horacio Zeballos en lugar de Nalbandian anda merodeando ciertamente al equipo argentino.
Todas estas consideraciones son válidas y necesarias, en primer lugar, porque hay que ser muy respetuoso de los misterios de la Davis, que se ha fagocitado a más de un peso pesado sólo por exceso de confianza.

Por lo demás, puestos a pensar en un tenis sin misterios, sobresale la sensación de que, aun en días poco florecientes para la segunda línea de nuestro tenis, la Argentina podría enfrentar airosamente a Rumania incluso sin ninguno de los cuatro convocados. Creo que también se ganaría sin Zeballos, ni Mayer, ni Machi Gonzalez que estarán acompañando al equipo. Ni mención para Del Potro: por si alguno no se enteró o para neutralizar a quienes quieren buscar caca donde no la hay, el tandilense se bajó de la primera serie mucho antes de empezar esta maravillosa serie de éxitos que lo está dejando muy prematuramente cerca de volver a meterse a full en el circuito. Seguramente, a Juan lo tendremos cuando a la Argentina lleguen Djokovic, Troicki y la banda serbia; ni más ni menos que los campeones.
Pero para eso, primero hay que tomarse en serio el debut, jugar sanitos como para esquivar a los demonios y, sobre todo, asegurarse que el único rumano exitoso en Buenos Aires sea el Drácula de Juan Rodó y compañía.