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ECONOMISTA DE LA SEMANA

Argentinos, ¿qué nos pasa?

¿Por qué aceptamos con resignación o indiferencia que uno de cada tres argentinos viva bajo la línea de la pobreza?

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Nuestro país vive hoy quizás el momento político, social y económico más desafiante desde la crisis de 2001. Estamos entrampados en la supuesta existencia de tres porciones de nuestra población de las cuales ninguna alcanzaría una mayoría electoral y presuntamente poseen ideologías sin posibles puntos de encuentro.

Esto sumado a que hay quienes por conveniencia electoral exponen una grieta entre dos grandes facciones de esos tres sectores y pretenden convencernos de que la única posibilidad es dirimir el poder de turno en un potencial ballottage solo entre ellos dos.

Ahora bien, ¿tan difícil es entender que la verdadera grieta no es ideológica sino social? ¿Que resulta inaceptable seguir conviviendo con un tercio de nuestra población en una situación de pobreza indigna que debería avergonzarnos a todos? Más allá de esa supuesta grieta subyacen gravísimos problemas económicos, sociales, políticos y hechos institucionales de connotaciones inusitadas que están denigrando a toda nuestra sociedad.

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Es verdad que resulta difícil encontrar las razones de por qué estamos como estamos. No hay justificativos. Pero lo cierto es que esta triste y dura realidad debiera interpelarnos a todos y permitir reflexionar y preguntarnos qué nos pasa. Tal vez entonces nos demos cuenta de que habrá muchos culpables de nuestras desgracias, pero responsables somos todos.

Tales cuestionamientos nos deberían instar, en pos del bien común, a resignar y flexibilizar ciertas posturas, tanto las ideológicas como las guiadas por intereses individuales, a fin de generar consensos que permitan ordenarnos y organizarnos para un punto de partida.

Entre las tantas cuestiones a abordar a la hora de realizar tal debate podríamos enumerar muchos ¿qué nos pasa?:

  • Que aceptamos casi con resignación, o en casos con indiferencia, convivir con uno de cada tres argentinos en situación de pobreza e indigencia, lo que suma más de 13 millones de compatriotas, con la aún más triste verdad de que casi la mitad de ese universo es menor de edad, a pesar de que deberían ser la reliquia a proteger para construir la Argentina del mañana.
  • Que aceptamos tener uno de los países más ricos del mundo y con mayor capacidad en producción de alimentos, pero colmado de habitantes con hambre.
  • Que no podemos abandonar nuestra adoración al dólar, lo que  genera permanentes distorsiones económicas que afectan nuestro normal desarrollo.
  • Que no logramos liberarnos del karma de la inflación estructural, maquinaria salvaje de creación de pobreza,  incluso alcanzando récords internacionales en nuestros índices. Esto aun aplicando tasas de interés irrisorias y crecimiento nulo del dinero circulante.
  • Que siempre terminamos acudiendo al condicionante Fondo Monetario Internacional como el mesías para la solución de todos nuestros problemas.
  • Que no podemos generar las expectativas ni la confianza sustentable para que el mundo nos financie.
  • Que no logramos ser atractivos para el capital dispuesto a invertir en nuestra estructura productiva, pero sí para el financiero especulativo y volátil.
  • Que no somos capaces de generar incentivos a los generadores de empleo para poder retornar a una cultura del trabajo que permita reducir los quizás justificados pero insostenibles subsidios que otorga el Estado.
  • Que resulta utópico pensar que la sociedad logre creer algún día en nuestra administración de justicia, más allá de la aparición de jueces probos.
  • Que hemos abandonado el bipartidismo como mecanismo de construcción democrática fomentando las uniones partidarias transitorias y promoviendo la borocotización de la política.
  • Que solo tres de cada diez estudiantes de la universidad pública logran terminar sus estudios y que apenas un 19% de la población de entre 25 y 34 años posee un título universitario. Indicadores muy menores si los comparamos con otros países de la región.
  • Que observamos casi con resignación que hemos sido invadidos y colonizados por un narcotráfico reinante a nivel mundial y regional con las graves consecuencias que esto trae aparejado.
  • Que quedamos absortos, casi inmóviles, ante la puesta en escena de casos de corrupción, tal vez por todos imaginados, que nos expusieron uno de los problemas estructurales más amenazantes a enfrentar como sociedad.
  • Que nos acostumbramos a la inseguridad como un statu quo natural obligando a nuestras familias a modificar hábitos y tomar resguardos que nos permitan vivir con cierta tranquilidad.

Estos y muchos otros cuestionamientos nos despiertan a una realidad cuya solución excede la buena voluntad de uno o más espacios políticos, como se los suele llamar ahora, o la buena pericia de una sola persona.  

Ahora bien, ante esta difícil situación, y frente a una comunidad sellada por el resentimiento, ¿no será momento de darnos la oportunidad y de que la opción gobernante elegida a partir de 2020 sea la de mayor capacidad para generar menos odios, más respetos, consensos y confianza tendiendo puentes y alianzas y hasta quizás encarando una gestión de gobierno con participación y representación de todas las vertientes ideológicas?

Si como sociedad organizada no logramos cambiar la tendencia descripta, seguramente nuestros hijos seguirán preguntándose: Argentinos, ¿qué nos pasa?