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Asado masoquismo

Volvió la carne. Volvieron las vacas al matadero de Echeverría. Antes eran para el Restaurador, ahora son para el restaurante. Volvió el bramido, el martillazo neumático en la frente, los grandes faenadores de botas blancas de goma, los camiones frigoríficos, el peón distribuidor hombreando la media res hasta los ganchos de las carnicerías. Las asociaciones de consumidores piden que la gente se abstenga de comprar carne hasta que bajen los precios, pero es imposible. Una semana de góndolas vacías les bajó la presión a varios.

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Volvió la carne. Volvieron las vacas al matadero de Echeverría. Antes eran para el Restaurador, ahora son para el restaurante. Volvió el bramido, el martillazo neumático en la frente, los grandes faenadores de botas blancas de goma, los camiones frigoríficos, el peón distribuidor hombreando la media res hasta los ganchos de las carnicerías. Las asociaciones de consumidores piden que la gente se abstenga de comprar carne hasta que bajen los precios, pero es imposible. Una semana de góndolas vacías les bajó la presión a varios. 
¿Cómo aguantarse? El asado se salteó un fin de semana. Las parrillas familiares quedaron inactivas. El domingo hubo una dispersión abúlica en la familia, un guiso o un arroz que llevó al silencio y al plato individual frente a la tele. Pero algo se acumuló durante esos días. Una química extraña. Un ácido empezó a correr en las muelas, se afilaron los caninos. El carnívoro argentino se empezaba a impacientar.
Si no hay carne, no hay diálogo, no hay reunión, ni vino, ni tarde, ni solcito. No hay discusión. Porque en este país, como dice el poeta César Mermet, el verbo no se hizo carne sino que la carne se hizo verbo. Por unos días las carnicerías quedaron mudas.
Ahora, con la entrada de la hacienda en los corrales, el orden se reestablece. Los consumidores avanzan con carritos hacia las góndolas llenas o entran aliviados a las carnicerías. El ama de casa tímida y recatada vuelve a temblar cuando el carnicero con sus manazas casi le salpica de sangre la musculosa lila azotando el churrasco jugoso contra el mostrador. “¿Cuánto llevás, nena?”
Todos salen sopesando las bolsas, sonriendo, hinchados de orgullo, palpando el kilo de nalga, los dos kilos de cuadril, revoleando la costeleta. Quieren hundir el tramontina en el bife de chorizo, cortar tendones, grasa, fibra muscular, tejido conectivo, hueso. Los carniceros embalados afilan las cuchillas, con el tánatos a full. No dan abasto.
El asador promedio compra varios cortes, contento, segregando saliva; está más caro, no importa, le duele el bolsillo pero goza con todo su ser nacional. Volvamos al asado, al asado masoquismo, volvamos a reventar, a morir al sol con tinto y achuras chisporroteantes. Volvamos a pelearnos con el cuñado blandiendo un ojo de bife bien cocido, a atorarnos con el vacío justo a punto, a avergonzar a la prima adolescente con los chistes de doble sentido que sugieren las morcillas, los chorizos, las salchichas parrilleras. Que el humo blanco del sacrificio se eleve nuevamente para calmar a los dioses.