COLUMNISTAS
SE EXIGE UN CAMBIO A FONDO Y EN SERIO

Así como estamos, esto es gatopardismo puro

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La Selección argentina está a punto de verle la cara –bien de cerca– al campeón del mundo. Hay un punto grandioso: es un partido de los de antes, cuando llegaban a Buenos Aires grandes selecciones europeas a medirse con el atractivo fútbol de estas tierras, después de que los medios de comunicación apenas acercaban alguna borrosa imagen en blanco y negro.

España, con su juego de tenencia de la pelota, tiene embelesados a miles y miles de seguidores en todo el mundo. Su título en Sudáfrica fue saludado como “un regreso a las fuentes”, “un soplo de aire fresco”, un “así jugábamos nosotros” (mirá si los argentinos nos íbamos a perder de anotarnos en una victoria ajena), “el potrero profesionalizado”… en fin. Los lugares comunes nos apabullaron. La explicación del éxito español se originó en el estupendo trabajo a largo plazo y de base que hizo el Barcelona. La Selección española es el Barcelona reforzado. No está dicho con desdén ni peyorativamente. Es sólo descriptivo. “Barcelona sin Messi”, me dijo alguien. Es un poco más que eso. Villa, Torres, Xabi Alonso son futbolistas estupendos. Ni hablar de Andrés Iniesta, una especie de Bochini actual que camina como un empleado no destacado de una compañía de seguros, pero que sin embargo juega al fútbol (y, sobre todo, sabe y piensa el fútbol) como pocos colegas suyos.

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Pero Iniesta es del Barcelona, lo mismo que Xavi Hernández, Pedro, Busquets, Puyol (que no estará por lesión), Piqué, hasta el mismo Cesc Fábregas. Fábregas estuvo en La Macía –lugar de preparación de los juveniles barcelonistas– y al ver que no tendría chances de ocupar un lugar en el plantel superior, se fue al Arsenal. Pero en su ADN (otra de las frases preferidas de los adoradores del “fútbol que le gusta a la gente”) está Barcelona.

Entonces, España está donde está por el Barcelona. Barcelona, el club de Cataluña, la región que quiere separarse de España, hizo por el fútbol español lo que nunca nadie jamás.

Argentina está en otro plano. Lo primero que diferencia al cuadro nacional de su rival del martes es que acá no hay proyecto. No hay proyecto todavía. Y las cosas no parecen ser muy claras. Mientras Julio Grondona le da señales a Sergio Batista de que va a ser, finalmente, el titular del cargo, Carlos Bilardo –director general de selecciones nacionales– dice que “en octubre se van a evaluar proyectos de entrenadores para dirigir a la Selección”. Da toda la impresión –ojalá me equivoque– de que seguirá Batista y que, una vez más, Bilardo quedará colgado de la brocha. Lionel Messi hizo declaraciones esta semana a favor de Batista y esto pesará mucho a la hora de la decisión.

Insisto con el concepto: que Batista sea confirmado en el cargo porque le gane a España es tan disparatado como que no lo sea porque pierda. Y sería disparatado, en este estado de cosas, que no se abriera el juego a otros técnicos capaces que tiene la Argentina. Capaces y con una trayectoria más importante que la de Checho. No se está diciendo “no elijan a Batista, pongan a otro”, sino que no se decidan por Batista porque “anda bien con Messi”, porque “es del ’86” o porque “ganó los Juegos Olímpicos”. Nada se parece a dirigir la Selección mayor. José Pekerman fue el más claro ejemplo. En 2006, Argentina le ganaba a los alemanes 1 a 0 y hacía falta tener la pelota. Pekerman se equivocó en los cambios, desarmó el equipo, se encerró en su área. Alemania empató y después ganó por penales un partido que si se hubiese jugado con inteligencia era claramente de Argentina. En el fútbol de élite, las cosas no tienen retorno, los errores se pagan con goles en contra y con derrotas dolorosas. Diego Maradona, en su autoexilio de Ezeiza, lo sabe mejor que nadie.

Mientras tanto, Checho sigue haciendo los deberes. La convocatoria, esta vez, lleva su firma. Es una clara diferenciación del ciclo anterior, aunque con Grondona y Bilardo manejando el auto, la conducción de Batista parece una continuidad y no el cambio de fondo que se necesita. Para esto falta mucho. Si uno quisiera hacer una real modificación de estructuras, Grondona y Bilardo no deberían seguir tomando decisiones ni un minuto más. Pero las cosas están dadas así y así hay que remar.

Es imposible disentir con las convocatorias de D’Alessandro, Zanetti y Cambiasso, por citar sólo a los tres futbolistas que debieron haber ido a Sudáfrica y quedaron afuera. Tampoco es una locura convocar a Banega y a Gabriel Milito, de aceptables presentes en Europa. Batista, además, dijo que cuando esté recuperado, “Riquelme vuelve a la Selección”. O sea: es una convocatoria “anti Maradona”. Batista se esforzó en diferenciarse de Diego. Es claro que la lista ya pasó por la aprobación de Grondona.

Las cosas deberían cambiar en serio. Así como estamos, todo es gatopardismo puro. Ganarle a España nos daría nada más que una alegría pasajera y, lo que es peor, nos haría perder el eje por un tiempo. Una derrota con España sería algo lógico: el fútbol es un deporte de equipos. Ellos tienen excelentes jugadores y nosotros también. Pero ellos tienen un equipo y un proyecto, nosotros no.

Pero ni la más resonante victoria modificará en nada la pobreza de ideas y la desidia que tienen quienes conducen los destinos de la Selección. El cambio tendría que empezar por ellos.