La política exterior argentina debe evitar mantener relaciones de dependencia a todos los niveles posibles –político, económico, tecnológico– con cualquiera de las potencias a nivel global o regional. Una manera de lograr esto es desarrollar una autonomía mediante la diversificación, es decir interactuar en forma positiva, simultánea y estratégica con las potencias establecidas, las emergentes, y el exterior próximo, para lograr los mayores grados de libertad posible. Sin embargo, en vez de estar diversificando nuestras relaciones internacionales para obtener mayores grados de autonomía, parecemos en efecto estar diversificando nuestras relaciones de dependencia a nivel internacional. Principalmente con respecto a EE.UU. y China.
Es común no diferenciar los términos “autonomía” y “aislamiento” en política exterior. Pero autonomía no es lo mismo que aislamiento. La autonomía implica grados de libertad y de acción para una nación y para su política exterior. El aislamiento implica distancia. Sin embargo el aislamiento puede ser una estrategia para obtener grados de autonomía, aunque implique alejarse del mundo. A su vez, evitar tener relaciones con dependencia no implica no reconocer la realidad de una mayor interdependencia existente hoy entre las naciones.
Aunque la idea de diversificar relaciones a nivel global fue mencionada en los primeros años del gobierno de Macri, el concepto de desarrollar una mayor autonomía nunca figuró ni como objetivo ni como estrategia de su política exterior. Esto levantó siempre suspicacias y críticas de sus rivales y hasta dentro de la coalición gobernante. Por supuesto, recurrir en forma desesperada al Fondo Monetario Internacional (FMI) en busca de un préstamo tan extraordinario como cuantioso no ayudó a despejar estas críticas y suspicacias ya instaladas. Puede ser posible disentir en cuanto a cuáles fueron los grados de irresponsabilidad del gobierno de Macri en el endeudamiento externo asumido durante sus dos primeros años y la conveniencia de un préstamo del FMI. Sin embargo, es difícil negar el grado de dependencia de EE.UU. –y de otras potencias occidentales– en el que ha ubicado a la Argentina el préstamo-rescate solicitado al FMI.
Otro ejemplo de la no importancia del término “autonomía” en la política exterior de Macri fue la participación en el Grupo de Lima, con la declamada intención de restablecer la democracia en Venezuela, pero que claramente no podía actuar como mediador. La influencia de EE.UU. era notoria, y sus portavoces, bajo el mando de Donald Trump, llegaron a expresar que todas las alternativas –incluyendo las militares– estaban sobre la mesa en el caso de Venezuela. Otro episodio ilustrativo ocurrió durante una reunión de cancilleres en la Cumbre de las Américas en 2018, cuando el canciller Faurie, el primero en exponer, comenzó con una declaración que condenaba el uso de armas químicas en Siria, lo que en ese momento implícitamente –a sabiendas o no– apoyaba el bombardeo americano de bases militares en ese país. No solo se refería a un tema que no era el objetivo del Grupo de Lima, sino que implícitamente apoyaba una acción ilegal. Pero lo más interesante es que la misma declaración fue hecha por la mayoría de los cancilleres, salvo Brasil, que tuvo la iniciativa y la dignidad de expresar su punto de vista sobre este tema, y no leer un texto aparentemente suministrado por el Departamento de Estado norteamericano a todas las delegaciones.
Curiosamente, mientras la administración Fernández-Kirchner declama contra cualquier tipo de dependencia con respecto a las potencias occidentales, no vacila en crear relaciones de dependencia con potencias autoritarias. Principalmente con China, pero también con Rusia. A nivel político se ha notado en la poca disposición de expresarse ante la violación de DD.HH. en China, o hasta en la falta de interés en averiguar dónde y cómo se originó la pandemia del covid-19. También se ha manifestado a través de las palabras de Fernández, quien forzando los límites de la teoría política, ha declamado supuestas similitudes entre el comunista Mao y el profascista Perón. Esto se ha complementado con la designación de un embajador argentino en Beijing, Sabino Vaca Narvaja, abiertamente simpatizante del Partido Comunista Chino (PCCh), y que ha afirmado que “el gobierno de Alberto Fernández tiene una visión compartida con China en relación con los principales temas internacionales”.
A nivel económico, el natural crecimiento de las relaciones comerciales entre dos economías complementarias va aumentando los grados de dependencia en cuanto a nuestras exportaciones de materias primas, en particular de la soja y sus derivados. Como también en el caso de la carne. Esto puede ser peligroso, como ya se comprobó en la previa administración Kirchner, cuando China canceló la compra de toneladas de aceite de soja que ya estaban embarcadas por desacuerdos económico-comerciales. A su vez, se nota con insistencia el interés chino en administrar la estratégica Hidrovía, salida principal de nuestras exportaciones, lo que también implica riesgos en cuanto a grados de autonomía. Se percibe además el interés chino en construir y/o gerenciar un polo logístico antártico en Ushuaia, de clara importancia comercial como estratégica. Esto llevó al jefe del Comando Sur norteamericano a desplazarse hasta esa distante ciudad austral a verificar la situación.
Los grados de una relación de dependencia con China –aunque también con Rusia– se pueden materializar también en lo tecnológico. El caso más apremiante y evidente es el de las vacunas contra el covid-19. En un tiempo de escasez de vacunas a nivel global, la vacuna china Sinopharm fue parte del mix elegido por el Gobierno, a pesar de su alto precio y las cantidades limitadas entregadas. El problema más agudo se presentó en el caso de la vacuna rusa Sputnik V, que luego de una relativamente exitosa campaña de vacunación con el primer componente, la dependencia de un organismo ruso le impide al gobierno nacional vacunar con la segunda dosis a cerca de 7 millones de ciudadanos.
Otro sector donde pueden crearse relaciones de dependencia es el de las comunicaciones, si se adopta el sistema 5G Huawei de origen chino, que es rechazado en Occidente por el temor a que la información allí circulante llegue a manos del PCCh. A su vez, se pueden crear niveles de dependencia en lo nuclear si se acepta la construcción –llave en mano– de una central nuclear Hualong china –diferente de la de tipo Candu utilizada en Córdoba–, en la cual ni expertos ni constructores argentinos podrían participar en su realización, y en la que dependeríamos de técnicos chinos y de combustible nuclear –uranio enriquecido– importado.
Para lograr mayores grados de autonomía y evitar la bidependencia, la clase política –incluyendo a los que conducen la política exterior– debe aspirar a que la Argentina se comporte con mayor grandeza a nivel internacional. Y asumir que, como decía el reconocido diplomático y estratega norteamericano George Kennan (1904-2005): los eventos y el desarrollo político de los grandes pueblos están condicionados y determinados por sus experiencias nacionales, y nunca por la manipulación de las potencias extranjeras en sus asuntos internos.
*Especialista en Relaciones Internacionales.