COLUMNISTAS
G20

Avances en un mar de intereses contrapuestos

La Cumbre de Roma anunció la transformación del mundo en nombre de las “Personas, el Planeta y la Prosperidad”. Las declaraciones globales son importantes pero aún resta mucho por que se reflejen en la vida cotidiana del ciudadano de a pie.

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Consensos. En la capital italiana hubo algunos, tras mucha negociación. | afp

La Cumbre de Líderes del Grupo de los 20 (G20) de Roma puso a prueba como pocas veces la real capacidad del foro global para lidiar con los grandes problemas de este inicio de siglo, incluida la pandemia que aún nos acecha, y si bien las negociaciones arrojaron resultados dispares hubo algunos avances relevantes.  

¿Qué dejó este G20 sobre los desafíos que enfrentan las personas, la economía global y el planeta entero en estos tiempos de pandemia y emergencia? La respuesta se encuentra entre las diez mil palabras de la Declaración Final, un documento extenso y complejo. Tras su lectura, el vaso puede resultar medio lleno o medio vacío, según las expectativas y prioridades de cada país.

En el caso de Argentina, llegamos a Roma convencidos de que el diálogo franco y honesto es la primera condición para construir acuerdos en un grupo de países tan diferentes entre sí, teñido de un fuerte condicionamiento de los intereses nacionales, sobre temáticas que atraviesan una agenda global en constante expansión. 

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Hoy, el G20 ya no habla sólo de finanzas: aborda desde la economía hasta la energía, desde la salud hasta el desarrollo, desde el clima hasta la agricultura, pasa por la educación, el empleo, el turismo y las migraciones. 

Durante las cinco largas jornadas que demandó la construcción de los consensos necesarios para llegar a la Declaración Final, los Sherpas naufragamos más de una vez en un mar de intereses contrapuestos, todo un contraste con las líneas claras y sencillas del estilo racionalista del centro de convenciones de “La Nuvola” de Roma.

Conscientes de esas dificultades, promovimos un primer encuentro previo con los nueve países emergentes -Arabia Saudita, Brasil, China, India, Indonesia, México, Rusia, Sudáfrica y Turquía- en la sede diplomática argentina, al que siguieron otros con la participación de países del G7. Desde allí fuimos enhebrando pacientemente las prioridades que deseábamos ver reflejadas en el documento final. Claro, todas requerían ser aceptadas unánimemente para ser incorporadas.

El preámbulo de la Declaración de Roma marca las aspiraciones generales de este G20: una mejor recuperación de la crisis del COVID-19, crecimiento sostenible e inclusivo, seguridad alimentaria, sostenibilidad ambiental, una visión compartida sobre el cambio climático, igualdad de género y una digitalización cuyos beneficios se compartan de manera amplia y segura, para disminuir las desigualdades.

En particular, desde su aparición la pandemia demandó una gran variedad de medidas, pero el G20 había sido hasta ahora incapaz de adoptar un plan concreto para garantizar la vacunación equitativa en el mundo, una falta notable para una plataforma que aspira a ser el centro de la cooperación global. 

Por eso, promovimos el compromiso de acelerar la distribución de vacunas para alcanzar al menos el 40% de la población de todos los países para fin de año y el 70% para mediados de 2022, siguiendo la estrategia de la OMS. Ese objetivo se cumplió - amplia discusión mediante- y quedó plasmado, sin ambigüedad, en el documento final.

También fijamos la necesidad de diversificar la producción local y regional de vacunas, en particular con la tecnología ARNm, como los centros de transferencia de tecnología regionales establecidos en Sudáfrica, Brasil y Argentina y que, paralelamente, se optimice el proceso de autorización por la OMS de vacunas para usos de emergencia. Una condición necesaria para que los países reconozcan en sus territorios su eficacia y seguridad. 

 

Declaraciones y ciudadanos. Otro debate central fue sobre el cambio climático, y fue largo, sinuoso y accidentado. El G20 representa un 80 por ciento de las emisiones globales, pero es un grupo diverso con intereses muy diferentes cuando se trata de política climática. De ahí las dificultades para identificar el justo equilibrio entre tres claves principales: el objetivo de mantener la temperatura global en 1,5°C respecto de los niveles preindustriales, la fecha para alcanzar la neutralidad climática y el financiamiento y la tecnología para encarar una transformación económica-productiva ambientalmente sostenible.

promesa incumplida de los países desarrollados de canalizar 100 mil millones de dólares en 2020 para ayudar a los países en desarrollo en adaptación y mitigación del cambio climático marcó los debates. Los países emergentes perciben que eso agudiza las asimetrías en la capacidad de financiamiento para la recuperación post pandemia, y desconoce las distintas responsabilidades históricas en materia de contaminación, principio central en el régimen internacional del cambio climático.

Aún así, se logró promover un llamado al FMI para la creación de un nuevo Fondo Fiduciario para la Resiliencia y la Sostenibilidad, vinculado con la reasignación de Derechos Especiales de Giro (DEG), que ayude a los países a evitar riesgos en la estabilidad de sus balanzas de pago, incluso aquellos derivados de la pandemia y el cambio climático.

Justamente, el debate llevó a una cuestión clave sobre el FMI: la reforma de los límites de acceso y su política de recargos, que aumentan el costo de financiamiento cuando los préstamos exceden una cierta proporción de la cuota de un país, o cuando los préstamos han quedado pendientes durante más de un cierto período. Esa política limita los márgenes fiscales, en particular en países de ingresos bajos y medios. La Declaración Final reflejó esa demanda de cambios.

Frente a la inseguridad alimentaria y en favor de la sostenibilidad ambiental, el G20 alentó la innovación, el fortalecimiento de las cadenas agrícolas globales, regionales y locales y, en particular, una reforma de comercio agrícola que asegure resultados.

De igual modo, promovió garantizar la conservación, la protección y el uso sostenible de los recursos naturales, y el establecimiento de áreas marinas protegidas como la impulsada por Argentina y Chile en la Península Antártica, y prohibir subsidios a la pesca abusiva y desincentivar la pesca ilegal. Es la primera vez que el G20 emite un claro mensaje en ese sentido. Ahora, depende de los gobiernos tomar medidas específicas, ajustadas a cada contexto nacional.

La Cumbre de Roma anunció la transformación del mundo en nombre de las “Personas, el Planeta y la Prosperidad”. Las declaraciones globales son importantes y canalizan la voluntad política de cambios, pero aún resta mucho por hacer para que se reflejen en la vida cotidiana del ciudadano de a pie.

*Embajador de la Argentina en los Estados Unidos. Sherpa argentino en el G20.