En una escena de Serotonina, la reciente novela de Michel Houellebecq, dos hombres a quienes nadie ama se emborrachan juntos, rumiando la ruina de sus vidas. Es una secuencia clásica del autor: la mujer amante es la portadora de civilización, y cuando desaparece todo el resto se derrumba; Derrumbe se titula la novela de Daniel Guebel que narra un divorcio. La mujer se va y el hombre se enfrenta al apocalipsis circundante; o más bien lo nota.
“Habrá siempre un hombre que, aunque su casa se derrumbe, estará preocupado por el universo. Habrá siempre una mujer que, aunque el universo se derrumbe, estará preocupada por su hogar”. La cita es de Ernesto Sabato, un escritor “dueño de un robusto sentido común” (así lo llamó César Aira en su Diccionario de autores latinoamericanos), y su frase es un buen ejemplo de un robusto sentido común machista. Ilustra la teoría gravitacional de los sexos, donde los hombres se inclinan por el pensamiento y las damas por el hogar.
El paro del 8M actúa sobre esto. La mujer desaparece del hogar y se junta con otras en una bacanal en torno a los símbolos fálicos del Obelisco y el Palacio de Leyes. Se hacen destrozos en nombre de un ideal; se yergue como actor político en el territorio del derrumbe. El feminismo procura la libertad, por eso cada una elige. No hay CEOs ni lugartenientes (Diana Maffía decía hace unos días: “No hay gerentes generales del feminismo”). El feminismo es un caos, una fiesta, un aullido o una forma de elegancia. Se juega en la calle, pero también en la mujer de clase media que pone en blanco a su empleada doméstica. No son socialistas contra capitalistas, porque todas trabajan juntas, todas se afectan unas a otras.
Otra manera de parar es no parar nunca. Hacerle un corte de manga a Sabato y ese sentido común, preocupándonos por la metafísica, el arte egeo y el universo. También está la opción de poner Luis Miguel a todo lo que da –pero solo el 8M, si no es la guerra civil.