“El mar, el mar, siempre recomenzado”, escribe Valéry. Es bueno tener estos versos a mano al mirar de cerca el océano. Las olas se vuelven páginas, el viento, paso del tiempo. El azul es pantalla de recuerdos, la espuma condecora a los mejores.
La feliz coincidencia del avistaje de ballenas con la Feria del Libro de Puerto Madryn habilitaba la metáfora. Horas mirando el mar o compartiendo lecturas. Un sentimiento continuo entre los libros y las ballenas. Éstas últimas irrumpían con la alegría de lo inesperado. Se acercaban a las embarcaciones –que en septiembre ya salen una tras otra–, juguetonas, curiosas, desplazándose con la parsimonia de la inmensidad. Son presencias que colman, los pensamientos se desvanecen, ellas lo ocupan todo. Tan parecidas a nuestra especie, doce meses de gestación, un año de lactancia y poseedoras de un lenguaje particular. Sólo una diferencia “pequeña”: los ballenatos pesan entre siete y ocho toneladas.
Aprovechamos la cercanía de Puerto Pirámides para interactuar con ellas, viéndolas deslizarse como si un colectivo nos pasara por debajo de la lancha. Los ballenatos estrenando saltos, sin despegarse de sus madres descomunales. Luego de un tiempo considerable (parecido al infinito), satisfechos con la exhibición, los organizadores de la excursión y el capitán dieron por terminado el encuentro. Con ruidosa velocidad emprendimos el camino de regreso. Muchos de los pasajeros retomaron sus asientos, y siguieron viendo a las ballenas en los celulares, buscando las mejores capturas para sus redes.
Hay situaciones favorables para lo desprevenido. Sobre todo cuando se piensa que lo mejor ya ha pasado. Así fue como una ballena joven, solitaria, decidió mostrarse a medio metro de la embarcación. Emergió de súbito, salpicándonos a todos. Agua y gritos se mezclaron entre convulsivas reacciones. Permanecí atónita, mirando los ojos del mamífero gozoso, rebelde. Como si riera, volvió a sumergirse. El capitán alzó la voz: “¡Todos a sus asientos, hay que rajar, es un adolescente!”, y aceleró los motores. Algunos temblaban del susto; otros refunfuñaban, no habían tenido tiempo para filmarlo. Solo pude sumar lágrimas extáticas al agua inesperada.
El huracán de la memoria corta
Ya de vuelta en la Feria de Madryn, agradecidísima de tan bello entorno y el inesperado saludo, los libros se me antojaron animales vivientes. Y recordé otra frase de Valéry, del mismo poema, que asemeja el mar a la literatura: “Templos del tiempo”.