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El huracán de la memoria corta

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Lectura | Unsplash | D A V I D S O N L U N A

En tiempos preelectorales de discursos empeñados en resultar consistentes, pero más que nada afectos de insistencia, puerilidad y plagio, no es fácil distinguir las diferencias. Los votos se parecen a la medición del rating. Y medir más es marcar tendencia, aunque conduzca a lo peor.

Ni siquiera se trata de imágenes. Las fotografías de los candidatos en las calles parecen recibir menos atención que los dichos en TikTok, Instagram o Twitter; son palabras las que están pautando los votos. Palabras sueltas, desbocadas, palabras que pierden el referente, la representación; palabras huecas, malditas, mal dichas, efectos especiales del lenguaje.

También hay hallazgos. Algunas frases geniales de las que suelen servirse los memes. Otras berretas o injuriantes. Todo vale, mientras se diga. Quién hubiera pensado que palabras como “motosierra” definirían una campaña electoral.

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Cronopios y alcauciles

Por otra parte, un viento arrasa con ellas. O el huracán de la memoria corta, como si el olvido avalara cualquier retorno. Así, regresan quienes fueron repudiados. Creer o no creer parece ser una cuestión del momento. Las palabras pierden peso, ¡están peor que el peso! Devaluadas, sobreimpresas. Inferidas por el mero efecto de la adhesión inmediata. O la infatuación desquiciada.

Podríamos remontarnos al siglo XVIII (y principios del XIX), paradojalmente racional y romántico, donde no sólo reinaron enciclopedistas como Voltaire o Diderot, también un escritor menos atendido que exploró el hastío universal de las discusiones políticas. Me refiero a Benjamin Constant –novelista tan apreciado por mi vecino de página, Daniel Guebel–, que publicó a principios del siglo diecinueve un modernísimo ensayo titulado Principios de política aplicables a todos los gobiernos, donde ubica una relación posible entre las palabras y las ideas. Según Constant, en su época las ideas se apropiaban de algunos términos, ¡y no los soltaban! Así lo escribe: “Cuando ciertas ideas se asociaron con ciertas palabras, por mucho que se repita y demuestra que esa asociación es abusiva, esas palabras reproducidas evocan largo tiempo las mismas ideas. Fue en nombre de la libertad como nos dieron prisiones, cadalsos, vejaciones. Es muy natural que ese nombre –señal también de mil medidas odiosas y tiránicas–, no sea pronunciado sino con una disposición recelosa y malintencionada”. Y continúa desnudando esa manipulación a través de una apreciación retórica: “No sólo los extremos se tocan, sino que se siguen. Una exageración siempre produce la exageración contraria”.

¡Leer para creer! Parece que el tiempo no hubiese pasado. ¿Acaso la tecnología no puede lidiar con la humana repetición?

Una época implacable

Visionario de las pasiones, Benjamin Constant desmenuza cada uno de los sistemas políticos en relación con la autoridad y los derechos individuales. “El poder es un flagelo y se lo considera como una conquista. La ira se dirige contra los poseedores del poder y no contra el poder mismo. En vez de destruirlo, se lo desplaza”. Por eso, uno de los ejes del libro, es la limitación del poder y la extensión de la autoridad política, teniendo en cuenta que “los derechos individuales se componen de todo lo que es independiente de la autoridad política”. Constant ubica este afán de libertad entre la moral y la idea de verdad. Otra frase genial del escritor consternado por el devenir de la humanidad: “La idea de verdad es un descanso para el espíritu, así como la idea de la moral lo es para el corazón”. Constant no piensa solo –como todo aquel que escribe. Revisa la historia política y va enlazando citas de otros autores. Elijo una al azar del Tratado de economía política, de Jean Baptiste Say: “La moral debe aprenderse en todas partes y no enseñarse en ninguna”.

Publicado hace más de doscientos años, Principios de política aplicables a todos los gobiernos pone en evidencia las fallas del sistema democrático a través de la corrupción que las mismas leyes habilitan en los agentes de autoridad. Su autor se da el gusto de desactivar algunas trampas del lenguaje, sobre todo aquellas que considera “sofismas en favor de la arbitrariedad.”

Además de recobrar el valor de las palabras, el libro de Constant es un deleite de lectura, como lo son alguna de sus imperdibles novelas.