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Cronopios y alcauciles

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Alcauciles | Unsplash | mana5280

Lo más rico puede ser lo menos oneroso. Si se tienen en cuenta ciertas variables. Como por ejemplo, las temporadas. Hablando simplemente de frutas y verduras –tan cruciales en nuestra vida cotidiana–, estamos en el mejor momento de los alcauciles. Todos los precios por las nubes, los días se miden por la suba del dólar, mientras que estos relojes cortazarianos ofrecen un tiempo diferente y ya bajan de los trescientos pesos –en gran parte gracias al cinturón verde de Mendoza que provee de estas “flores curativas”.

Con cada alcaucil se adquiere no solo una verdura sino una aventura

Si tienen verdulero amigo, pueden elegirlos. Con buen tallo, mejor aún, para aprovecharlo en su totalidad. A pesar de las adversidades, este invierno favoreció a las alcachofas. ¡Están fortachonas! Grandes y bien munidas de hojas, es decir, de segundos, de minutos. Ya se comprenderá… Tiempo al tiempo. Y ni hablar del portentoso corazón, esperando su designio de delicioso último bocado. Con cada alcaucil se adquiere no solo una verdura, sino una aventura. La del conteo, la pausa, la prolongación. Cuantas más hojas tenga, mejor. Una a una, por supuesto. Fundamental no apurarse, como con todo lo sabroso. Esta vivencia gustativa y temporal puede producirse con mayor efectividad leyendo el brevísimo relato de Cortázar, donde sus criaturas –libres, inocuas, juguetonas, sus irresistibles cronopios– describen al “reloj-alcaucil” como un objeto viviente que se incluye en los hogares para poner en marcha un tiempo distinto. Así, como indica el relato, luego de ubicar un lugar donde colocarlo, “las innumerables hojas del alcaucil marcan la hora presente y además todas las horas. Los cronopios las va sacando de izquierda a derecha, siempre la hoja da la hora justa, y cada día el cronopio empieza a sacar una nueva vuelta de hojas. Al llegar al corazón el tiempo no puede ya medirse, y en la infinita rosa violeta del centro el cronopio encuentra un gran contento, entonces se la come con aceite, vinagre y sal, y pone otro reloj en el agujero”.

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Aprovechen la brevísima aparición de estos relojes-alcauciles para alcanzar ese momento efímero, eterno, tan bien señalado por Cortázar: “Al llegar al corazón el tiempo no pueda ya medirse…”. 

Ojalá hubiera más cronopios renovando lo cotidiano, el desorden en tal caso sería juguetón, y no como el actual, abusivo, injusto.