“Balzac es el más heroico, el más singular, el más romántico y el más poético de cuantos personajes creó Balzac”, afirma Baudelaire, primereando un gesto común a casi todos los escritores del mundo que vinieron después, consistente en hacer referencia al autor de La Comedia Humana. “Todos sus libros no forman más que un libro... libro viviente, luminoso, profundo... libro maravilloso que el poeta intituló Comedia y que habría podido llamarse Historia”, dice a su vez Víctor Hugo, sumándose al glosario centenario y universal de definiciones, opiniones o pensamientos del que, lógicamente, también participan argentinos de distintas épocas.
Durante una entrevista a propósito de su novela La mujer del malón, consultado por la elección de Alsina como personaje, Daniel Guebel, por ejemplo, responde cómicamente: “Balzac escribió La Comedia Humana y yo decidí escribir 27 novelas, y que sus protagonistas lo fueran de la historia argentina y tuvieran por apellido cada letra del alfabeto. Empecé por Alsina. Ahora viene Belgrano, después Castelli, y así”. Un par de años antes, mientras hablaba en la radio, Alan Pauls hizo una comparación inesperada: “A mí me gusta mucho Vivir afuera, es una novela que me parece realmente muy notable, no sé si en un sentido que a Fogwill le interesaría, pero para mí es como el Fogwill balzaciano, como un Fogwill más siglo XIX. Fogwill, que se jactaba de ser un híper contemporáneo, probablemente me hubiera matado por decir eso. Pero para mí es como si hubiera habido un Balzac argentino en un momento en el que la literatura no encontraba una manera copada de hablar de lo que pasaba en los 90”. Antes, el propio Fogwill trazó paralelos aún vigentes al decir que “Balzac utilizaba el apremio económico como estímulo para escribir, pero en la actualidad el apremio económico es también un apremio institucional”.
Releyendo lo dicho en los párrafos precedentes por Guebel, Pauls y Fogwill, saltan a la vista dos cuestiones. La primera es que Balzac se toma tangencialmente, como parte trivial de otra conversación, pero es puesto, al mismo tiempo, como la medida de las cosas. Y la segunda es que estamos ante un listado demasiado caprichoso e insuficiente, porque el tiempo es tirano en la televisión y el espacio limitado en la gráfica. Da pena dejar afuera a tantos otros escritores, como Aira, hablando del “Gran Romántico y Gran Realista” que “no teme hacerse esotérico o directamente incomprensible” porque “él se entiende”; o Piglia, quien se solaza imaginando a Sarmiento cuando lo vio de lejos, en un baile público de París, consignado en su libro de viajes. (Difiere Laura Alonso al asegurar que nuestro pollo, al que califica de “cararrota”, se acercó hasta el maestro para decirle, en francés, “Yo soy Sarmiento”.)
Quizás, no quede otra que emular a Guebel, prometiendo, en mi caso, futuras columnas con más palabras argentinas sobre Balzac, cuya muerte, hace 175 años, es una excusa perfecta. No serán entregadas en orden alfabético –¡sería demasiado!–, pero sí cómicamente.