Dicen los talancas: “al barri i ha de tot”. Es cierto, en el barrio hay de todo. No sé en qué barrio vive usted pero sé que hay además de su casa otras casas como la suya, con patio, jardines, balcones, rejas, terrazas. Y seguro que hay una farmacia, una relojería y joyería, una ferretería, un minimarket, un café, una verdulería, outlets con vidrieras de jeans y remeras, sucursal de un banco, panadería que vende medialunas y bizcochos de hojaldre, dos pagofácil, una rotisería y así. En el mío, así como le digo. Y falta agregar que me encanta y que cada día hay más boutiques finas y la verdulería (higos, ciruelas, arándanos, espárragos y otras esdrújulas) se parece a una tiendita mínima pero perfecta de esas que abundan en la quinta avenida o, para no exagerar, en las vecindades de Place Vendôme.
Después, claro, tengo que trasladarme por una u otra cosa al otro extremo de la ciudad, y las torres de 24 o 32 pisos me tapan el río y ya no veo jardincitos con santas ritas ni techos de tejas ni verdulerías que parecen joyerías. Sólo cemento y pequeñas ventanas a través de las cuales, supongo, se verán otras torres y más allá otras más y de este lado también. Minga de ferreterías y minimarkets y cafés con piso de listones de madera lustrados de cera y de pisadas. Minga de rotiserías y de pagofáciles y de todo eso que hay en el barrio.
Es que no es un barrio: es un paisaje en el que ni yo ni usted tenemos lugar. Y no me venga con que las torres son el progreso porque no, no le creo. No le creo porque no sé si es o no el progreso pero sé que no es la civilización. Civilización es el barrio: charlar con la vecina, saludar al vecino, pedirle al dueño del bar que nos venda unas medialunas que le sobraron de la tarde porque llegó a casa la tía Sinforosa a tomar el té, ver amanecer tras los árboles del jardín, el mío o el del vecino. Eso es civilización y lo demás, lo que no es barrio, es soledad y desolación.