No se puede construir una nueva Argentina en base a parches. Desde mediados del siglo pasado todos los gobiernos han caído en un cortoplacismo extremo. Y el gobierno de Mauricio Macri no ha sido una excepción.
Los países que han dejado de ser pobres y se desarrollaron en el mismo período que nuestro país se subdesarrolló, han basado su éxito en dos premisas clave: la estabilidad macroeconómica y el mantenimiento de reglas de juego transparentes y estables en el tiempo. El Estado de Derecho y el resguardo de los derechos de propiedad han sido una regla, en esos países, que nunca estuvo supeditada a otros objetivos o urgencias. Es allí donde surge con más nitidez y claridad la importancia o el valor de la estabilidad macro. En Argentina, cuando los gobiernos no han podido o no han querido o sabido cómo lograr y garantizar dicha estabilidad, han recorrido el camino de las intervenciones de mercado, la violación de contratos, y la estafa que encierran la inflación, las devaluaciones y los defaults.
Uno de los caminos a través de los cuales la inestabilidad de la macro y de las reglas de juego influyen sobre el crecimiento y la prosperidad de largo plazo es directo y muy entendible. La inestabilidad macro y las correcciones/crisis recurrentes resienten el ahorro y la inversión. El ahorro sufre por dos vías: por un lado, el stock acumulado previamente padece las consecuencias de los vaivenes del dólar, la aceleración de la inflación, y en algunos casos, de la expropiación (pesificación; defaults, etc.). No siempre es fácil, ni todos logran, mantener el poder adquisitivo o el valor en dólares de sus ahorros. Asimismo, el flujo de ahorro de las familias se reduce porque su capacidad de ahorrar se reduce a medida que el poder adquisitivo de su salario (y sus salarios medidos en dólares) se reducen. Tal como lo muestran los gráficos que acompañan esta nota, la caída del poder adquisitivo del salario y del salario medido en la moneda estadounidense durante 2018 (hemos estimado el dato de diciembre) son más que elocuentes. El salario (promedio del sector privado registrado) ajustado por los precios al consumidor cayó 11% y el salario medido en dólares se redujo 39%.
Por su parte, la inversión también cae, y cuanto menor es la inversión, cuanto más escaso es el capital, más se lo remunera (la inversión en la Argentina no llega ni a un 15% del Producto Bruto Interno, mientras que los países exitosos invierten entre 25% y 30% del PBI). La otra cara de la moneda de la escasez de capital es la abundancia (relativa) de trabajo. En otras palabras, sobra trabajo y falta capital. Y cuando sobra trabajo su remuneración es baja. Básicamente porque se trata de trabajo poco productivo porque no hay capital. El crecimiento basado en la inversión es inclusivo, mal que le pese a quienes promueven combatir al capital.
Otro ejemplo muy actual (relacionado con lo que planteamos en el párrafo anterior) de cómo la inestabilidad macro influye en las inversiones de riesgo (y, por lo tanto, en el crecimiento y el desarrollo económico) es la renegociación en marcha de los compromisos sectoriales que este gobierno asumió con los productores de gas y petróleo no convencional de Vaca Muerta. La inestabilidad macro está en el origen de ese acuerdo sectorial (y de los otros que firmó el Gobierno el año pasado como el de la biotecnología) y ahora es también “la culpable” de la pretensión del Gobierno de renegociarlo. Está en el origen porque los acuerdos sectoriales son atajos para que algunos sectores obtengan algunos
beneficios que deberían estar disponibles en condiciones competitivas para todos ellos (menores impuestos, por ejemplo). Pero que no pueden estarlo porque la macro (o mejor dicho los desequilibrios macro) no lo permiten. Ahora bien, cuando la inestabilidad macro hace de las suyas, los compromisos asumidos en el acuerdo sectorial no pueden mantenerse. Y entonces, se vuelve a caer en el peor de los escenarios. Se firma un acuerdo, el inversor hunde capital (y en el caso de Vaca Muerta se hundió y mucho) y después cuando el Estado no puede mantener el compromiso asumido, sencillamente, lo renegocia. Tanto para los actores del sector como para cualquier espectador/potencial inversor de ése o cualquier otro ámbito, las ganas de invertir en nuestro país se ven fuertemente afectadas. La inversión se resiente y resulta menor a la necesaria para que se pueda crecer generando empleos productivos y bien remunerados.
A la Argentina no le hacen falta proyectos atractivos o rentables. Los hay y muchos en todos los sectores donde radican las ventajas competitivas que surgen de la enorme dotación de recursos naturales y del potencial de producción de biomasa que tiene nuestro país. Tampoco hace falta que el Estado garantice precios, otorgue subsidios y firme nuevos acuerdos a nivel micro o sectorial. Lo que se necesita es estabilidad macro duradera; no sirven los maquillajes, sino que hay que ir a la raíz de los problemas. La estabilidad macro no será nunca duradera si no se trabaja sobre el otro pilar que hace al éxito económico en el largo plazo, o sea, si no se atacan las cuestiones estructurales que conspiran contra la solvencia fiscal y la competitividad de largo plazo de la economía del país.
Ahora bien, ¿por qué cuesta tanto encarar la construcción de esa nueva Argentina, más estable y más competitiva? ¿Por que solo hemos podido ir de parche en parche?
Una primera hipótesis es que los argentinos, o al menos una mayoría de nosotros, no aspira a cambiar nada. Sino que ostenta una alta preferencia por el status quo y que expresa dicha preferencia ya sea votando por expresiones populistas que no pretenden cambiar nada o bloqueando cualquier intento de llevar adelante cualquier cambio estructural profundo. La actitud de buena parte de la clase política respecto del cambio (o mejor dicho del no cambio) se explicaría entonces como el resultado de tales preferencias mayoritarias en la opinión pública.
Al mismo resultado conduce la hipótesis de que buena parte de la clase política argentina no sabe cómo hacer política si no es utilizando las necesidades insatisfechas de los sectores más necesitados. La idea del “pobrismo” radica en usar a los pobres en su condición de ser tal. No se busca sacarlos de la pobreza sino de mantenerlos en ella, una macro inestable impide mejoras en el salario y en el ahorro, mientras se predica que las políticas sociales son la solución a un sistema económico poco equitativo y no inclusivo. El pobrismo está en las antípodas del camino que siguieron los países que alcanzaron el desarrollo y redujeron la pobreza sostenida y sustentablemente.
Tantos años de inversión reprimida y de expectativas frustradas, por culpa de una pésima macro y de la ausencia total de políticas de reforma estructural, determinan que por donde se mire surjan proyectos con tasas de rentabilidad que son la envidia de cualquier hombre de negocios de cualquier país de desarrollo similar al de la Argentina. Pero esas tasas son castigadas por las mismas razones que llevaron a que la inversión se reprima. La estrategia de emparchar la economía es un “ticket seguro” a permanecer indefinidamente en el círculo vicioso en el que se debate nuestro país desde hace ya ocho décadas.