COLUMNISTAS
sentido comun

¡Basta de “modelos”!

default
default | Cedoc

En los días turbulentos de fines de 2001 estallaba en las calles el “modelo” que había presidido la vida de los argentinos durante una década. Las recetas neoliberales, impuestas con vigor insospechado en casi todo Occidente después del colapso del socialismo soviético, mostraban a plena luz del día sus aspectos más sombríos. Superfluo detallarlos aquí, máxime cuado el discurso oficial no hace más que cargar las tintas sobre ellos. Sólo apuntar que la sociedad argentina no fue ajena al sostenimiento de tal “modelo”. En 1995 nadie podía ignorar la orientación del gobierno de Carlos Menem. Por su parte, la Alianza ganó las elecciones de 1999 con la promesa de mantener el “uno a uno”, acaso el mayor símbolo del imperio del neoliberalismo en la Argentina.

La presidencia de Eduardo Duhalde –con quien nuestro pueblo tiene una deuda de gratitud aún impaga- supo capear el temporal, a pesar de sus vacilaciones, marchas y contramarchas. Parecía renacer el sentido común, un sano pragmatismo, un realismo crudo, al que los argentinos somos habitualmente tan reacios. Y una voluntad de organización, imprescindible. Pero la cosa duró poco. El 25 de mayo de 2003 asumía el gobierno Néstor Kirchner, quien propuso un programa “nacional, popular y progresista”. Con la velocidad del rayo, grandes sectores de la población abandonaron la tan dura como saludable asunción de la realidad, apenas comenzada, para adscribir a la nueva ilusión, sobre todo en su faz “progresista”. Me he referido demasiado a este mal de nuestro tiempo, el progresismo, como para insistir aquí. Baste decir que el progresismo es una ideología “light”, mezcla confusa e inextricable de marxismo residual y ultraliberalismo, incapaz de remediar los efectos nocivos del neoliberalismo. En verdad, ni siquiera constituye una alternativa seria frente al mismo.

¿Cómo se encuentra el país doce años después de los sucesos de 2001, mientras el “modelo” progresista hace agua por todas partes? ¿Mejor o peor? Si bien estas comparaciones son siempre difíciles y controversiales, es manifiesto que el nivel de desorganización social ha aumentado sensiblemente, la pobreza, la marginación y la desigualdad social no han desaparecido, la calidad educativa profundiza su deterioro, la banalidad cultural alcanza alturas inimaginables, la corrupción se acrecienta día a día, las instituciones se degradan, la economía acumula inconsistencias, cuyo síntoma más ostensible es la inflación desencadenada.

Y en esto quisiera detenerme un momento. Los gobiernos kirchneristas adoptaron en el terreno económico un tibio nacionalismo, como presunta contracara de la apertura indiscriminada de los 90. Pero olvidaron que el nacionalismo económico –prescindiendo de sus posibilidades de éxito en un mundo globalizado- sólo es eventualmente viable sobre la base de un profundo nacionalismo cultural, mucho más si se tiene en cuenta la tendencia tradicional de nuestras clases acomodadas y medias a privilegiar lo extranjero. Pero el progresismo -ideología oficial del gobierno- es de suyo internacionalista. Nacionalismo económico y progresismo no forman un matrimonio armónico. No nos extrañe entonces que el sector pudiente de la sociedad argentina derroche por año 8000 millones de dólares en el exterior, contribuyendo así al descalabro de la economía.

Apenas comenzado el ciclo kirchnerista advertí que la adopción de esta nueva ilusión –la progresista- nos iba a encontrar, en el momento inevitable de su derrumbe, en peores condiciones de las que estábamos en diciembre de 2001. El veredicto perece cumplirse. Por eso –y no sólo por los muertos en los recientes saqueos- no corresponden los festejos por los 30 años de democracia. Hasta que no abandonemos los “modelos” –ayer neoliberal, hoy progresista– y recuperemos un sano sentido común, la democracia no ayudará a resolver ninguno de los graves problemas que nos aquejan, cada vez de manera más acuciante.

*Filósofo.