Por décadas, la economía argentina pasó de euforias a depresiones sin muchas estaciones intermedias, generando una cultura de que todo lo que sube tiene que bajar y que las buenas noticias sólo duran hasta que dejan de serlo. Pero también una fuerza oculta a los ojos “normales”, de resurgir de las cenizas, como ocurrió en 2002. Esta vez, la economía que está jaqueada en el corto plazo no es la argentina sino la mundial, con epicentro en los Estados Unidos. Algo anunciado pero siempre postergado: algún día llegará el ajuste de cinturón a la sociedad que más consume pero que más necesita del ahorro del resto del mundo, en un juego complementario con su negativo: China, que es la que más exporta, más invierte y produce a precio vil lo que se consume en las grandes tiendas made in USA.
Para completar el panorama inédito, la gravitación de lo que ocurra en el país del Norte no implica necesariamente una clonación de su crisis en otras partes. Un dólar en su punto más bajo en años, el oro arañando los US$ 900 la onza; el barril de petróleo rompiendo el techo de los US$100 y los commodities en su valor más alto desde la Segunda Guerra Mundial, necesariamente baraja y da de nuevo el mapa del poder económico mundial.
Los EE.UU. eran los principales consumidores e importadores de petróleo (28% del total mundial y 12% de producción), ahora lo es la región Asia-Pacífico (29% del total contra 10% de producción); mientras que los exportadores netos son Oriente Medio (7% y 31%) y los países de la ex URSS (5% y 15%), según la IEA (International Energy Agency).
Los términos de intercambio para la Argentina son 30% mejores de lo que eran hace 15 años y que, según el secretario ejecutivo de la CEPAL, José Luis Machinea, podrían durar al menos otros 15 años más. Sustentados por la demanda asiática: economías superpobladas que crecen al 8,5% anual y muy elásticos a la mejora en el ingreso de las poblaciones urbanas, el precio de los alimentos sube en todo el mundo, causando preocupación en países importadores como los de la Unión Europea, y tensiones en el caso de los exportadores-consumidores, como la Argentina. Un dato insoslayable que la política económica no podrá eludir, en todo caso podría aprovechar.
Oportunidad. Es probable que la tasa de interés sea uno de los conductos por donde esta situación se colará en el nuevo mapa de restricciones locales. Hasta hace unos meses, el Gobierno conseguía financiación a tasas razonables: el riesgo país llega ya a los 440 puntos básicos, pero las nuevas colocaciones son imposibles a menos de 650 puntos básicos de brecha. Quizás el desajuste obedece a la desconfianza que generó el proceso de renegociación, primero, y la manipulación de los índices que indexan los bonos, luego. Pagar 11% anual en dólares no resiste demasiado análisis: es alimentar una bola de nieve cuando la economía sube un cambio y se esperan tasas de crecimiento de entre 5% y 7% anual.
Sin embargo, los augurios miran para otros indicadores diferentes. En todo caso, un proceso más pronunciado de fly to quality en los mercados internacionales (corrientes inversoras que eligen activos más sólidos sacrificando rentabilidad) irá cerrando la canilla de fondos para el Tesoro Nacional; ahora deberá olvidarse en serio de financiar externamente desequilibrios sustanciales.
Las empresas locales también se verán afectadas aunque con un matiz diferente. La ultima oleada de desnacionalizaciones de las grandes empresas argentinas hará que muchas compañías puedan fondearse a través de sus matrices a tasas mucho más bajas que los bonos oficiales, contrariando la máxima que supone que el Estado es el que marca el piso del costo financiero.
Finalmente también estos cambios se hacen palpables en estos bochornosos días de fin de año: la crisis en los servicios públicos. Los incipientes cacerolazos y el descontento en muchos lugares donde simplemente no hubo luz o agua, dieron la razón a la táctica oficial del pasado invierno de no restringir el consumo urbano a costa de los cortes de suministro a plantas industriales y grandes contribuyentes.
Algunos ya se lamentan de no haber sacrificado algún punto de crecimiento y financiado las obras necesarias cuando los capitales abundaban e ir ajustando tarifas paulatinamente. El mercado argentino reacciona con rapidez ante las señales de cambios en los precios y con mucha lentitud ante las exhortaciones oficiales. Obviar el sistema de precios como la señal más clara para asignar recursos ya no es una cuestión ideológica solamente, también es un desconocimiento del mecanismo de toma de decisiones imperante en la economía argentina.
Una nueva competencia se avecina: si se precisan fondos públicos para acelerar la renovación de las infraestructuras de servicios, el superávit fiscal deberá ser aún mayor. O empezar a decir “no” a la vasta red de subsidios y gastos en que incursionó la maquinaria electoral. Implica reconocer la escasez y administrarla. Es la economía real.