Racing tiene un excelente plantel y un entrenador de mucho prestigio, Miguel Angel Russo. Si uno pone en contexto la pobreza de los planteles del fútbol argentino, cae en la cuenta de que el equipo de Avellaneda posee jugadores más que interesantes, tiene un plantel como para tener aspiraciones importantes. Y no para sufrir con la debacle que le siguió a ese comienzo, que hace que se diga que no tiene un buen plantel. Y Russo, pasó de ser candidato en Boca y la Selección a estar casi fuera de su cargo. Hace mucho que Racing es una locura. No hace falta que recuerde en stas líneas todo lo que pasó en los últimos cuarenta años. Cuando empezaba a tener un poco –sólo un poco– de calma, todo volvió a ser tempestad. Es una pena, porque sigo creyendo que su plantel es de los más importantes del fútbol vernáculo. Acá el problema es la exigencia del medio y, sobre todo, de su gente.
De la boca para afuera, los principales dirigentes académicos dicen bancar a Russo. “Lo vino a buscar Boca cuando se fue Alves y él se quedó. Merece que lo banquemos…” La cuestión es que los dirigentes se vieron en figurillas para sostenerlo.
Pero estas elucubraciones no son propiedad exclusiva de Racing. Estamos avanzando en la séptima fecha del torneo y, salvo los técnicos de los punteros y algunos pocos más, los entrenadores empiezan a ser cuestionados. Estoy tentado de responsabilizar, de entrada, a los torneos cortos. Si Boca no le hubiese ganado a Olimpo, por ejemplo, seguramente la chance de ganar el torneo le hubiese quedado muy incómoda, aún cuando faltan disputarse doce fechas y media. Independiente todavía no ganó y, salvo por la chance de entrar en la Copa Libertadores, su paso por el Apertura es un trámite. La cabeza de Daniel Garnero pende de un delgado hilo, aún con la clasificación a la siguiente fase de la Copa Sudamericana. En una comparación con Racing en cuanto a calidad y cantidad de plantel, está en desventaja.
Boca perdió con Racing y San Lorenzo como local y Claudio Borghi pasó de ser el pibe copado de Castelar a ser el caprichoso que defiende con tres. El club de la Ribera trajo a Caruzzo (capitán del campeón Argentinos Juniors), Insaurralde (defensor titular de Newell’s, uno de los mejores de la temporada anterior), Cellay (subcampeón mundial con Estudiantes), Lucchetti (arquero del Banfield campeón Apertura 2009), Clemente Rodríguez (ex Boca, de gran campaña en Estudiantes). Recuperó a Battaglia, le dio continuidad a Viatri, tiene a Palermo y espera por Riquelme. Casi que ganaba el campeonato caminando, en los cálculos previos. Ahora ninguno sirve. No sirve Borghi ni la defensa de tres ni los tres futbolistas que integran esa línea (que fueron elegidos por su capacidad para jugar con ese sistema) ni Lucchetti –de reconocida facilidad para jugar con los pies–. No sirve nada. Ni siquiera Palermo, de quien se decía que con Viatri iban a hacer mil goles y resulta que ahora “Palermo no puede jugar con otro nueve”. Esta semana se calmaron un poco. Boca le ganó 3-1 a Olimpo y uno de los goles, provino de una pelota que Palermo le bajó a Viatri.
Así podríamos seguir. Diego Cocca salvó su cabeza con la goleada de Gimnasia sobre Huracán, pero ahora será el Chulo Rivoira el observado. Pedro Troglio todavía la tiene en peligro porque Argentinos no gana y fue eliminado de la Sudamericana. Ricardo Caruso Lombardi tiene a Tigre en una zona peligrosa, aunque sus últimas victorias lo pusieron a cubierto de cualquier decisión drástica. Por supuesto, todo esto es muy volátil. Hugo Tocalli también está cuestionado porque Quilmes no gana y, entonces, pese a que falta una eternidad para que se decida la continuidad o el descenso del Cervecero, ya los dirigentes piensan o creen no pensar en la remoción del entrenador.
Cada caso tiene su explicación. Quilmes trajo veinte jugadores y los últimos llegaron con el inicio del torneo a la vuelta de la esquina. Si un club necesita traer veinte refuerzos es porque hizo algo muy mal. Tigre también contrató a muchos jugadores, aunque algunos –Román Martínez, Galmarini– ya conocían el club.
Todo este muestrario es, simplemente, para que veamos que en el fútbol argentino no hay proyecto que resista, que la histeria colectiva se hace insoportable y así es difícil que algo salga bien.
Después, cuando perdemos por goleada en un Mundial con una Selección que proviene de un fútbol organizado, nos preguntamos nimiedades y culpamos a dos o tres tipos.
El fútbol argentino es el reino de la inmediatez. Los dirigentes parecen no entender que un trabajo serio, con contratos respetados, con campeonatos largos y competitivos y futbolistas que sólo piensen en jugar, es el mejor camino para que este juego vuelva a ser lo que alguna vez fue en la Argentina.