COLUMNISTAS
la verdad, tras la frase de sola

Bienvenidos al shopping

La compra de voluntades en el Congreso se da desde la famosa 125, pero la acusación del ex gobernador la puso en la agenda política.

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La anécdota se remonta a aquella crucial madrugada del 17 de julio de 2008 en la que Julio Cobos, con su voto “no positivo” derribó la Resolución 125 y aniquiló su sociedad con Cristina y Néstor Kirchner. En esos momentos, en los que el Gobierno no escatimaba ni esfuerzos ni recursos para cooptar voluntades, uno de los senadores clave –que en ese entonces pertenecía al oficialismo y cuyo voto estaba en dudas– decidió resistir. Por lo tanto, apagó su teléfono celular durante todo el día a fin de escapar a cualquier intento de apriete. Aún se recuerda la conmoción y expectativa que la aparición de este hombre produjo en el recinto, minutos antes de comenzar su exposición. Fue en ese momento cuando uno de los legisladores que estaban cerca de él recibió un mensaje en su celular destinado a su colega díscolo. “Hay dos millones de dólares para vos”, decía el mensaje que hacía referencia a la recompensa que se le ofrecía en caso de que votase a favor de la polémica medida. Como el legislador aludido seguía sin responder, hubo un segundo mensaje: “Pedí lo que quieras”, expresaba el texto en cuestión. Finalmente, el protagonista de esta historia, un senador al que también el matrimonio presidencial colocó en su lista negra, privilegió el resguardo de su dignidad y mantuvo su voto, que fue negativo. Esta anécdota, que constará en un libro de próxima aparición contando con todo detalle la historia de la Resolución 125, es una muestra que da pleno sustento a las denuncias de cooptación de voluntades que, a la manera de un shopping, el Gobierno ha usado y sigue usando a fin de doblegar las voluntades de aquellos políticos que le son críticos. Por todo esto es que para muchos resulta curiosa la reacción de enojo, con mucho de sobreactuación, con que han respondido distintos funcionarios del oficialismo ante una revelación que tiene poco de novedosa.

¿Qué es si no lo que padeció el gobernador de Corrientes, Ricardo Colombi, obligado a la genuflexión para obtener fondos destinados a las esmirriadas arcas de su provincia, fondos que al final nunca le enviaron?

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¿Que es, si no, lo que se narró en esta columna la semana pasada en relación con las peripecias que pasó el gobernador de Chubut, Mario Das Neves, como consecuencia de la resistencia de la senadora Elena Di Perna a votar afirmativamente la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo?

¿Qué es, si no, la metodología del apriete y del canje de votos por fondos comprometidos para obras públicas con la que se presiona a legisladores, gobernadores e intendentes que se animan a esbozar una postura crítica hacia el Gobierno?

¿Qué es, si no, lo que viene denunciando la senadora oficialista por Formosa, Adriana Bertolozzi?

¿Qué fue, si no, la sorpresiva invitación hecha a las senadoras para participar sin un motivo claro del viaje de la Presidenta a la China?

Hay, por supuesto, conductas dignas de quienes comprenden perfectamente el significado de estos hechos y, por lo tanto, se resisten. Pero el costo que asumen y que corren es alto. Ahí está el caso del intendente de La Plata, Pablo Bruera, a quien sus gestos de rebeldía le representan la no cesión de fondos ya comprometidos para terminar obra pública.

Claro que esta conducta no es exclusiva de los Kirchner. Es parte de una cultura más extendida que nos retrotrae a aquellos días febriles de la aprobación de la Ley de Flexibilización Laboral que generó el escándalo que marcó el comienzo del fin de aquel trágico gobierno de la Alianza.

De esto, por supuesto, siempre es difícil encontrar pruebas, salvo que aparezca un Pontaquarto, lo cual no parece probable en este convulsionado presente. Esto también es aplicable al escándalo por el supuesto pago de coimas para “aceitar” la venta de maquinaria agrícola a Venezuela. Los testimonios de empresarios que se negaron a pagar esa comisión de l5% –que era una coima legalizada– van apareciendo en cuentagotas y, obviamente, en estricto off. Nadie se anima a hablar en la Justicia. “Tenemos mucho miedo de contar la verdad”, reconocen algunos de los contactados por esta columna.

Todo esto se da en un momento de particular bonanza macroeconómica. Los bonos emitidos por el país siguen subiendo. El riesgo país viene bajando. Hay una fenomenal entrada de dólares proporcionada por la exportación de la denostada soja. En algunos sectores, hay un boom de consumo notable. Pero los problemas de fondo de la economía continúan: la inflación, el déficit energético, y la desigualdad social. No ayuda el clima que los Kirchner le ponen a todo. Lo sucedido con los jubilados en la semana que pasó ilustra perfectamente esta situación.

Como el proyecto legislativo del 82% móvil para las jubilaciones mínimas sigue su avance imparable, el matrimonio presidencial, temeroso de una victoria de la oposición, recurrió a una estrategia que ya usó en el caso de la Asignación Universal por Hijo: tomó esa iniciativa, que en un principio negaba, y la hizo propia con la intención de neutralizar cualquier posibilidad de rédito político a la oposición. El Gobierno pudo haber intentado la búsqueda de algún tipo de consenso. Nada hubiera perdido; por el contrario, tal vez hubiese descolocado a alguno de sus adversarios y obtenido un logro político indiscutible. Pero este concepto del consenso está lejos.

Tampoco abunda esto en la oposición. El episodio de la discordia por la foto de Ricardo Alfonsín con la Presidenta tuvo mucho de patético. El problema no es que haya desacuerdos ni discrepancias. Esto debería ser lo más natural en cualquier estructura política sana en la que la discusión de los temas constituye la esencia sobre la que después se determinan objetivos. El obstáculo que existe en el Acuerdo Cívico es que ante la más mínima discusión está la amenaza de la ruptura. ¿Se puede edificar así una alternativa de poder que asegure gobernabilidad? La respuesta es simple: no. Y esto lo reconoce, puertas adentro, más de un dirigente del radicalismo.

Algo de eso también pasa en el peronismo federal cuyos dirigentes están enfrascados en la tribulación de las luchas por las candidaturas. “Es que tras de eso no hay nada” reconoce un hombre que está trabajando codo a codo con uno de los supuestos presidenciables: a todos los une el espanto. Y esto, como lo ha demostrado ya la historia, es muy poco para aspirar a gobernar un país con las dificultades que presenta la Argentina de hoy.


Producción periodística: Guido Baistrocchi