El periodismo es la forma cultural preeminente de nuestra era. Ocupa más recursos en su producción y distribución que cualquier otra creación de contenidos y es consumido rutinariamente por más gente en todo el mundo. Ese estatus cultural privilegiado, que lo ubica en el centro de la vida pública, se explica en gran medida al distinguirse de otras producciones culturales por ser una de las pocas que se apoyan en la “factualidad”, concepto referido a la fascinación creciente de nuestra sociedad con lo real y lo actual en oposición a lo imaginado y ficcional.
Es tan importante el concepto de factualidad, que aun la propaganda disfrazada de periodismo militante tiene que mantener la promesa de que lo que difunde son hechos verdaderos y no ficción. Valor y verdadero no sólo son palabras que comparten su raíz.
Otro ejemplo simple fueron los “realities”, que tan de moda estuvieron hace algunos años: mientras el televidente pudo verlo como realidad, tuvieron mucho rating. Cuando la audiencia fue perdiendo la ingenuidad y comenzó a verlos como un espectáculo guionado o preguionado, perdieron casi todo su atractivo.
El mismo concepto de factualidad se aplica a la política. Mientras el relato parece real, tiene una fortaleza única. Cuando se intuye que es ficción, se desintegra patéticamente. Y quizás el reality kirchnerista clásico hoy ya sólo pueda ser visto como una factualidad desde la tierna inocencia, y a la vez admirable pasión, de los “pibes para la liberación” que se entregan a Cristina.
Es difícil no asociar el abandono del luto con los cambios de Gabinete y de políticas. Y es más difícil entonces no resignificar el prolongado luto anterior con un marketing político que se agotó. Y la forma de su abandono es hasta casi risueña porque se podría pasar del negro al gris o a colores oscuros u opacos, en lugar de a blanco brillante. Pareciera que el mensaje es que haya mensaje.
¿El blanco y el acuerdo con Repsol están unidos en sintagma por extensión? ¿El negro sería a Cristina Kirchner lo que “su marxismo” a Kicillof: significantes agotados? Ayer PERFIL tituló: “Tras Repsol, ahora ¿Clarín?”. Repsol es un nuevo significante lleno de significados que Macri primariamente traduce en “Cristina se está haciendo un poco del PRO”.
El semiólogo francés Roland Barthes escribió en su clásico libro El sistema de la moda que “no es la palabra el fatal propagador de todo orden significante”. Hay una retórica de la imagen que está presente en Cristina Kirchner, donde “se viste de sentido” apelando a las formas tanto como a los contenidos. Y la estética no es sólo formas. Tampoco el blanco y negro sino el contraste que significa, porque también resulta triste ver a periodistas especializados en economía decir que por el 51% de Repsol se pagan 8 mil millones de dólares y no 5 mil, como dice el Gobierno, porque le agregan a ese valor los intereses del 8,5% a diez años, tratando siempre de mostrar que todo lo que hace el kirchnerismo está mal, confundiendo a audiencias financieramente analfabetas.
Es obvio que los intereses no son el precio sino que lo es su valor actual. Los intereses son el costo de un crédito como de cualquier otro crédito que el Estado contrajese. Y obviamente que 5 mil millones (incluso si fueran 8 mil) son un gran negocio para la Argentina actual porque sólo Vaca Muerta, de la que YPF es principal beneficiaria, está valuada en los cálculos más pesimistas al equivalente de treinta años de la producción de soja argentina, y en los cálculos más optimistas al equivalente a cien años de soja.
Lacan decía que “sólo el amor permite al goce condescender al deseo”. O sea que sólo el amor puede hacer a los “pibes para la revolución” ver blanco donde hay negro, y sólo el odio, que es otra forma de amor, puede hacer ver a esos periodistas negro donde hay blanco en el acuerdo con Repsol.
Idéntico blanco y negro se visualiza en la política en general, donde el recuperado protagonismo del Gobierno es el resultado de que la oposición no tiene para aportar algo muy diferente a lo que hace el jefe de Gabinete, salvo la crítica de Carrió-Solanas sobre que el acuerdo con Repsol es “estafa”, “robo”, “acuerdo espurio” y la “continuación de los negociados entre españoles y argentinos”. O tendría que prescribir algún grado de ajuste que, al ser políticamente incorrecto, prefiere dejar la escena al Gobierno para que pague sus costos.
El mismo blanco-negro o lleno-vacío impregna también al panperonismo post kirchnerista, desde Scioli a Massa, pasando por Randazzo y todos los que se anotan en la lista de precandidatos presidenciales para 2015. Porque todos quieren ser presidentes y nadie gobernador de la provincia de Buenos Aires. Problema que también tiene Macri porque, en lugar de enviar al matadero a su vicejefa de Gobierno en la Ciudad, María Eugenia Vidal, podría considerar ser él mismo quien se propusiera para gobernador de la provincia que concentra el 40% del país –y probablemente la mayoría de sus problemas– para, solucionándolos, cambiar la Argentina desde su base y ganarse sin dudas una presidencia futura.
También el radicalismo padece el mismo síndrome antibonaerense porque Alfonsín, que hubiera podido mejorar mucho más los resultados del panradicalismo en las elecciones de 2009 siendo candidato a gobernador por su provincia, prefirió ser seguro perdedor, pero como candidato a presidente.
“Vamos por todo.” “Ellos (por Repsol) nos tienen que pagar a nosotros.” “No son 5 mil millones de dólares sino 8 mil millones.” “Es un acuerdo espurio, continuación de los negociados entre españoles y argentinos.” Son, en palabras, lo que Roland Barthes traduciría del blanco y negro de la vestimenta de Cristina.