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Apuntes en viaje

Bon odori

No tengo el don de la coordinación así que me enredo en un baile desmañado y torpe, pero me divierto y transpiro como loca porque después de esa lluvia se levantó un vapor espantoso.

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Bon odori. | Marta Toledo

Desde que tenemos la casa conteiner en Abasto, hace ocho años, venimos escuchando sobre una fiesta japonesa que se hace cerca de aquí. Siempre nos enteramos cuando ya sucedió y decimos: bueno, el año que viene. El sábado, después de semanas sin llover, de que el tiempo se armara y se desarmara sin novedad, se larga. Una lluvia fuerte, abundante, que espero dure hasta el domingo pero que es de corto aliento y se termina casi una hora después de haber empezado. Al rato, mientras la luz de la tarde va yendo a esa que llamo la luz más hermosa del día aquí, la luz del atardecer, recibo un mensaje de Raquel: ¿están allá? Estamos yendo con Sandra y unos amigos a una feria japonesa.

Vamos. Unos quinientos metros antes de la entrada el camino lleno de autos a paso de hombre buscando estacionar y gente de a pie, que ya ha estacionado o llegó en micro. A lo lejos brillan los faroles de papel encendidos.

La fiesta es el Bon Odori, en la tradición budista una celebración para recibir el alma de los ancestros. En Japón se realiza entre julio y agosto, en el verano. Aquí, donde se celebra desde hace veinte años, organizada por la colectividad japonesa de Colonia Urquiza, suele ser el segundo sábado de enero. Apenas entramos, el predio está rodeado de puestos de comida, ropa, muñecos de peluche, venta de mangas… hay muchísima gente mirando, comprando, caminando. En el centro una torre o yagura y adolescentes, la mayoría mujeres, que tocan unos enormes tambores taiko sobre las canciones que suenan en una pista y que se parecen a las canciones de Rafaela Carrá o Nino Bravo. También damos vueltas, nos encontramos con nuestros amigos, compramos cerveza y comida. 

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En un momento escuchamos por los altoparlantes la invitación a unirse al baile. Uno de los chicos, el único que es habitué del Bon Odori, nos cuenta que llega la mejor parte de la fiesta: bailar todos alrededor de la torre, avanzando en círculos mientras no se deja de bailar siguiendo la coreografía. Según la tradición, la música debe ser alegre y la gente debe mantenerse alegre durante toda la noche para acoger a los espíritus. Más tarde leo que el primer día de la celebración se decora un pepino que simboliza un caballo para que los ancestros lleguen más rápido y, al finalizar, una berenjena representando un buey para que regresen más lentamente a su mundo.

Nos sumamos al baile: cientos de personas ya se mueven siguiendo a mujeres vestidas con hermosos kimonos que van guiando: pasitos para un costado, para el otro, brazos a un lado, al otro, luego arriba, luego abajo, un pasito atrás, palmas, otro adelante y todo así. No tengo el don de la coordinación así que me enredo en un baile desmañado y torpe, pero me divierto y transpiro como loca porque después de esa lluvia se levantó un vapor espantoso. Muchos visten kimonos lisos y cortos o largos de seda y hermosas estampas; máscaras; cosplay. Nos sentamos a descansar en unos bancos largos que se comparten, también algunos llevaron manteles y se sientan en la pista de baile durante el intervalo. Tomamos sake. Las pocas veces que tomé antes fue con Lai: lo entibiaba y lo servía en unos vasitos de porcelana. Hola, espíritu, bienvenido.

Este año no habrá fuegos artificiales, que eran una de las principales atracciones de la fiesta. No importa, la luna en cuarto creciente parece el ojo de un gato contra el cielo limpio, los faroles de papel siguen encendidos, los espíritus vivos y muertos resplandecen.