Papá, ¡también perdimos en Santa Cruz!” Esa exclamación resignada, plañidera, la pronunció el hijo de Néstor Kirchner al tiempo que cerraba la tapa de su laptop en la noche que el principal protagonista, aparte de sus rabietas de divo operístico, hizo concurrir a su consorte presidencial para compartir un presunto festejo electoral que terminó en velatorio. Como si la investidura del Poder Ejecutivo fuese una pieza ortopédica al servicio de un hombre o de una facción. Por más amorosos que se presenten estos gestos del hombre, culminan en un agravio al género: ella convertida en una Cristina total, fatua en sus explicaciones posteriores, siempre con una exagerada opinión dadivosa sobre su propia persona. Tampoco le contribuye a esta damnificada la conversión que hace de edecanes en ministros y, luego, cómo a estos los transforma en Eusebios más chiquitos, por aquel bufón enano de Rosas (los casos de Massa y Randazzo como modelo).
Parece no corresponder, resulta afrentoso y parroquial, que la representante de unos 40 millones de argentinos se embarre con los exangües resultados electorales de un núcleo partidario (aunque sea el propio), con la pésima información paga que le acercan sus organismos (encuestas, por ejemplo), los desatinos de quien vapuleaba a los gritos puertas y paredes, sacudía físicamente por el cuello a dos ministros, atemorizaba a un funcionario afín, se refugiaba del fracaso en la palabra traición mordiéndose los labios al ver que algunos apresurados de su confianza partían para que nadie los citara luego como testigos de la escena truculenta (caso Hugo Moyano, retirado precavidamente a las once de la noche).
Tremendo enchastre institucional con quien, a las dos de la mañana, se ofreció ante cámaras luego de atravesar una hilera de llamativos custodios, más adecuados al ingreso de un denso boliche, por la madrugada, que de asistentes a un salón de un hotel 5 estrellas con altos funcionarios del Estado, legisladores y periodistas. Si esa noche no empezaba el caos, como él mismo auguró, apenas una negociación para entregar secretarias, subsecretarias –ni él imaginó esta semana que hubiera tantas vacantes–, subsidios, licitaciones, a gobernadores e intendentes ansiosos, inseguros de sus presupuestos; en suma, parcelas de una estancia que administró durante cinco años como si estuviera escriturada a su nombre, cuando ese rectorado le correspondía a una cooperativa.
La gripe y otros virus
Aunque más de un incauto opositor sueña hasta con una manifestación popular que lo despida a Néstor del país y lo separe de su mujer, como ocurrió con López Rega en tiempos del mandato de otra dama peronista sobre la que el brujo influía más que cualquier esposo posesivo, lo cierto es que este mes resulta agraciado para el matrimonio oficial a pesar del choque del domingo pasado: vacaciones obligadas, una epidemia que atemoriza, ausencia de gente decisiva son atajos para lamer heridas y diseñar un plan de emergencia.
Disponen de tiempo aunque empezaron tropezando: el cambio de Jaime por Schiavi, en Transporte, no ganó en transparencia, más bien parece una continuidad sospechosa y, se supone, habrá salpicaduras diversas por el escándalo del avión atribuido al ex funcionario –caso del cual no se podrá desprender el kirchnerismo con la dimisión del funcionario– con viajeros y garantes, atentas empresas que le daban albergue y dormitorio al jet cuando se quedaba en la Argentina (de connotados empresarios con fácil acceso a la Casa Rosada), hasta otros que quizá participaron en la operación de compra por disponer de dinero blanco y declarado. Mucho ruido y, seguramente, poca efectividad judicial: ¿hay alguien que podrá probar sociedades que le endosan a Jaime? Hasta ahora, parece difícil; el celo judicial, por otra parte, sigue dormido por aquel loable espíritu constitucional de que es mejor la libertad de culpables mientras no haya ningún inocente preso.
Lo de la crisis y renuncias en Transporte se enlazan con la de Salud y, en ambas, emerge el nombre del jefe de la CGT: en los dos lugares tiene intereses. Supo Moyano, en el pasado, enfrentarse duramente a Kirchner, hasta que el santacruceño cambió a los seis meses de gestión al segundo de Jaime y le obsequió ese cargo a una figura expectante del sindicato de camioneros. Desde entonces, se reinició la sociedad Kirchner-Moyano con cemento armado. Y ahora, junto a Schiavi, ¿permanecerá el embajador del sindicato? A no dudarlo. Si hasta pueden ir más embajadores y las mismas empresas, por supuesto. A su vez, la salida de Graciela Ocaña –al margen de sus errores en el Ministerio como neófita en la materia– sirvió para satisfacer otras inquietudes crematísticas de Moyano, atragantado con quien se proponía llevarlo a sede judicial con sus investigaciones en las obras sociales y, lo más grave, le recortaba o le negaba aportes.
Protestó el gremialista, Cristina le cumplió: designó en ese lugar a Manzur (imputado en su provincia como pichón de Guillermo Moreno por modificar estadísticas sanitarias), bajo la excusa del desastre sanitario y quien nunca podrá tal vez explicar cómo, en tres días, se pasó de un rango menor de infectados a otro geométricamente varias veces superior. Es de suponer que hubo un error gravísimo antes de las elecciones, no un ocultamiento, ya que la habitual ignorancia africana le permite al país vivir y morir con dengue en verano y con gripe A en invierno. El tucumano Manzur llega recomendado por Ginés González García, hoy embajador en Chile, a quien la Ocaña pesquisaba por su gestión anterior y pensaba que la Justicia algún día lo iba a interrogar por una serie de contratos anómalos. Todo, como se ve, ocurre en un mismo gobierno, kirchnerismo puro en la gestión de una mujer que antes de asumir había prometido cambiar.
Pelotón de novedades
Aunque no niegan la bendición del tiempo que ofrecen las vacaciones este mes y hasta del beneficioso impacto de la influenza que, en términos políticos, obliga a que los argentinos se obsesionen por posibles contagios y se evadan de la debacle electoral del Gobierno (¡ocurrida hace menos de 7 días!), los Kirchner –mientras planifican venganzas contra supuestos aliados– también se preocupan por otras razones. A saber:
*Se entierra la idea de Néstor como jefe de Gabinete: la Constitución habilita al Congreso para borrarlo del cargo más que a cualquier ministro y, si bien cuenta con unos meses de capital propio en las Cámaras, éste puede desaparecer en segundos. Además, sería casi gracioso que el Gobierno les exija a los legisladores la renovación de las “facultades extraordinarias” para el ex presidente. Además, los disidentes del justicialismo se pueden convertir por arte de magia en la principal fuerza parlamentaria: sin necesidad de prebendas, por el declive kirchnerista, en cualquier momento se gesta una borocotización al revés producto de una ancestral y conveniente máxima que gobierna a los peronistas: entre nosotros, cuando se hunde el barco, las ratas se comen al capitán en lugar de abandonar la nave.
*No ignora la pareja que hay ciertos legisladores entusiasmados con imponer una norma legislativa que le permita al Estado, en el caso de sospecha o grave controversia, retener o congelar a su favor determinados paquetes accionarios, al igual que fondos denunciados y localizados por hechos de casi segura corrupción; naturalmente, esa iniciativa –al margen de los procesos penales consecuentes que se inicien– se concentraría en operaciones realizadas en el último lustro. De ahí que cierta parálisis se advierte en procesos de compras, ventas, joint ventures y otras yerbas que parecían a punto de consagrarse. Ya circula una lista con nombres de empresarios al respecto.
*Mira el Gobierno con inquietud a la Corte Suprema: teme algún tipo de resolución que pueda afectarlo. Más temor por lo económico que por lo político, ya que si bien este instituto podría pronunciarse –por ejemplo– contra las candidaturas testimoniales luego del próximo l0 de diciembre, en ese huracán descalificado también caerían numerosos legisladores o intendentes radicales involucrados en la misma maniobra electoral.
*Si bien se sabe de un pacto a celebrarse entre distintas fracciones opositoras en el Congreso (inmovilizado hasta ahora porque Elisa Carrió se niega a compartir firma con determinados justicialistas) que anule ciertas medidas ya votadas a favor del Gobierno o la reiteración de otras que requieren nuevas aprobaciones, el balance sobre esta eventualidad tampoco complica demasiado a los Kirchner: saben que el Presupuesto finalmente se votará. No así, quizás, facultades extraordinarias. En cambio, sí hay alerta por posibles avances sobre emprendimientos individuales que se asocian con el Gobierno. Como ejemplo, nadie ignora que hay un movimiento contra la expansión vertiginosa del juego en la Argentina en la época kirchnerista y esa acción apuntaría con nombre y apellido al empresario Crístobal López, hombre de confianza del ex mandatario. Un tiro al corazón o al bolsillo. No es López el único en la mira, aunque tampoco se sabe si esas iniciativas responden a una voluntad por ciertas reparaciones de la sociedad o por reparaciones personales o partidarias.
*Como no existe en la cabeza kirchnerista la búsqueda de acuerdos políticos con la oposición, ni atiende la posibilidad de abrirse a la Carrió, Morales, De Narváez o Solanas –movida habitual en cualquier democracia del mundo–, tal vez la señal para sumar respaldos provenga de otros sectores, operación típicamente corporativa en la cual Néstor Kirchner supo nadar en varios estilos; en ese plano de “entendimiento social”, sin embargo, hay vallas casi infranqueables para quien promete no dejar las convicciones en la escalera de la Casa Rosada: los núcleos empresarios a ser citados se presentarán con una nómina de condiciones que semejan a un dentista con pinzas y sin anestesia. Pero, ¿aceptan los Kirchner que se tienen que sacar la muela averiada?
*Si el varón mayor de la familia imaginó que al separarse oralmente de la conducción del PJ evitaba conflictos mayores, esta determinación hoy le acarrea tropiezos no previstos, una rebeldía incómoda: del ninguneo partidario que someten al heredero Daniel Scioli –todos dicen respetarlo, pero nadie lo acompaña– a la exigencia del control partidario en manos de gobernadores e intendentes con cierta autonomía. En esa etapa, además, se encuadra el regreso de veteranos desaparecidos en acción o jubilados que supieron sufrir a Kirchner.
El Pejota
Si hasta Antonio Cafiero se manifiesta crítico y desde una tertulia gastronómica construida según las instrucciones del Ministerio del Interior, el que determinaba quiénes o no podían asistir (casi vergonzante, como la comparencia fotográfica de Claudia Rucci junto a Cafiero, cuando se sabe que si su padre hubiese vivido en los tiempos del MUSO, habría sido maltratado como la resaca del sindicalismo al igual que otros dirigentes). Lo más probable en este curso es que se establezca algún tipo de “comisión responsable” al frente del PJ, dilatoria argucia para luego realizar un congreso y, de ese modo, con nuevas autoridades despachar a kirchneristas fervientes y eufóricos como Carlos Kunkel.
En ese proceso de revival transitorio habría que incorporar a Eduardo Duhalde, quien a costa de Francisco de Narváez ha recuperado punteros en la provincia de Buenos Aires, a pesar de que él mismo no gravita electoralmente: su yerno Gustavo Ferri, en la tierra elegida de Lomas de Zamora ni siquiera alcanzó l0% de los votos.
Mientras esa bola de fuego con demandas se genera, Kirchner tambien decide sobre respuestas económicas que no enrarezcan aún más la cuestión política. ¿Podrá mostrar un plan, personajes más satisfactorios en ese sentido? (si Cristina alaba el talento argentino de los médicos y se lo lleva a Stamboulian a tomar el té todos los días por la gripe A, ¿por qué no hace lo mismo con los economistas más sagaces y formados?). O, acaso, ¿tal vez ocurra que se empecine con su marido con más intervencionismo, ya que él entiende que no se debe cambiar porque revelaría debilidad, como si aquí nadie le hubiera reclamado un cambio. En ese dilema estarán los dos este mes, agregando esa ventaja de tiempo y espacio a otro obsequio de la oposición: más que notoria es la distancia entre De Narváez y Mauricio Macri. No alcanzan las fotografías ni las entrevistas sociales que realizan. En verdad, se acrecientan las diferencias hasta por nimiedades. Si el Colorado hasta congenia con Felipe Solá y no con el ingeniero boquense. Sólo los reúne hoy cierta conveniencia política, situación en la que Macri cabalga también con Gabriela Michetti. De celofán son.
La adalid femenina del PRO hoy llora en los rincones por su mediocre performance en los últimos comicios, afectada por la duda –en verdad, la certeza– de que un grupo allegado al jefe de Gobierno conspiró contra su candidatura en la Capital. Tiene nombres y apellidos, de Horacio Rodríguez Larreta a Nicolás Caputo, álter ego de Macri. Apunta al epicentro y, por supuesto, no son los únicos a los que imputa: cree que los rezagos peronistas que ella desprecia en el machismo también le jugaron en contra. Antes de las elecciones, ruborizada e inflamada por los malos vientos de las encuestas, en una imprenta de Villa Soldati, le confesó a Diego Santilli entre otros: “Si saco menos de 35%, renuncio”. Apenas si pasó el 31%, pero no dimite a nada y, como no se castiga por errores propios o de asesores poco queridos (Borelli o Helio Rebot, uno que ascendió con Macri, luego se hizo de Kirchner, más tarde de Telerman y, finalmente, se anidó en su primera parada con la Michetti), rumia contra el entorno del ingeniero y el ingeniero mismo.
Sobre esas reticencias, ella llamó a un encuentro con Macri, del cual se sabe la realización pero no el epílogo. Parece difícil que alguien pueda perforarle la trama del Newman a Macri, de ahí que desde ese lado replican (sin negar picadamente los reclamos de la Michetti): le reprochan una ostensible demagogia periodística y marketinera, ajena al resto de la congregación, indudable falta de respuestas y solidez en el último y simplón debate de los candidatos porteños, su escasa solidaridad con el resto de los aspirantes legislativos, con los que no hizo campaña –no se le conoce una foto con Esteban Bullrich, por ejemplo– y sus exigencias discriminatorias (yo voy sola, cuando necesite a alguien les voy a decir, no necesito un séquito). Inclusive con las otras mujeres de la agrupación. Por no hablar de caprichos femeninos, artísticos, casi de Susana Giménez. Por ejemplo, cuando el domingo a la noche celebraron en la Costanera los avatares de los comicios, ella con anticipación demandó un camarín para maquillarse a solas. Y estar lejos de los otros.
Tan lejos que hasta algunos de sus ministros en el gobierno porteño han comenzado a tejer relaciones con el equipo del ingeniero para preservar su futuro y no ser relevados, mientras ella –quizás– se acomoda en una gris butaca del Parlamento a la espera de un mejor clima en el PRO o de una llamada telefónica que la invite a pasarse a otra agrupación.