La reciente visita de Dilma Rousseff despertó nuevamente el interés por Brasil, nuestro principal socio comercial. Comienza un tercer período de mucha expectativa, en el cual pareciera que Brasil va a seguir con el “rumbo chileno” que inició Fernando Henrique Cardozo cuando, como ministro de Economía, lanzó el Plan Real en 1994.
La idea de estas líneas es establecer una comparación entre diversos indicadores económicos y sociales de Brasil y Argentina, aunque sabemos que, por tamaño, nuestro país será siempre marginal en importancia geopolítica y estratégica. Brasil, por riqueza generada, es la séptima economía del mundo, con un PBI per cápita menor al argentino.
A Brasil le fue muy bien entre 1950 y 1980, en la época del denominado “milagro brasileño”. Aunque, seguramente, la alta inflación y el proteccionismo redujeron su tasa de crecimiento.
Las economías de Brasil y Argentina han tenido un desempeño pobre desde el advenimiento de la democracia a principios de los 80, pero dejaron de perder participación relativa en el producto mundial desde 1990 gracias a la mayor apertura y a la reducción de la inflación.
El período más atractivo de la historia contemporánea de Brasil es el que corresponde al gobierno de Lula. La tasa de crecimiento promedio en Brasil desde 2003 fue de 4 por ciento. Mientras, en los años del kirchnerismo, se creció con un viento de cola similar, pero con un fuerte rebote, luego de una larga recesión que Brasil nunca tuvo, al 7% anual.
A largo plazo, Brasil luce más sólido por ser grado de inversión desde 2008; haber sorteado la reestructuración de deuda que era inminente hace unos años; su estabilidad monetaria después de ser la economía más inflacionaria de la posguerra junto a Argentina y ser el emergente más promisorio. Según el indicador de competitividad del World Economic Forum, Brasil está treinta puntos mejor que la Argentina en una muestra de 140 países. Es un caso de mejora sistemática de la competitividad en la región, análogo a los de Perú y Chile.
Tanto la economía argentina como la brasileña crecerán en 2011 aproximadamente 5,5 por ciento, lideradas por el consumo. Ambas crecieron 7,5% en 2010. Las exportaciones no explican en ninguno de los dos países el crecimiento. No dejan de ser aún economías semicerradas. Brasil representa sólo el 1% de las exportaciones mundiales. La inversión es mediocre en ambas economías. Argentina supera la tasa de inversión de Brasil en dos puntos. Brasil estará en 2011 en 20% de inversión respecto del PBI. La inversión externa directa es una diferencia entre ambos países. Brasil está captando montos de US$ 30 mil millones, muy superiores a los US$ 4 mil millones que recibirá nuestro país este año.
La mayor competitividad de Brasil se refleja en las exportaciones que en 2011 llegarán a US$ 230 mil millones, muy superiores a los US$ 70 mil millones de nuestro país. Si se establece la comparación con respecto al PBI, hay mayor coincidencia. En ambos países, las exportaciones están creciendo a pesar del tipo de cambio retrasado. Tanto en Argentina como en Brasil, sería deseable una corrección cambiaria aunque en Brasil es más urgente ya que su cuenta corriente es negativa, a diferencia de la Argentina que, en los últimos ocho años, fue superavitaria. El retraso cambiario en ambos países se compensa por los precios internacionales asociados al agro.
Ambos países despreciaron en cierto momento la producción primaria, pero resultó clave la “bendición” de los recursos naturales. La frontera agraria en Brasil aún está lejos: se utilizan 40 millones de hectáreas, que parecen pocas comparadas con las 30 millones en producción de Argentina.
En el frente fiscal, ambos países tienen un déficit que, bien medido, será de dos puntos del PBI hacia este año. Brasil siempre se caracterizó por un importante superávit primario, equivalente al de los años de Lavagna, que en 2011 bien registrado será cercano a cero. La estructura del gasto público se volvió muy sesgada a lo social en ambos países. El programa universal tipo Bolsa Escola o Bolsa Familia se replicó en Argentina con la asignación universal por hijo, que llega a 4 millones de niños argentinos.
La estructura tributaria para financiar en ambos países un gasto estatal muy significativo, es la más alta de la región. En el caso de la Argentina, el gasto público es 42% del PBI a nivel consolidado. En Brasil, la presión tributaria alcanza 38% del producto y, en la Argentina, cinco puntos menos. En el plano social, la Argentina tiene el mismo nivel de desempleo y pobreza que Brasil, 7% y 25 por ciento, respectivamente, aunque la metodología de medición de la pobreza no es equivalente. Brasil, bajo el gobierno de Lula, redujo la pobreza de modo significativo y, con el kirchnerismo, ésta bajó desde un récord de 53 por ciento. En ambos países, cuesta más reducirla, ya que se llegó a la zona núcleo de la pobreza estructural con mucha inercia cultural para reducirla. En este nivel de pobreza, es clave el gasto en salud y educación. Dada la inflación de la Argentina, que sería de 35% anual, es aún más difícil combatir la pobreza. A este factor se suma, en ambos países, la informalidad laboral.
En la distribución del ingreso, Brasil es de lo peor del mundo, está en el puesto 11 de países más regresivos. Si comparamos el 10% de la población con más ingreso respecto al 10% de menor renta nos da setenta veces para Brasil y 35 para Argentina. Pero otra vez “la película” es distinta. Brasil mejoró en los últimos treinta años y la Argentina es un caso líder de deterioro de la distribución del ingreso.
La foto de Brasil y la de la Argentina son bastante coincidentes, pero la película brasileña es más favorable. Estamos ante una economía más sustentable, con riesgo acotado de burbujas, que apuesta desde hace quince años a un capitalismo maduro. Pero sería ingenuo pensar que el proceso de Brasil es de piloto automático. En muchas áreas, como la energética, fue clave el planeamiento y la orientación a resultados. Brasil, si se consolida, como escribió en su momento Stefan Zweig, puede ser el país del futuro.