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politica ambiental

Brasil y la Amazonia

Nuestro país tiene pleno compromiso con la preservación de este bioma y sigue invirtiendo recursos humanos y financieros para su sustentabilidad.

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Clave. Es parte de la solución, no del problema ambiental global. | cedoc

La Amazonia suele insuflar pasiones y desafiar la razón de quienes la contemplan. Ocurre ahora, cuando la temporada de incendios despertó, en sectores de la opinión pública, convicciones no siempre basadas en datos sólidos. Uso de clichés, desconocimiento de la política ambiental brasileña, manipulación e ignorancia de datos: todo ello entorpece el panorama y crea una repercusión que no se ve cuando incendios flagelan el hemisferio norte o cuando se denuncia el estado de contaminación de los océanos.

La Amazonia se extiende por el territorio de Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Guayana Francesa (departamento francés), Guyana, Perú, Surinam y Venezuela. Concentra un 10% de la biodiversidad global conocida y actúa como regulador pluvial en Sudamérica. El 60% del bioma se encuentra bajo la soberanía brasileña. Ocupa el 50% de Brasil y alberga casi 30 millones de personas, con pleno derecho al bienestar económico, a lo largo de 9 estados de mi país. Un 84% de esta selva se conserva en estado virgen –preservación forestal no verificada en otras partes del mundo.

Los incendios son comunes en la Amazonia: en la temporada seca (junio-octubre), se observan brotes de fuego, tanto naturales como provocados. Aún no es posible determinar el alcance de las quemas en 2019, pero las notas sobre el aumento de incendios en un 100% o un 200% resultan de alarmismo y falta de conocimiento. La confusión numérica nace de la tergiversación de los datos del programa “Detección de Deforestación en Tiempo Real” (Deter) del Instituto Nacional de Investigación Espacial (INPE). Es un sistema de alerta temprana, no de estadística de deforestación, la cual se mide por el sistema satelital del Programa de Cálculo de Deforestación de la Amazonia (Prodes/INPE), que publica informes anuales exactos.

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A su vez el “Projeto Queimadas” (INPE) monitorea los focos de incendios en toda Sudamérica. Aunque se maneja con otro criterio (focos, no área alcanzada), invito a los interesados a consultar el sitio web del proyecto. Pese al crecimiento de focos contra 2018, el resultado parcial para este año se alinea con el promedio histórico (1998-2018).

Mediciones independientes ayudan a desarmar el alarmismo. Según la Agencia Espacial Americana (NASA), en 2019 “el número de incendios en la cuenca amazónica se acerca al promedio de los últimos 15 años”, dato reafirmado por el programa europeo “Copernicus”.

De todas formas, y como enfatizó el presidente Jair Bolsonaro en su discurso del 23 de agosto: “aunque las quemas de este año no estén fuera del promedio, no estamos satisfechos con lo que estamos viendo. Somos un gobierno de tolerancia cero con la criminalidad –y, en el área ambiental, eso no será distinto”.

Brasil organizó un despliegue inédito para combatir los incendios. La “Operação Verde Brasil” puso a disposición a 43 mil militares y vehículos aéreos, fluviales y terrestres. Nuestras Fuerzas Armadas se suman así a los esfuerzos de otros organismos públicos, como el Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables (Ibama) y los gobiernos provinciales. Antes del discurso presidencial, por ejemplo, más de 2.400 brigadistas ya estaban a disposición de las provincias. Para prevenir nuevos focos de incendio, el presidente prohibió las quemas en la Amazonia durante 60 días –incluso aquellas amparadas por ley. Este enorme esfuerzo ya está dando frutos. En lo que va de septiembre, el número de incendios es un 49% menor con respecto a 2018.

Otro tema que vuelve a estar en boga es la relativización de la soberanía de los países amazónicos en nombre de un supuesto bien común global, lo que constituye un absurdo diplomático y se basa en clichés hartamente desacreditados por la ciencia. El primero dice que la Amazonia es el “pulmón del mundo” por generar gran parte del oxígeno global. Es una tesis antigua, y su regreso muestra el poder de los clichés grandilocuentes. Consultado recientemente, el científico Daniel Nepstad, del Earth Innovation Institute, fue claro: “¡Pavadas! La Amazonia produce mucho oxígeno, pero consume la misma cantidad para respirar” (los océanos sí serían el “pulmón del mundo”…).

Otro cliché afirma que, con preservar la Amazonia, por su rol de depósito de carbono, nos alcanzaría para redimir a todo el planeta del cambio climático. Pero es en vano mantener esa reserva si las emisiones de dióxido de carbono (CO²), principal gas de efecto invernadero, siguen aumentando. La abrumadora mayoría de las emisiones globales de CO² proviene del uso de combustibles fósiles, concentrado en el hemisferio norte. También en este punto Brasil es ejemplar. Tenemos una de las matrices energéticas más limpias del mundo: el 45% de nuestro consumo de energía proviene de fuentes renovables (el promedio global es del 14%). El interés brasileño por energías sustentables se reafirmó con la reciente inauguración, por el presidente Jair Bolsonaro, de la primera planta solar flotante de Brasil. El mismo interés inspiró el programa Renovabio, que busca aumentar el protagonismo de los biocombustibles.

En cuanto a nuestra política ambiental, aproximadamente 30% del territorio brasileño se encuentra en reservas ambientales –poco menos que la Argentina continental. De esta área protegida, el 50% está en la Amazonia. De acuerdo con el innovador Código Forestal Brasileño, las tierras amazónicas privadas que no estén en reservas ambientales (un 26% del total del bioma) deben preservar 80% de su vegetación nativa.

Nuestro agronegocio también respeta la naturaleza. En las últimas décadas, nuestra producción agrícola creció un 700%, mientras que la expansión del área utilizada se limitó al 30%. Pero esta expansión tuvo lugar sobre todo en otras regiones (el Cerrado) y en áreas degradadas. En la Amazonia, 70% de la deforestación ocurre fuera de propiedades rurales, fruto de crímenes ambientales. Además, en 2010 se creó el Plan ABC (Agricultura de Baja emisión de Carbono) para fomentar prácticas agrícolas sostenibles.

En suma, este debate exige usar de manera serena los datos científicos y respetar la experiencia de los que tratan a diario con la Amazonia. Brasil tiene pleno compromiso con la preservación de este bioma y sigue invirtiendo recursos humanos y financieros para su sustentabilidad. Es el mismo compromiso con el desarrollo sostenible que nos llevó a ser la sede de las Conferencias de las Naciones Unidas Río 92 y Río+20, y que continúa siendo la guía de las acciones del Estado brasileño, de su gobierno y de su pueblo. Es fácil encontrar en la Amazonia brasileña el chivo expiatorio para mantener el absurdo “status quo” de los padrones globales de producción y consumo. Pero la Amazonia, bajo administración soberana y responsable, forma parte de la solución, no del problema ambiental global.

*Embajador de Brasil en Argentina.