COLUMNISTAS
evocacion musical

Brindis

Quisiera brindar con los lectores por este fin de año y por el que ya llega. En esta sección he manifestado a lo largo de estos meses opiniones sobre varios temas. Sin duda que la preocupación política fue predominante.

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Quisiera brindar con los lectores por este fin de año y por el que ya llega. En esta sección he manifestado a lo largo de estos meses opiniones sobre varios temas. Sin duda que la preocupación política fue predominante.
Esto se debe a que la actualidad es una pasión, y que es la pasión mejor distribuida entre los que leen los periódicos. Pero hoy descansaré de la política, y compartiré una música. Me refiero al fado, música maravillosa de cantantes maravillosos, que el talento de Saura me ofreció el otro día con su película Fados.
Hace muchos años que Amalia Rodrigues es una efigie en el panteón de mis amores. De muy chico, recuerdo una canción, Abril en Portugal, la asocio con mis abuelos con los que pasaba muchas jornadas en la calle Pedernera del barrio de Flores.
Creía que la capital de Portugal se llamaba Abril. Mi abuelo Hermann Spitzer, gordo como un tonel, me interrogaba sobre las capitales del mundo, un pequeño concurso de preguntas y respuestas antes de sentarse a la mesa a comer como Pantagruel, a lo bestia.
Agradezco a mi abuelo por la pequeña dosis de Bitter que me servía en esas copas talladas que aún conservo. Un alcohol que elaboraba en bateas en el baño, en realidad no le salía muy bitter, es decir, amargo, sino más bien dulzón, un néctar parecido al oporto. Nuevamente Portugal, país cuya repetida capital se llamaba Abril, ante la sonrisa del grueso bonachón.
Cuando me casé la invité a mi mujer a un viaje a Lisboa en evocación de ese Abril en Portugal y de mi amor por Amalia Rodrigues.
Años después, en un libro que confeccionamos con mis amigos filosóficos del Seminario de los Jueves, Tensiones filosóficas, me dediqué a leer, pensar y a escribir sobre Fernando Pessoa, un escritor triste, fino como el aire, profundo como el Tajo, dúctil y talentoso como un poeta dotado por las Musas.
Hombre de varias identidades, heterónimos, compositor de una serie de escrituras de una belleza y un saber tales que lo han convertido en lo que es para el mundo y el futuro un lisboeta genial.
Ir a ver la película de Saura fue una decisión festiva y engalanada ya que casi nunca voy al cine. Soy uno más que se queda en casa con sus dividís. Pero ésa, la de los fados, merecía una salida.
Me fijaba que los críticos y apuntadores le daban tres deditos, o tres estrellitas, yo sabía que les faltaban dos, lo que es habitual, como también lo es que ciertas manos abiertas con los cinco extendidos podrían tener varios amputados.
Esos dos que faltaban los llevé al cine. Y les agregué los de la otra mano. Magia, emoción, belleza, eso que da la música.
Hagamos un brindis por el fado, ese primo hermano del tango, con sus mismas raíces negras y su apego irrestricto a una ciudad: Lisboa-Buenos Aires.
Hagamos otro brindis, esta vez por Luis Cardei, que con su voz y su modulación acercó a estos primos hacia una intimidad inigualada. A Cardei lo escuché y vi decenas de veces en el Club del Vino junto a su fundador Cacho Vázquez, en donde cantaba acompañado por el bandoneón de Antonito Pisano.
Recuerdo una vez que tenía tal mamúa que me paré sobre una silla a gritar : “¡Antonito, sos un genio!”, desplazamiento llamativo pero comprensible por el pudor y el respeto que me imponía Cardei. Lo que sucede es que su interpretación de Como dos extraños me saca de las casillas y deliro.
Aprovecho para brindar por Cacho Vázquez y por todos los que levantan la copa y anuncian que después de ésa no beberán más.
La penúltima copa, lindo título para un nuevo tangazo. De paso les comunico que tengo grabados dos tangos con letra de mi autoría y música de Gustavo Varela: El último chorizo y Sangre negra, dedicados a la parrillada argentina, que fue completada poco después con una milonga: Para mí con cebolla.
Vuelvo al fado. Las voces de las cantantes, esas sirenas hermosas, morenas, ojos de fuego y bocas rojas, víboras mitológicas, y tantas palabras que los trovadores encontrarán. Amalia es la madre de todas.
Encuentro que el fado le queda mejor a las mujeres que a los hombres, mientras en el tango mi apreciación es la inversa. Y eso a pesar de Mercedes Simone y Libertad Lamarque, entre otras, como Lidia Borda.
Papá Noel me trajo para Navidad un DVD de un concierto de Amalia Rodrigues en Nueva York. Es uno que dio en 1990, debe haber sido la misma época en que vino a Buenos Aires y fui a admirarla al teatro. Es una pena que no esté bien grabado, y a ella le cuesta imponer su voz sobre los guitarristas, pero es dionisíaca, enorme.
La ubicaré en el mínimo sector de un estante junto a mis ídolos, Bethania, Chico, Glenn Gould, Dylan, Sixto Palavecino, Beniamino Gigli, M.E. Walsh y Billie Holliday.
Posdata. Volvió Santa Claus. Me acaba de dejar en la chimenea unas canciones de Mariza, arrebatadora.
Quisiera levantar la copa una vez más, hay mucho que celebrar. Voy a brindar por Tigre, porque casi le sale un milagro. Pero voy a brindar también por River, porque creo en la oligarquía. Si los equipos grandes caen, cae todo. No creo en un mundo de chicos. Aplana todo y lo hunde, es el reino de los mediocres protegidos.
El hecho de que los clubes grandes ya no se apropien de los juveniles de los clubes chicos que se van a Europa es una mala noticia. Los grandes juegan mal y los chicos también juegan mal. Por eso puede ganar cualquiera en un fútbol que exporta jugadores adolescentes.
Noticia aparecida el otro día: Brasil mejoró su cuota de exportación de jugadores en 2008 respecto de 2007. Vendió en un año 1.100 jugadores. Cien equipos. Ya no entiendo nada. Se me escapa la realidad, igual que a Pascal.
¿Qué tiene que ver esto con la música? Nada.
Se supone que en esta sección llamada Ideas se deben entregar ideas. ¿Qué es una idea? Ofrezco la respuesta del filósofo alemán G.W. Leibniz: con el término “idea” designamos algo que está en nuestra mente. Considero entonces que respeto la consigna del sector ya que todo pasa por mi mente, esta vez espumante.
Brindo por la televisión. Ayer vi por primera vez un programa que ve todo el mundo hace años: La liga. Descubrí lo que otros ya se hartaron de ver. Me sorprendió el reportaje que le hicieron al barrio del Abasto. Con elegancia e inteligencia. Buen conductor es Matías Martin. Es cierto que a veces algunos entrevistadores se muestran en exceso joviales para no parecer demagogos o sentimentales. No hay nada que celebrar en un camión de cartoneros a la madrugada o en una pensión de peruanos con un baño para treinta y dos personas.
Con todo, es un alivio no escuchar el griterío, la obsecuencia, y la estupidez de tantos programas con cronistas al asalto.
Quiero seguir brindando, ¿puedo brindar por el mar? Gracias, brindo por el mar. ¿Puedo brindar por Obama? Gracias, brindo por Obama. ¿Puedo brindar por los que trabajan y colaboran en este diario? Gracias, brindo por ellos. ¿Puedo brindar por G.K. Chesterton? Gracias, brindo por Chesterton. ¿Puedo brindar por todos los niños de menos de cinco años antes de que se nos parezcan? Gracias, ¡salud, chicos!
Mejor dejo la copa. Si me pongo eufórico sigo brindando y pierdo la compostura. Se me puede ocurrir brindar por las vedettes de Carlos Paz, por los pingüinos, por Carla Bruni, por Pampuro, por mi tío de México, por las murgas y sus descargas inclementes, por el Amigo Invisible, por... por... eso, sí... ¿por qué no? Brindo por la amistad. ¡Nasarovia!

*Filósofo.

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